De la soberbia humana

La soberbia, en la religión católica, significativamente mayoritaria entre los mexicanos, se contempla como uno de los siete pecados capitales. Sin el afán de caer...

19 de marzo, 2020

La soberbia, en la religión católica, significativamente mayoritaria entre los mexicanos, se contempla como uno de los siete pecados capitales. Sin el afán de caer en vericuetos teológicos y/o filosóficos al respecto, y basándonos en la realidad histórica, con más énfasis, de las últimas décadas, caería por su propio peso en el supuesto de ser el mismísimo “pecado original” con el cual todos los hombres (supuestamente) nacemos, independientemente de ritos como el bautismo, que dicen borrarlo o atemperarlo con el simple acto consistente en unas cubetadas de agua “bendita” en la cabeza del bautizado, acompañado de las oraciones de otro ser humano, que en no pocos casos, en su vida personal, puede cargar con todos los pecados previstos en los famosos mandamientos bíblicos y sus derivados éticos y morales. De la “confesión”, mejor ni hablar.

En el siglo XVIII, el filósofo escocés David Hume, nos arrojaría una muestra clave de que el principal pecado y falta del ser humano en este planeta no es otro más que la referida soberbia, y ésta se expresa bajo los postulados del cristianismo mismo, con eso de que el Ser humano está hecho “¡a imagen y semejanza de Dios!”. El concepto de “Dios” es algo tan enorme complejo que escapa por completo a nuestro raciocinio y entendimiento y aún así nos atrevemos a compararnos con eso, sin siquiera reparar en que está demostrado que otras especies de animales tienen un coeficiente intelectual incluso más alto que el del Homo Sapiens, con la enorme y ventaja clave de nuestra especie de tener el dedo pulgar oponible y el caminar erguidos, características ambas, sumadas al lenguaje, que han hecho que nuestro intelecto se exprese por medio de la ciencia y se convierta en tecnología para nuestros avances materiales. Hume sostenía, a grosso modo que la verdadera  diferencia estaba entre nosotros y los otros animales bajo el simple axioma de que NO somos pequeños dioses inferiores, sino que una simple especie de animales, un poco superiores por las características antes ya citadas, y solo, además, de un tamaño mediano; su perspectiva nos deja ver lo sobrevalorado que tenemos a nuestras propias características humanas (y aquí es donde entraría la SOBERBIA como principal falta, error y/o pecado). 

En el cuadro sinóptico que esta adjunto al presente texto, David Hume nos evidencia que el ser humano con dogmas religiosos cristianos traza su línea en el lugar equivocado, y que todo intento nuestro por definir lo que estaría por encima de esa línea, referida a Dios, están condenados a un rotundo fracaso; en su afamado ensayo “De los milagros” se puede ahondar mucho más en sus postulados filosóficos.

El soberbio y absurdo antropocentrismo, que no solo es omnipresente en el cristianismo, nos ha llevado ya, ni más ni menos, que a un cambio de época geológica, el “ANTROPOCENO”, sucediendo al Holoceno, dentro del periodo actual en la historia terrestre, denominado Cuaternario, y que básicamente consiste en el impacto, dañino por necesidad, que el ser humano le ha infringido ya al planeta, como depredador monstruoso, considerado éste desde el inicio de la Revolución Industrial, pero creciente de forma exponencial en las últimas décadas, años y meses; los efectos del cambio climático nos causan a todos ya evidentes perjuicios y sus estragos están a la vista, y ni siquiera así hay esfuerzos supranacionales significativos por revertirlo, detenerlo o siquiera desacelerarlo; ergo, si Dios y el Ser Humano son similares en cuanto a su imagen y semejanza, este ente inmensamente fuera del alcance de nuestra comprensión, y bajo los pobrísimos, pero tan sobrevalorados estándares intelectuales y espirituales de los humanos, sería un ser no solo perverso y desalmado, sino inconmesuradamente estúpido. Lo cual no tendría por qué serlo, habida cuenta de que en este diminuto punto azul en medio de la inmensidad, estaría pleno de EQUILIBRIOS, que de entrada, harían que el planeta funcionara con la mínima armonía para no estar enfermo de una plaga parecida a la de la sarna con un perro.

Por todo lo anterior, la SOBERBIA, y sus hermanas, la estupidez y la mezquindad, sellos de nuestra especie y de nuestros tan fugaces tiempos, hacen que sea el origen y el destino de todos los males padecidos, no solo por nuestra, tan insistente, insignificante existencia como especie animal, sino como algo un poquito mayor: la paulatina destrucción de ese diminuta esfera azul y enferma, con un padecimiento fugazmente aparecido, hay que decirlo, porque incluso y dentro de la ridícula pequeñez del planeta que habitamos, el tiempo de nuestro advenimiento aquí en la tierra, es insignificante en cuanto a los tiempos de la ciencia que denominamos como geología. Una ventaja del planeta, es que la naturaleza dota al planeta de una enorme capacidad de resiliencia, demostrada esta ahora mismo, con dos simples ejemplos: la espontanea limpieza, con aguas ya cristalinas y con peces de los canales de Venecia, y el regreso de delfines a aguas cercanas a los puertos puertos comerciales de Italia, esto ante la breve ausencia del hombre, de unas pocas semanas.

 

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