Los medios en tiempos de AMLO

En una pregunta que el político y periodista italiano Antonio Polito le hizo a Ralph Dharendorf, político y filósofo alemán, lo cuestionó si en los...

24 de enero, 2019

En una pregunta que el político y periodista italiano Antonio Polito le hizo a Ralph Dharendorf, político y filósofo alemán, lo cuestionó si en los tiempos de internet y modernización los políticos no se estaban dejando llevar por las encuestas y los grupos de enfoque1. Ahora, la pregunta parece ociosa, pero en ese momento, principios del siglo XXI, la importancia del internet y, sobre todo, de las redes sociales, no era tan apabullante. Es claro que las propuestas y posicionamientos políticos se hacen al calor de ambos instrumentos (encuestas y redes sociales), que han alcanzado incluso más influencia que los medios tradicionales como la prensa.

De cualquier forma, la respuesta de Dharendorf sigue vigente. Señaló que los políticos que no sigan una línea propia y se guíen sólo por mediciones e internet, podrían equivocarse a mediano plazo. Subrayó la idea de que en muchos temas la gente está mal informada o totalmente desinformada y da su opinión con base en inducciones o suposiciones. El político, dice, debe empujar sus ideas y convencer a las y los ciudadanos. Políticos mexicanos como Fox, Calderón o Peña Nieto formaron su conducta, declaraciones y acciones muchas veces con base en las encuestas o las opiniones del mainstream. Sin embargo, no les fue muy bien.

En este tema, el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), resultó un maestro. Desde que era jefe de Gobierno enseñó qué hacer con los medios de comunicación. Sus lecciones, sin embargo, no fueron aprendidas por el resto de los políticos. En sus años de candidato perdedor, logró hacer una política sin caer en la seducción de las encuestas o las opiniones de moda, fueran en internet, en redes sociales o en otros medios. Más aún, consiguió, como Donald Trump, construir su “verdad”, con sus estadísticas, hechos y encuestas. El mundo de la posverdad.

AMLO está probando, a diario, un hecho que ya sabía desde hace años: a la prensa hay que darle, temprano, una noticia o una serie de noticias, lo suficientemente jugosas o brillantes, para que se mantenga en eso todo el día. A los reporteros de “la fuente” el esquema lopezobradorista les viene de perlas. Necesitados de “la nota” diaria, acostumbrados a los escándalos, sospechas y acusaciones, un presidente que acusa, que fabrica, que perdona, representa oro molido.  Como demostró mil veces la torpeza del equipo de Peña Nieto, si a la prensa no se le da una nota, entonces la busca en otra parte. Y, por cierto, la nota explosiva es mejor que la nota seria. Los periódicos y noticieros, alimentados por sus reporteros (ojos y oídos), siguen la corriente. Temerosos de que el dedo flamígero del señor los señale, los concesionarios no reprimen a sus estrellas informativas en México, simplemente extinguen las estaciones de opinión o cambian de horarios a los informativos.  Abracadabra. Evitada una confrontación.

La magia sigue, el maestro se para ante su auditorio y lo mismo informa de la compra de vehículos, que del perdón anticipado a infractores pobres o expresidentes. Se convierte en oficialía de partes y boletín de prensa ambulante. ¿Para qué necesita secretarios de Estado? Lo que requiere es militantes, adjuntos. Soldados. La prensa no lo presiona para que diga porqué no hubo licitación, a qué empresa le compraron los camiones, etc. Tampoco se le cuestiona sobre los ductos saboteados a diario, ¿dónde están?, ¿quiénes los sabotearon?, ¿cuántos arrestados hay? Todos los días, improvisa de acuerdo con lo que él nota y analiza. Sitiada por una serie de noticias tempraneras, la prensa y esa cosa difusa llamada opinión pública, no alcanzan a discernir, a buscar la profundidad, solo reportan y reproducen: “el señor presidente dijo…”

Huele a algo conocido; sabe a algo ya vivido; se escucha como un eco de un pasado que nunca fue glorioso.

1 Después de la democracia. Ralph Dahrendorf en diálogo con Antonio Polito. FCE, 2003. P. 84 y ss.

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