Hay muchos más motivos para enorgullecernos de cómo los ciudadanos y las autoridades han respondido a las tragedias que para lamentarnos. Ya se dijo aquí que nos guste o no, toda catástrofe pone a prueba a las sociedades y a sus gobiernos. Hoy, como en 1985, la ciudadanía sale airosa de la dura prueba que representó el sismo. Hoy, a diferencia de 1985, se vieron autoridades con otra actitud, más entregadas, más atentas, tratando de tranquilizar y tratando de fijar prioridades a partir de análisis de las situaciones. El tiempo dirá cuál es su evaluación final. ¿Pudieron hacer más, pudieron hacer las cosas de forma diferente?
Sin embargo, en medio de las luces hubo sombras y muchas estupideces. Algunos diciendo en redes que era un castigo de Dios, otros acusando al gobierno al que culpaban de haber sabido desde antes que venía un terremoto. Otros más, avisando en Twitter que se acercaba otro terremoto. ¿Qué buscaban estas estupideces, bromear, formas de medir respuestas, fanatismo? Hubo mensajes que acusaban a los medios de comunicación de protagonismo desmedido, como una forma de conseguirse publicidad. En principio, los medios son negocios privados, pero no se puede decir que hayan antepuesto sus intereses comerciales a la tarea principal: informaron, orientaron, ayudaron, fueron una ventana al dolor y las esperanzas de muchos. Han sido ejemplares en esta tragedia.
Por otro lado, algunos de los actores políticos han tenido un papel irrelevante, tristemente irrelevante. Los partidos políticos, todos ellos, la Iglesia Católica, amplios sectores de la iniciativa privada. Que algunas empresas globales, como FB o Google hayan avisado que donarían un millón de dólares cada una, hace preguntarse dónde están algunas grandes empresas mexicanas a la hora de ayudar. El silencio de AMLO o las palabras de Ochoa Reza buscando la manera de “donar” un dinero que no es suyo como si se tratara de una generosa donación. ¿Cuánto donó él en lo personal, considerando que es un hombre millonario? No es de descartarse que políticos que tienen fortunas inexplicables se froten las manos porque el acento mediático se pone en otro lado.
No faltan los miopes que sólo vieron la solidaridad de la gente, pero no a los soldados, marinos, policías y servidores públicos aguantar hora tras hora en la búsqueda de personas, en la ayuda con sus aparatos que perciben el calor o con los binomios de perro-hombre. Hay que reconocer este esfuerzo al que estaban obligados, pero que cumplieron con gusto en su mayoría. Por otro lado, hubo quienes magnificaron los desacuerdos entre voluntarios y autoridades respecto a los rescates. Al calor del momento las opiniones se enfrentaron, qué hacer y cómo. La urgencia desbordó los ánimos, pero en la mayoría de los casos se dio un entendimiento y una coordinación. En este tema, los voluntarios rebasaron las necesidades en algunos sitios. Grupos de personas buscando donde ayudar, trasladándose de un lugar a otro. Era el desorden que viene del ímpetu por ayudar. En este punto, las autoridades no supieron en la mayoría de los casos organizar adecuadamente a este potencial.
En todo esto, hay un punto más interesante. Circula por redes sociales una petición para que no se les dé dinero a los partidos políticos para las campañas. Es cierto que hay que reducir esos apoyos, pero cancelarlo del todo es una estupidez. Quienes piensan así tal vez lo que están buscando es ahorrarse de una vez ese presupuesto y el del INE, el INAI y otros organismos y contar con un dictador, una especie de Maduro. Así no se gastaría el dinero de esa forma. Pero esa petición tiene una base sólida: el hartazgo de amplios grupos sociales por la clase política. Los partidos tendrán que cuidarse el año que viene porque el recuerdo de estos terremotos estará fresco en la memoria y su propaganda podría tener respuestas furibundas. Harían bien en cambiar la ley y hacer que se les otorgue sólo la mitad de los recursos; el resto se podría dar directamente al fondo de reconstrucción. Para que nadie ande buscando cómo hacer caravana con sombrero ajeno.
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