Ya entrada la noche de ayer 28 de abril, comenzó a circular en las ediciones online de los diarios nacionales que el Senado había aprobado la Reforma Política del DF. Dicha reforma modifica 50 preceptos constitucionales. Ya no más Distrito Federal, ahora será Ciudad de México, con constitución propia y autonomía, 16 alcaldías en lugar de delegaciones y un concejo electo en cada una de ellas.
Para redactar la constitución se integrará una Asamblea constituyente con 100 diputados, 60 de ellos serán electos en un proceso organizado por el Instituto Nacional Electoral (INE) y los 40 restantes designados por: Senado (14), Cámara de Diputados (14), el presidente Enrique Peña Nieto (6) y el jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera (6). Sin duda, esta fórmula de elección de los constituyentes es extravagante en una democracia y refleja los miedos y desconfianza de los ejecutivos federal y estatal sobre los diputados electos. Esos 40 serán una especie de guía y control de los otros.
Más allá de esto, este primer gran paso de la reforma política de la Ciudad de México culmina un reclamo de izquierda de más de medio siglo. Desde que Vicente Lombardo Toledano reclamó, allá en los cincuentas, el estatus que tenía la capital de la República, todos los grupos y partidos de izquierda con sus diferencias reivindicaban la necesidad de que esta porción del país pudiera tomar sus propias decisiones. Esta demanda, pues, era una legítima demanda de izquierda. Las izquierdas de este país deberían celebrar este paso, pero como ya es conocido, la izquierda mexicana nunca aprendió a celebrar, sigue viendo complots de Pinky y Cerebro en todos lados, como lo demostraron ayer Delgado, Bartlett y Padierna.
En los hechos, de aprobarse completamente la reforma, se tratará de un triunfo de Miguel Ángel Mancera y Enrique Peña Nieto. Ahí donde la fría relación Cárdenas-Zedillo no pudo; ahí donde la torpeza y animosidad de la relación López Obrador-Fox no pudo; ahí donde las ridiculeces de la relación Ebrard-Calderón no pudo; la buena relación, cortés y sin aspavientos, del presidente de la República y el jefe de Gobierno pudo sacar la reforma. Ahora toca a las izquierdas de la Ciudad de México, fuerza mayoritaria sin duda, modelar una constitución de vanguardia, que ponga el centro en las garantías y derechos de los ciudadanos.
Por otra parte, en términos políticos esto significa que el pacto tácito entre Los Pinos y el Gobierno del Distrito Federal se mantendrá por lo menos hasta finales del 2016, cuando los tiempos electorales comiencen a señalar los derroteros de cada uno. Pinky y Cerebro han triunfado.
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