Una de las más rancias tradiciones priistas consistía en que el presidente en funciones defendía a capa y espada a sus cercanos, mientras le seguían siendo leales. Esta protección duraba lo que el sexenio y, a veces, por medio de nombramientos u otros mecanismos se extendía más allá. Hay que decir que, en este sentido, Fox y Calderón se comportaron igual que sus predecesores. De Peña Nieto ni que decir, castigó a los que no eran cercanos (exgobernadores, por ejemplo) e hizo caso omiso de los señalamientos hacia los que eran sus íntimos.
El presidente López Obrador está haciendo lo mismo. Cuando se le dijo que Ana Gabriela Guevara, titular de CONADE, sólo trabaja de lunes a jueves y los otros días se dedica a buscar la candidatura de su partido al gobierno de Sonora, contestó que eran “politiquerías”. La persona que cuestionó esto en una mañanera le argumentó que había evidencias. AMLO no pestañeó, dio una perorata y siguió adelante. Un caso similar fue el de la celebración del líder de la iglesia de La Luz del Mundo en Bellas Artes. Hizo una serie de circunloquios para finalmente afirmar que a todos debe darse una segunda oportunidad. Ni siquiera una llamada de atención a las autoridades de la Secretaría de Cultura y el INBAL.
Los casos se acumulan, ahí está el del titular del Fondo de Cultura Económica, Paco I. Taibo II y sus expresiones. El último fue el de María Elena Álvarez-Bullya, directora del CONACYT, que ha hecho varias y sigue estando tan campante (contrataciones cuestionables, recortes a presupuestos de ciencia, menú gourmet). En este último caso el presidente López Obrador fue cínico, cosa que no había sido. Había sido demagógico y elusivo, pero no cínico. Aquí de plano aseguró, con una sonrisa, que era una campaña de los que antes controlaban la ciencia en México. Esta vez no dijo, como en eventos anteriores, que era la mafia de la ciencia, pero casi.
¿Qué significa todo esto? Es, sin duda, una muestra de poder. El presidente puede hacerlo y no pasa nada o pasa poco. El presidente puede hacer que sus secretarios se desdigan (Jiménez Cantú), cambien la lucha democrática por la lealtad inquebrantable, se dediquen a otras cosas que no están dentro de sus funciones. Cabe preguntarse si los viejos estalinistas algún día dejaron de serlo; si los viejos priistas algún día dejaron de serlo. El pensamiento crítico y autocrítico no es algo que se dé mucho en la 4T. Ellos, que criticaban todo.
La defensa de los cercanos tiene una correspondencia: los defendidos y protegidos (“no te preocupes, Rosario” o “Claudia, lo estás haciendo bien”) responden con la misma moneda. Algunos dicen que el presidente López Obrador reacciona así cuando lo impugnan, pero que, si le plantean las cosas de forma respetuosa, entonces se consigue más. Así era con los presidentes priistas que tenían todo el poder. ¿A eso se aspira? Los periodistas y los ciudadanos tienen el derecho a impugnar, a criticar. El presidente tiene la obligación no sólo de escuchar, sino también de investigar. Escuchar sin atender, también es demagogia.
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