Al escuchar a los candidatos presidenciales, todos coinciden en una cosa: dicen que su proyecto es diferente al de los otros. Los electores no suelen distinguir claramente esos proyectos que en algunas cosas se parecen mucho. De los principales problemas (seguridad, microeconomía y corrupción), ¿cuáles son las propuestas que los hacen diferentes?
Con relación a la inseguridad, todos menos Meade dicen que la estrategia seguida no ha dado resultado. No se necesita ser un estudioso para darse cuenta de esta obviedad. Sin embargo, a la hora de aterrizar el cómo y con qué sustituirla todos dicen generalidades. Los únicos que han presentado propuestas digamos originales son Rodríguez y López. El primero, les va a “mochar” una mano (¿y si reinciden les mochará la otra y luego seguirá con los pies?), lo cual es una estupidez medieval. AMLO ha propuesto una reunión de seguridad todos los días a las seis de la mañana, lo cual será un avance operativo importante, pero con resultados difíciles de prever.
En el terreno de la microeconomía todos les candidatos, menos “El Bronco”, parecen estar en subasta: prometen dar subsidios a la gasolina, a la tercera edad, a las amas de casa, etc. Hasta el ortodoxo Meade se ha deslizado al populismo asistencialista. El problema es que estas ofertas son prácticamente compra de votos, pero no contribuyen a abatir la desigualdad ni la pobreza, sólo la administran y subordinan políticamente a quienes reciben los apoyos. Las propuestas para crear empleos productivos casi no se escuchan y el combate a la desigualdad está prácticamente fuera de las campañas.
En la lucha contra la corrupción, Zavala, Meade y Anaya apuestan, más o menos, a fortalecer las instituciones, López Obrador se apuesta a sí mismo y dice que si el presidente es honesto, todos lo serán. Un voluntarismo absurdo. Pero, ¿por qué creerle a Meade si viene de un gobierno acusado de corrupto? Respuesta: porque él es honesto. En el fondo, cabe preguntarse si su concepción de verdad es tan diferente a la del candidato morenista; ambos se proponen a sí mismos como modelo de virtud y honestidad. Rodríguez, ya se sabe, mocha manos. Zavala, ahora independiente, y Anaya vienen de un partido que prometió peces gordos en la cárcel y no cumplió y que además inició casos como el de Odebrecht. López Obrador viene del gobierno de la CDMX que quedó marcado por las ligas, la opacidad y el secretario de finanzas, visitante asiduo (17 veces) al Bellagio.
Entonces, si ninguna de las candidaturas tiene mucha credibilidad que digamos, cómo distinguir cuál es la mejor opción, o la menos peor. Por supuesto, cada quien puede votar por quien desee, por razones absurdas, del corazón o del estómago, pero más vale que se vote por un presidente que no sea autoritario y con tendencias a quedarse más allá de los seis años, cuyos seguidores no censuren a los actores (así sean pésimos) que no voten por ellos, que no saque a la calle miles de personas para contrarrestar protestas, que no descalifique a los opositores o le meta miedo a empresarios, así sean canallas, que no intimide a los medios cuando no estén de acuerdo con ellos.
Esa, al final del día, es la gran diferencia.
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