¿Dónde están aquellos que durante noviembre, diciembre y enero pasados anunciaban que Donald Trump aplastaría a México y Peña no estaba haciendo nada? Calladitos o escudados en la desmemoria popular se ven más bonitos. El equipo gobernante parece que tuvo razón cuando advirtió que había posibilidades de negociar. Pese a todos los dichos y bravatas trumpianas, el gobierno norteamericano ha presentado a su Congreso un documento de 17 páginas con los 22 puntos que desea se consideren en el TLC 2.0. Hasta ahora, no hay nada porqué alarmarse, lo que no significa que la negociación, que arranca el próximo 16 de agosto, será fácil.
En esta idea, hay algunos puntos novedosos y otros que merecen un análisis más detallado. Una buena noticia es que no se habla de poner aranceles. Entre los 22 ítems cabe destacar los siguientes:
1.- Llama la atención el objetivo norteamericano de reducir el déficit y mejorar la balanza comercial con México y Canadá. El documento no dice cómo, pero es previsible que algunas de las medidas vayan en esa dirección cuando se desarrollen. Los analistas económicos ven como buena señal que ese objetivo no vaya acompañado de ninguna cifra, lo cual quiere decir que se dejará a la negociación y no como una base principista.
2.- El tema anticorrupción es novedoso, pero no hay mayores indicios de a qué se refiere la contraparte norteamericana. Aquí la imaginación y la tradición yanqui dan para suponer muchas cosas. ¿Habrá una especie de certificación del gobierno de Trump sobre la corrupción?, ¿se refiere a una instancia supranacional que decida o juzgue sobre el tema? La lógica indica que en este punto debería negociarse una especie de homogeneidad legislativa sobre delitos de corrupción y luego que cada Congreso los apruebe y los tribunales de los tres países sancionen sus casos, aceptando señalamientos de los socios comerciales. En todo caso, este punto no tiene que ser negativo necesariamente.
3.- El tema del trabajo también da para imaginarse cosas. Es un hecho que la ventaja competitiva de México son los salarios de los trabajadores, mismos que se han deteriorado desde la crisis de 2008. Peña tiene razón en que su sexenio es el del empleo, pero del empleo precarizado. Los norteamericanos saben que en los intercambios con México, China o India no pueden competir contra los sueldos de miseria de mexicanos, chinos e indios. Es de esperarse que se proponga un mecanismo que tome en cuenta un mejoramiento de los salarios de los trabajadores de aquellos productos que se consumen en la Unión Americana, tal vez no a la par, pero si un menor diferencia. Supongamos que el salario mínimo mexicano se incrementará hasta los 100 pesos diarios en 2018, unos 75 centavos de dólar a precios actuales por hora, contra los ocho dólares en promedio que se paga por hora en el país vecino. No hay competencia que valga en este marco. Pero supongamos que el TLC 2.0 obligara a los patrones a pagar un tercio o la mitad de lo que cobran los trabajadores norteamericanos. Por supuesto, los grandes empresarios mexicanos protestarían, acostumbrados como están a la brutal extracción de ganancias, pero este otro punto tampoco tendría necesariamente que ser negativo.
En fin, los analistas están sobre los puntos presentados, pero el hecho es que la negociación marcha. Tal vez ni fue un error la invitación al candidato Trump ni hay que juzgar por traición a Peña.
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