Cuando el presidente Peña Nieto envíe su Informe de gobierno al Congreso de la Unión debía adosarle un par de películas: Barry Lyndon de Kubrick y Los Duelistas de Scott, para darles una idea de cómo se ve el paisaje mexicano actual. La oposición a Peña se comporta como Gabriel Feraud (Los duelistas) y busca pleito a la menor provocación. Al final, como en Barry Lyndon, cuando se disipa el humo de una intensa batalla, los muertos de ambos lados decoran la tersa campiña; nadie ha ganado.
El año que informará Peña Nieto ha sido más de descalabros que de aciertos para su gobierno. Asuntos como Ayotzinapa, Tlatlaya o la casa blanca se murieron de viejos, pero no se han resuelto cabalmente. Las reformas, el gran aporte de esta administración, se enfrentan a la mala suerte o la mala implementación, según quien las juzgue. Por ejemplo, la reforma energética, la joya de la corona, afronta un mercado saturado de petróleo, bajos precios y crecimiento mediocre. La reforma en telecomunicaciones avanza y se desafía las mañas de los monopolios (Telmex y Televisa), que buscan como eludir las regulaciones. La reforma educativa, tal vez la más popular, no rendirá frutos hasta dentro de varios años. La economía mexicana está a la defensiva y Luis Videgaray juega a dar las pocas buenas noticias, mientras sus subalternos dan las malas nuevas. Osorio, el otro alfil, es una sombra gracias al Chapo Guzmán. El telón de fondo de todo esto es la desigualdad. Los más ricos de México, esos que se lamentan de todo, han acumulado más de lo que tenían a principios de los años noventa, mientras que la población en general sigue en los niveles de pobreza de 1992. Casi un cuarto de siglo sin avanzar, CONEVAL dixit.
La oposición tradicional no puede rendir tampoco buenas cuentas. El PRD escribe el manual 100 formas de suicidarse y el PAN juega a la casita con un presidente nacional, quien tiene buenas ideas para limpiar la casa, pero que no parece saber cómo enfrentar la política nacional. La otra oposición (MORENA), la que inexplicablemente seduce a algunos intelectuales, sigue con su mismo discurso cansino, esperando que la realidad se adapte a sus palabras. La oposición no partidaria está también disminuida. La poderosa CNTE está desmantelada y dividida, las guerrillas siguen siendo ornamentales. Hasta los carteles naufragan y se convierten en decenas de pequeñas y letales bandas sin control.
En este paisaje, hasta los medios críticos se convierten en su enemigo: mienten, exageran y calumnian, seguidos por una mar de interesados, poco informados o descerebrados ejércitos instalados en las redes sociales. Cuando el humo de la batalla se disipe, veremos que anticristo se erigirá en triunfador.
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