La Revolución Cubana y la lengua de Cervantes

La Revolución Francesa, a finales del Siglo XVIII, estaba convencida de haber creado, ni más ni menos, que una nueva era en la Historia de...

4 de marzo, 2020

La Revolución Francesa, a finales del Siglo XVIII, estaba convencida de haber creado, ni más ni menos, que una nueva era en la Historia de la Humanidad, y eso suponía también cambiar el calendario completo (el gregoriano) por uno más acorde con los nuevos tiempos: el calendario republicano. Así que a partir de 1792, año de la proclamación de la Primera República, el calendario francés se ajustó, básicamente, al sistema decimal. Por ello, los meses constaban de tres décadas, el día de 10 horas, la hora de cien minutos y el minuto de cien segundos; entre otras novedades, se contaba con días festivos nuevos, con nombres como “virtud, genio, trabajo y opinión”; los años bisiestos llevaron el nombre de “franciadas”, iniciando el año en el equinoccio de otoño, con doce meses con nombres como “germinal, floreal, mesidor, terridor, vendimiario, brumario, nivoso y pluvioso”. Dicho calendario revolucionario solo estuvo vigente por escasos doce años, ya que el Senado restableció el calendario gregoriano para el año 1806.

   El triunfo de la Revolución Rusa, a principios del Siglo XX, supuso afanes igualmente megalómanos para sus líderes y crearon un calendario revolucionario soviético, aunque no tan radical como el francés, fundamentalmente con la finalidad de optimizar la productividad obrera.

   Con el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, una oleada de soberbia pretendió cambios, propuestas y experimentos de todo tipo que fracasaron de forma estrepitosa. Una de las ideas más descabelladas fue la de crear una variante lingüística a la lengua castellana, esgrimiendo el argumento de facilitar las ambiciosas campañas alfabetizadoras, por ejemplo, la eliminación total de la “hache muda” de nuestro idioma.

   Casi cuatro décadas después, esta propuesta emanada de la Revolución Cubana cobró de nuevo vida, y fue en el marco del Primer Congreso de la Lengua Española en la Ciudad de Zacatecas (México) donde el escritor colombiano y premio nobel de literatura lanzó esa misma propuesta y otras más dentro de su discurso intitulado “Botella de mar para el dios de las palabras”, donde hablaba de “jubilar la ortografía, terror del ser humano desde la cuna” del idioma español, “liberando así nuestra lengua de cara al siglo XXI”, “enterrar las haches rupestres, firmar un tratado definitivo entre la ge y la jota” y prácticamente la eliminación de los acentos. Sin duda, esta propuesta venía del viejo anhelo revolucionario que planteó su fraternal amigo Fidel Castro, ya que la adhesión de García Márquez al Comandante y al Régimen cubano era, según sus propias palabras, similar al catolicismo: la de “una comunión con los Santos”.

 

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