Cada vez que hay elecciones las campañas suelen desarrollar una serie de construcciones demagógicas, que desde luego no alcanzan el nivel de ideológicas. Estas construcciones se basan las más de las veces en supuestos que en la mayoría de los casos no se sostienen, pero funcionan en buena parte de los votantes. Las y los candidatos diseñan sus campañas para dar mensajes simples, que pueden atacar o descalificar a sus contendientes (algo que está muy de moda) o bien sintetizar una propuesta.
Sin embargo, la cosa no es tan fácil. En primer lugar, los medios de comunicación son un actor político. Todos y cada uno de ellos tiene intereses y cercanías. De nuevo: sería sano que cada medio de comunicación se posicionara por un candidato con independencia de su cobertura informativa. Al menos constataríamos tendencias que se han vuelto tan evidentes que, en algunos casos, ya son escandalosas.
No sólo los medios son actores políticos, también juegan otros sectores (iglesia, iniciativa privada, etc.), lo que provoca que las campañas se muevan en varios niveles:
– El mensaje que dan los medios de las campañas. Un vistazo rápido de los principales medios electrónicos e impresos permite observar que se le da preminencia a notas de escándalo o negativas. Se observa si los candidatos llevan artículos costosos (autos, relojes, ropa); se indaga sobre su pasado y propiedades. Muchos consumidores de noticias se quedan en este nivel; el resultado es que desechan la política como una actividad que permite resolver diferencias y construir puentes. Por supuesto, no se dice aquí que los medios sean los culpables del enriquecimiento o las trampas de tal o cual candidato, pero sí de la preponderancia que le dan a señalamientos que ni son denuncias efectivas ni muestran un panorama completo de las campañas.
– Un segundo nivel lo constituyen los mensajes mediáticos de los candidatos. Esto es la declaración banquetera, los eslóganes, los spots. Con esto se suele atacar o descalificar, o bien dar una propuesta muy condensada. Pedir a los candidatos que con esta brevedad expliquen los cómos es absurdo. No hay espacio para ello. Estos mensajes breves o superficiales saturan a los votantes hasta el punto de no poder distinguir qué partido o candidato dijo tal o cual cosa. En el formato actual, los mensajes se pierden en su mayor parte.
– Las ofertas y las plataformas. Lo ideal sería que los ciudadanos y ciudadanas se acercara a conocer las plataformas electorales y las propuestas ampliadas de las y los candidatos, mismas que generalmente las colocan en internet, pero ¿quién tiene tiempo y paciencia de buscarlas? La respuesta es sencilla: los analistas y periodistas y estos normalmente ya tienen a su candidatx preferidx. Lo cierto es que los y las candidatas tampoco se esfuerzan mucho en difundirlas dadas las carencias que hay en ellas. Por ejemplo: ¿cuánto costaría y de dónde saldrían los recursos para el sueldo rosa?, ¿cómo se hará para desaparecer la corrupción?
De esta forma, las campañas transcurren entre la superficialidad y los intereses, con mitos y supuestos como los siguientes: El enemigo es el PRI; Los medios de comunicación, en especial la TV deciden la elección; “Yo” represento al pueblo; hay una elección de Estado y un largo etcétera.
A pesar de todo esto, se debería apreciar el ambiente de libertad que se vive, al menos en este contexto. En un país en el que se ha vuelto peligroso denunciar o señalar, hay que defender la libertad hasta de decir tonterías como “se acabará el sufrimiento del pueblo”. Mejor, mucho mejor que un país donde los gobernantes manden callar porque se siente infalibles o salvadores de la patria. Tratemos de evitar llegar a eso.
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