México avanza cada vez más en el camino de convertirse en una sociedad filantrópica; una sociedad donde el Estado tenga mínimas obligaciones y deje en manos de la iniciativa privada las principales decisiones económicas; una sociedad donde la clase política viva cada vez más acotada por la vigilancia de las organizaciones de la sociedad civil plastificada, apoyada por una amplia red de opinólogos, la mayoría con buenas intenciones, que señalarán, cada vez con más encono, a la clase política, pero que difícilmente se meterán con la iniciativa privada a la que están ligados por una red sutil de contratos, donativos y apoyos varios.
Esta sociedad filantrópica no es una sociedad de derechos; es una en donde la clase política no tiene las herramientas para enfrentarse con autonomía a los designios de la alta empresa. Se dice que ahora la clase política trabaja para los intereses de los más ricos, lo cual es en gran parte cierto, pero la subordinación de la primera a los segundos se acentúa cada vez más. En este camino, ha aumentado la porción de la riqueza nacional que es apropiada por las clases más altas. En el futuro, cada vez más personas dependerán de la caridad del Estado que tendrá sólo dos funciones: ser asistencialista y otorgar grandes contratos a la IP. Ah, una tercera, utilizar los mecanismos propios del Estado (ideología y fuerza). Pero, ¿cómo se ha llegado a esto?
El primer paso ha sido restregrar en medios, una y otra vez, que el problema número 1 de México es la corrupción, específicamente la corrupción política. Por supuesto, cuando se toman las mediciones “espontáneas” el resultado es este. No se plantea aquí que la clase política es honesta en general, sus excesos e impunidad son abrumadores, pero hay dos consideraciones que hay que hacer. En primer lugar, no hay manera de medir la corrupción en una sociedad. Todas las encuestas son de percepción y desde luego que si el tema se afirma una y otra vez no hay manera de que nadie salga bien librado. En segundo lugar, para bailar un vals hay que tener pareja. Esto significa que la corrupción de la clase política ha tenido un acompañante constante: amplios sectores del empresariado nacional que se han beneficiado de concesiones, contratos y grandes espacios políticos y económicos que les han permitido que, mientras el PIB en los últimos tres sexenios haya crecido menos de 2.2% anual, la fortuna de los mexicanos más ricos se ha incrementado escandalosamente. Esto está probado por estudios de la UNAM, CEPAL y OXFAM. Hay otra situación a la que nadie quiere entrarle: la mexicana es una sociedad corrupta en general. De que otra manera tantas formas de corrupción serían tolerables: mordidas, prebendas, aviadurías, etc.
Una vez establecido que la clase política en su totalidad es corrupta todo el tiempo, idea que los mismos políticos han aceptado sin ver que es el principio de su fin, se pasa al segundo paso: reducir los espacios a partidos, gobiernos y legislativo a su mínima expresión. Resulta curioso que luego de los terremotos y sin que mediara nada más que una petición en redes sociales, algo no más importante que una ocurrencia pasajera, los medios “serios” hayan “decidido”, “desinteresadamente”, empujar para que los partidos se redujeran sus presupuestos que, en efecto, son altísimos. La respuesta de los partidos fue superior a cualquier plan: las agrupaciones decidieron suicidarse planteando la renuncia total al financiamiento público. Y lo más curioso es que fue el partido que gobierna el primero que se lanzó al vacío. ¿Lo seguirán PAN, PRD y MC? Todo indica que sí. MORENA ya decidió que no, pero un cambio a la ley lo despojaría de sus recursos aunque no en el futuro próximo.
No hay prueba mayor de ese suicidio que el hecho de que el PRI haya renunciado a sus recursos de este año en favor de Fuerza México, un fideicomiso empresarial que, según sus dirigentes, no tiene intenciones políticas (ajá). Si Peña Nieto apuesta que esta cesión de tareas le granjeará el apoyo de la IP en 2018, será mejor que recuerde uno de los proverbios infernales de Blake: El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio.
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