Para ser un hombre que asegura que no odia a nadie ni a nada, hay que decir que el presidente López Obrador lo disimula bien. Cada vez que puede, arremete contra neoliberales, conservadores y fifís llamándoles corruptos e hipócritas. Si esto no es odio, se parece bastante.
En el saco de los odios carga López Obrador con varios personajes y medios. Un buen ejemplo de esto lo dio el día de ayer en la mañanera. Un periodista de Reporte Índigo le preguntó si en verdad creía que la corrupción era el mayor problema de México o bien lo era la violencia que ha traído notas amargas en los últimos días. También, le preguntó si estaba convencido de que los programas sociales ayudarían de manera importante a reducir la criminalidad. Por último, el reportero lo cuestionó por su tardanza en reaccionar ante la matanza de Minatitlán, Veracruz, ocurrida la semana pasada.
En su respuesta, sin tenerla ni deberla, el presidente López Obrador arremetió contra Reforma. No es esta la primera vez que sus lanzas se enderezan contra ese medio, pero sí es la primera vez que lo hace sin que viniera al caso. Esto quiere decir mucho sobre la forma tan peculiar en la que el mandatario acota la libertad de expresión. Su método es claro: primero golpea y descalifica y luego asegura que no hay censura. Pero las palabras tienen un significado, independientemente de lo que quiera el líder tabasqueño entender.
Sus ataques siempre se amparan en su derecho de réplica. En esto le asiste toda la razón, el presidente tiene todo el derecho de defender sus puntos de vista si le son cuestionados… pero con argumentos, no con retórica barata y calificativos despectivos. Una de sus frases es como para la reflexión: “Reforma no me dictará la agenda”. ¿Qué quiere decir esto?, ¿acaso si un medio publica una nota incómoda, entonces está tratando de dictar la agenda del gobierno?
El trabajo de la prensa, sea escrita o electrónica, es cuestionar. No hay prensa imparcial y qué bueno que así sea. Cada medio debe tener su proyecto y sus intereses. En la época dorada del PRI, los medios de comunicación (y muchas otras cosas) estaban al servicio del Señor Presidente de la República, así, con mayúsculas imperiales. No cuestionaban y si lo hacían podía suceder algo. Recuérdese el ataque echeverrista contra el Excélsior o el “no pago para que me peguen” de otro López (Portillo). ¿A esto aspira el presidente?
El Reforma y otros medios no inventaron que el presidente se tardó en reaccionar sobre el caso de Minatitlán. En realidad se tardó un par de días y lo hizo mal. AMLO dice que su gobierno de inmediato reaccionó, pero cabe preguntarse si el presidente en lo personal debe ser sensible directamente. La respuesta es afirmativa y él, simplemente, no lo hizo. Que la prensa se lo señale no es un ataque, sencillamente se publicó un hecho. En otros asuntos, el presidente ha reconocido errores, ¿por qué en esta ocasión no lo hizo?, ¿por qué prefiere escalar la andanada contra la prensa, en especial el Reforma? Acusar al Reforma de que guardó silencio ante la corrupción es una mentira. Si un medio hizo una cruzada contra el gobierno peñista y la corrupción fue precisamente ese y lo hizo con más frecuencia y con más contundencia que el propio López Obrador, al que parece fallarle la memoria.
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