La Arquidiócesis Primada de México, dirigida por el cardenal Carlos Aguiar Retes, ha señalado la necesidad de un diálogo nacional acerca de los temas que “dividen” a la sociedad. Antes de proseguir, vale la pena señalar que, a menudo, quienes llaman a “dialogar” sobre determinados temas que “dividen”, son los que precisamente convocan a la división con dichos temas. En este contexto, sus llamados al “diálogo” no son más que una manera de decir que quieren que sus puntos de vista sean los que prevalezcan. De cualquier forma, hay que agradecer al cardenal Aguiar que tenga mejores modales que el tristemente célebre cardenal Norberto Rivera.
¿Y cuáles son esos temas que dividen a la sociedad según la Arquidiócesis? ¿Acaso son los bajos salarios, la desigualdad, los feminicidios, la justicia para unos cuantos, las policías deshonestas, los curas pederastas, la ignorancia, la falta de empleos? Nada de eso. Según el Semanario Desde la Fe, los temas son el aborto, la voluntad anticipada de morir, la legalización de las drogas o la ley de amnistía. Sobre estos temas, que la APM considera que dividen, pide que se incluyan en los diálogos de pacificación que va a organizar el futuro presidente mexicano. Por supuesto, anticipan que participarán en ellos.
Es imposible no ver en estos señalamientos de una parte de la iglesia católica mexicana el inicio de las hostilidades en contra de quien será la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien ha hablado de estos temas precisamente, aunque en un sentido totalmente distinto y con intenciones diferentes. En la cúpula de la iglesia deben estar preocupados de que se esté hablando de estos temas, pero seguramente van a ir con calma y confianza en la clara vena conservadora de AMLO.
La Iglesia Católica se niega a aceptar que el aborto y la voluntad anticipada de morir son decisiones personalísimas. Ni el Estado ni la religión debían meterse para condenar, perseguir o castigar a las mujeres que decidan abortar o a las personas que, por cualquier causa, decidan terminar anticipadamente con su vida. Al contrario, la tarea de la religión, para quienes necesiten creer en una, debía ser acompañar a la persona y apoyarla. Igualmente, el Estado debía permitir que quien decidiera la eutanasia activa lo hiciera en las condiciones menos gravosas para quienes rodean a esa persona y para ésta.
Por otro lado, la despenalización de las drogas, de todas ellas, podría permitir sacar a la luz un negocio de millones de dólares y quitárselos de las manos a los criminales. Penalizar el uso de drogas por los adultos no sólo atenta contra su capacidad de decisión, sino que es una medida del todo inútil.
Hace bien Olga Sánchez en sacar a la luz el debate sobre estos temas, pero tal vez haya que plantearlos en su justa dimensión. En el caso del aborto reconocer que es un derecho que debe extenderse a todo el país. Igual sucede con la ley de voluntad anticipada o el uso de drogas. Mantengamos estos temas en el ámbito del laicismo y del derecho de las personas, no de los claustros o las convicciones de quienes quieren dividir, para luego aconsejar cómo no dividir.
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