La marcha de Donald Trump por las primarias republicanas tal vez debería haberse acompañado con la música de Darth Vader: un algo siniestro, implacable e imparable. Al menos así lo vivieron los restantes candidatos republicanos que fueron, como en “El Imperio contrataca”, eliminados uno a uno. Supongo que los demócratas se preguntan lo mismo que la mayoría de los mexicanos que siguen la elección: ¿podrá repetir esa marcha vaderiana en la elección y derrotar a quien sea el candidato o candidata demócrata?
Mientras esa pregunta está en el aire, los demócratas se tratan de llenar de buenas vibras y hacen diagnósticos tranquilizadores. Paul Krugman, por ejemplo, en un inteligente artículo (El Financiero, 23-V-16) se burla de los “eruditos políticos que están completamente pasmados ante el auge del Sr. Trump” y asegura que las elecciones de noviembre serán una historia muy distinta, básicamente porque Clinton podrá usar las debilidades del millonario, algo que, según Krugman, los rivales republicanos no podían hacer. En primer lugar, señala que Trump está haciendo una campaña basada fundamentalmente en el racismo, algo que sus rivales republicanos no podían contrarrestar porque en la ideología republicana el racismo juega un papel. En segundo lugar, el empresario está haciendo propuestas irresponsables que benefician a los ricos. Algo que hacían, con menos éxito, sus rivales. En tercer lugar, Trump tiene un historial empresarial dudoso. “Los republicanos, con su culto a los empresarios, no podían decir nada al respecto.” Supuestamente, Hillary Clinton podrá atacar todo esto, pues no tiene las trabas de los oponentes republicanos del magnate.
Es posible que el optimismo un poco simplón e ingenuo de Krugman sea real, pero tal vez está apostando demasiado pronto a Hillary. La cosa en el partido demócrata no está decidida. Es cierto que la exsecretaria de Estado le lleva casi 300 delegados a Sanders, pero aún faltan varias primarias, la más importante, la del último supermartes, el 7 de junio, en que se deciden seis estados, entre ellos California, en donde Sanders puede dar la sorpresa. Incluso, los llamados superdelegados podrían evaluar que apoyar a Clinton, una candidata con tantos negativos, podría ser un mal negocio.
Las encuestas, que no deciden nada, pero que sugieren muchas cosas, están diciendo que Trump prácticamente está en igualdad con Hillary por primera vez. Ambos aspirantes comparten, según esas mismas mediciones, un alto voto negativo: un 57%. Los demócratas se consuelan pensando que una vez decidido el candidato, la popularidad de la que goza Obama ayudará a su causa. Otra apuesta optimista.
Contestando la pregunta que encabeza este editorial hay que apuntar que un triunfo de Trump dificultaría mucho la relación entre Estados Unidos y nuestro país. El gobierno de Peña Nieto no tiene el antídoto contra la agresividad del magnate. En realidad, nadie lo tiene. Dificultar esa relación en los dos últimos años de la actual administración podría ser un buen escenario para aquellos que creen que mientras peor vaya la cosa, mejor les irá a ellos. No sería extraño que los autoritarios “outsiders” mexicanos apuesten al triunfo de un autoritario “outsider” como Trump.
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