S. S. Francisco debiera, más que nunca, fungir como intermediario

Su Santidad, el Papa Francisco, ha mostrado desde el inicio de su papado, una vocación de intentar fungir como intermediario para la solución de diversos...

20 de mayo, 2020

Su Santidad, el Papa Francisco, ha mostrado desde el inicio de su papado, una vocación de intentar fungir como intermediario para la solución de diversos conflictos, sobre todo de índole política. Independientemente del éxito o no de cada uno de esos intentos, la sola presencia del pastor de una de las iglesias  más  importantes en el mundo, pesa. Hoy, ante el prácticamente inédito fenómeno del coronavirus que vive toda la humanidad, sería deseable ver al Vaticano en una actitud mucho más sensible y proactiva. Desde luego que se agradecen sus llamados a la oración panteísta, sus mensajes de ánimo y esperanza, incluso su labor social mediante la fundación CÁRITAS, pero su altísima investidura puede influir aún más para bien.

 Una forma de utilizar el peso específico de su respetada figura pudiera ser la de fungir como impulsor ante los organismos financieros internacionales, con el fin de condonar a los países más pobres, y por ende, golpeados por los efectos funestos de la pandemia. Quizá no la totalidad de las deudas que vienen arrastrando por décadas, sino solamente la condonación de  cuándo menos una reestructura de dichos pasivos, que permitiera a esos gobiernos liberar recursos para afrontar la inevitable crisis que viene. El que los países contraigan nueva deuda, solo equivale a las transfusiones sanguíneas a los enfermos de cualquier tipo: dan un importante alivio, pero no solo temporal, sino incluso artificial; la enfermedad no solo continúa, sino que, incluso, se agrava.

 Son tiempos muy difíciles para el mundo, donde figuras como las del Papa Francisco tienen una responsabilidad grande, que demanda utilizar toda su inteligencia, talento e imaginación, para realmente influir tangiblemente en favor de los más desfavorecidos, que tristemente son mayoría. Un papel como el que sugiero, supondría un legado nunca antes visto a la humanidad por parte de un alto jerarca de una iglesia.

  Y no es que alguien pretenda que, como alguna vez le espetó Diego Armando Maradona al Papa Juan Pablo II, al ver los techos de oro en El Vaticano: “¡Vendé el techo, fieraa, para los pobres!”. Pero tampoco el que su participación y ayuda se limiten solamente a la limosna caritativa o al bálsamo resignante de sus llamados a la fe y la oración (que obvio, nunca estarán de más).

Son tiempos de que los líderes globales se pongan a la altura de las circunstancias. En México, ya en el Senado se hizo un llamado en ese sentido; también los líderes de las iglesias en este país pudieran tener un rol mucho más activo. Por citar un ejemplo, que dejara ya de ser un tema tabú la cuestión del pagaré IPAB (o ‘FOBAPROA’) que, sin duda, limita el margen de acción de nuestro gobierno; la banca mexicana goza de cabal salúd, mucho le ha dado este país a esos entes financieros, sobre todo a los transnacionales. Es momento de unidad, de dejar la indolencia y la ortodoxia un poco de lado; el episcopado mexicano pudiera intentar algo en esa dirección, con el intento no se pierde nada, y al contrario, se puede ganar en favor de todos, y mucho.

 

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