El presidente López Obrador ha decidido empeorar el problema planteado por algunos sectores de la policía federal, en lugar de tratar de resolverlo. Es difícil saber por qué ha tomado esa decisión, pero es posible que haya sido simplemente por un principio de autoridad; nadie debe atreverse a cuestionarlo.
Para enfrentar las quejas ha decidido echar mano de una vieja estrategia priista: el descrédito del opositor. En su mañanera de ayer, ha reafirmado sus dos ideas básicas sobre la policía federal y su movimiento: es un cuerpo echado a perder (como un melón podrido) y hay mano negra en el movimiento. Al lado de esto, deslizó la acusación de la corrupción en la PF. El tabasqueño no olvida sus raíces.
El mandatario no agregó nada más, y dejó que el secretario de seguridad pública, Alfonso Durazo, fuera el ejecutor (o el que se ensuciara las manos). Acusó que el movimiento es dirigido por un hombre acusado por secuestro (Ignacio Benavente Torres) y gente que no tiene nada que ver con la PF. Dejó ver la posibilidad de que detrás de los rebeldes pudiera estar el expresidente Felipe Calderón. Durazo lamentó la forma en que trataron a Patricia Trujillo Mariel, coordinadora operativa de la Guardia Nacional (GN). Finalmente, habló de un fraude en la compra de un equipo con sobreprecio, algo en lo que difícilmente los pobres policías inconformes difícilmente tienen que ver. La acusación estaba completa: asociar al movimiento con delincuentes, oscuros personajes del pasado, fraudes y además abusadores de mujeres. De manual. Fernando Gutiérrez Barrios y Luis Echeverría estarían orgullosos de estos métodos.
Los policías rebeldes contestaron: su movimiento no tiene líderes y no temen a una investigación. Si no los quieren, que los liquiden conforme a la ley. Felipe Calderón respondió también: llamó a Durazo a presentar las pruebas de que está vinculado al movimiento, se deslindó del mismo y abogó por una solución negociada. De todos modos, la semilla de la duda sobre la autenticidad del movimiento ya está sembrada. Por si fuera poco, hay indicios de que el movimiento se ha dividido.
López Obrador no quiere a los policías federales y el movimiento como está planteado le ha dado una magnífica forma de derrotarlos para luego subordinarlos. Purgará la corporación y los que se queden estarán disciplinados y sujetos a sus reglas. Muy probablemente se encamina a una victoria política, una victoria pírrica, pero no del imaginario general pirri (invento de López Obrador), sino del rey Pirro. Ganará, pero todo perderemos. Los policías que se queden estarán resentidos y los que se vayan podrían convertirse en otro problema. El presidente prefirió un triunfo que una solución negociada.
Ayer se decía aquí que el problema de la integración adecuada de la PF a la guardia nacional existía y debía resolverse de la mejor manera. Que el gobierno diga que no se puede mover porque ya hay una ley es, al menos, hipócrita cuando el propio gobierno no ha aplicado las leyes (bloqueo de la CNTE a los ferrocarriles durante un mes, por ejemplo).
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