Si un hombre que no trabajó durante más de diez años, terminó su carrera en un tiempo extraordinariamente largo, fue un estudiante mediocre, tiene un discurso muy pobre, no sabe hablar en público, no es un buen administrador y además miente continuamente, gana 108 mil pesos mensuales, entonces es hora de que esa sea la base del tabulador. Así, una persona que haya terminado su carrera en el tiempo reglamentario, sea poseedor de excelentes calificaciones, haya trabajado toda su vida y tenga estudios de maestría y doctorado deberá, por lógica, ganar más que el primer hombre. Cualquier otra situación sería injusta.
Pero el presidente López Obrador tiene otra óptica, él supone que el presidente debe ser la medida de todas las cosas. En consecuencia, nadie debe ganar más que él. Su métrica lo llevó a tratar de justificar la posible desaparición del CONEVAL sobre la base de que el anterior secretario ejecutivo, Gonzalo Hernández Licona, ganaba 220 mil pesos. Y al parecer no, según la respuesta del propio exsecretario, quien afirmó que su sueldo neto era de casi 92 mil pesos mensuales. Seguramente, López Obrador dirá que tiene pruebas, como ha dicho cada vez que habla de datos en los que no muestra ninguna evidencia. Así, se debe entender que la única prueba es la palabra presidencial. Esto significa que México ha regresado a la época de los presidentes imperiales.
Pero el mandatario fue más allá: aseguró que los funcionarios que ganan o ganaban 500, 600 o 700 mil pesos mensuales son automáticamente corruptos. Pero, quién ganaba esas cantidades, dónde las ganaban, cuándo las recibieron. De nuevo dice que lo puede probar, entonces, ¿por qué no lo hace?
Ya entrado en calor, López obrador señaló que: “quien no contribuya a la transformación de México y está a favor del inmovilismo o de mantener el statu quo es un conservador, se dedique a la política o al periodismo.” ¿Cómo se entiende esto? Muy simple, o se está con él o contra él.
A nadie debería extrañarle este tipo de declaraciones del presidente, las hace cotidianamente. Se puede afirmar que este es uno de sus discursos tipo, uno de los cuatro o cinco que tiene. Realmente, su repertorio es muy limitado. Y no, el presidente no se equivoca cuando habla de la desaparición del CONEVAL o el INAI. No es un error por falta de claridad o conocimiento sobre lo que estos y otros organismos hacen. Es parte de una política premeditada y que lleva un objetivo: que nada ni nadie mida su desempeño, que nada ni nadie lo critique, que todo sea dividir para fortalecerse; fabricar y señalar “enemigos” para que los “amigos” y aliados nunca dejen de estar movilizados, atentos a los “retrocesos”. Esta estrategia ha funcionado en otros países.
Quienes todos los días en los medios señalan que el presidente López Obrador no entiende, ignora, no le dan información o cualquier otra cosa que, en última instancia, lo justifique, o son inocentes o son temerosos de despertar su molestia. No corregirá nada porque no lo hace sin un sentido político. En estos tiempos no se puede ser ingenuo o algo peor. Al pan, pan; al vino, vino.
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