El pasado 12 de junio, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) emitió una tesis jurisprudencial que considera inconstitucionales los códigos civiles de las entidades donde el matrimonio es entendido sólo como la unión de un hombre y una mujer. Catorce días después, el 26 de junio, la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos (SCJ-EU) decretó que los estados no pueden prohibir los matrimonios del mismo sexo. En menos de 15 días, jueces y magistrados en ambas naciones dieron un triunfo a quienes creemos en el derecho de los seres humanos a legalizar su unión sin importar el sexo de los contrayentes. Por supuesto, en ambos países la respuesta del ala conservadora de la sociedad no se hizo esperar. En México, la Iglesia católica fue la que se encargó del ataque y en Estados Unidos, los republicanos.
Por medio de la jurisprudencia 43/2015, el máximo tribunal de nuestro país consideró por unanimidad que vincular los requisitos del matrimonio con las preferencias sexuales y la procreación, es discriminatorio al excluir a las parejas homosexuales. Con esto se fija un criterio constitucional claro y apoyado en los derechos humanos. Los estados tendrán que adaptar sus normas y leyes a lo que la Suprema considera emanado de la Constitución. En Estados Unidos, en una decisión también histórica, la CSJ-EU decretó que los estados no pueden prohibir los matrimonios del mismo sexo. A diferencia del caso mexicano, el fallo norteamericano fue de cinco a cuatro votos gracias al juez Anthony Kennedy, quien afirmó la mayoría.
En el caso norteamericano, el presidente Obama expresó su reconocimiento a la medida. Desde hace años, tanto los Clinton como los Obama se declararon a favor del matrimonio sin restricciones. En México no se llegó a tanto, pero el día de la marcha del Orgullo Gay (27 de junio) se advertía en la página de inicio de la Presidencia de la República una bandera multicolor, símbolo de la comunidad LGBTTTI. Es de suponerse que ese es todo el apoyo público que un presidente mexicano emanado del PRI puede permitirse, un apoyo, por cierto, más claro que el muchas figuras de “izquierda”, entre los cuales destaca Andrés Manuel López Obrador, quien es conocido por sus posiciones conservadoras.
Hay que asumir que en menos de una quincena, la lucha de décadas avanzó un gran paso en toda Norteamérica. No más luchas legales caso por caso: las constituciones amparan al derecho de las personas a casarse con quienes decidan, en igualdad de derechos y obligaciones. Es un triunfo, sin duda.
Se dirá que falta mucho y es cierto, pero a veces lo que nos falta nos impide celebrar lo que se ha conseguido. Es hora de darse un espacio y celebrar un triunfo que viene de la mano de la fuerza de la Ley y de las personas que lo hicieron posible. A ellas, muchas gracias.
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