Ayotzinapa, la marcha de la indignación

Sí, el movimiento está desgastado...

28 de septiembre, 2015

Sí, el movimiento está desgastado; sí, hay muchos colados que buscan favorecer sus propios intereses apoyando la causa de los familiares de los desaparecidos de Ayotzinapa; sí, los familiares están divididos; sí, han perdido credibilidad por algunas de sus posturas. Pero, más allá de esto, algo demostró la marcha que recordó a los 43 muchachos a un año de su desaparición: hay una indignación real y palpable en la sociedad, más allá de divisiones, interpretaciones y declaraciones; una indignación que, a veces, se queda en casa, pero sigue existiendo.

Es difícil creer que, como dijera el GDF, la marcha del 26 de septiembre sólo integró a 25 mil personas; parecían muchas más y, de hecho, lo eran. La marcha se replicó en los estados y allende fronteras, como en los primeros meses de la desaparición. Los señalamientos eran múltiples, pero había dos que unían todas las voces: “vivos se los llevaron, vivos los queremos” y “fue el Estado”. La indignación existe y está viva en la memoria, pero, lo más grave, está viva en la vida cotidiana, no es un hecho pasado, es una vivencia que se afirma día con día con la impunidad y la corrupción.

La indignación conoce matices y grados. La hay por las desapariciones y exigen que el Estado sea proactivo en este punto. Hay otra indignación, la de la culpa, que exige que Peña Nieto y el gobierno (o los gobiernos) paguen las cuentas de la situación. Acusan de simulación a los partidos y al sistema político. Estos últimos indignados lo son por varias causas: por así convenir a sus intereses o bien porque genuinamente están molestos con la situación de inseguridad que se vive. También hay indignados en lo general; estos están inconformes con todo lo que pasa y no encuentran un canal para manifestarlo adecuadamente. No creen en el gobierno federal (ni en los otros) y cada vez que se conoce un nuevo hecho de corrupción o fracaso, se confirman las causas de su indignación. Pero este tipo de indignación paraliza; ni se informa ni se organiza, simplemente es. Es una indignación con tintes nihilistas.

Todas estas y otras indignaciones se dieron cita el 26 de septiembre para recordar que a un año de “uno de los casos más graves de violaciones de derechos humanos en la historia reciente de México” (ONU) el gobierno federal no ha logrado convencer de lo sucedido. Hay una narración lógica y posible de lo ocurrido, pero aún tiene lagunas y le faltan evidencias. Por desgracia, difícilmente todas las lagunas y los errores podrán ser subsanados. El tiempo transcurrido y los descuidos y tardanzas, más que la mala fe o el encubrimiento, han dado al traste con la posibilidad de completar una versión satisfactoria desde el punto de vista forense y legal. De nuevo, el gobierno federal nos pide conformarnos con aproximaciones y disculpar buenamente sus errores. Así, no hay manera. 

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