Victorianohuertistas vs. dialogueros

Dos fantasmas recorren México: el de Victoriano Huerta y el de Neville Chamberlain. Todo espiritista podrá ver con ellos a las víctimas iniciales de ambos espectros: por un lado, don...

6 de diciembre, 2014

Dos fantasmas recorren México: el de Victoriano Huerta y el de Neville Chamberlain. Todo espiritista podrá ver con ellos a las víctimas iniciales de ambos espectros: por un lado, don Francisco Madero; y por el otro —nomás para abrir boca— Checoslovaquia. Luego México sufrió una guerra civil y el mundo una guerra mundial.

El buen Chamberlain dialogó y dialogó y dialogó y dialogó y dialogó. Al regresar de Munich presumió de haber firmado unos acuerdos importantísimos de “paz para nuestro tiempo”; mandó al pueblo inglés a dormir, y ya sabemos qué hizo Hitler. Don Panchito también creía en el diálogo. Ni él ni Chamberlain atendieron advertencias: uno desdeñó a Churchill y el otro no le vio facha de chacal al general Huerta.

Hoy se asoman encima de los espectros los legítimos empeños del mexicano que quiere vivir en paz, que lo dejen trabajar, y que ni el gobierno ni un ladrón le quiten el fruto de su trabajo. Ese mexicano ultramayoritario tiene hoy mejores perspectivas que nunca antes en su vida para mejorar de veras su bienser y su bienestar. Fundadas aspiraciones porque (salvo la deforma fiscal) las reformas antimitológicas y antidemagógicas de los dos primeros años de este régimen pueden dar una voltereta a las posibilidades de este país y un rotundo empujón a un mejor futuro, para beneficio de la inmensa mayoría de la gente.

Algo así no concuerda con la ideología (mejor dicho, mitología) y proyectos de poder de los victorianohuertistas. No admiten para su enemigo político un sonoro triunfo y trabajan 24/24 para sabotear y bombardear los anhelos del auténtico mexicano, a quien ellos no representan.

Tal confrontación podría arruinar las fundadas aspiraciones de la gente y hacer triunfar a sus peores enemigos, si las autoridades de todo nivel no se atreven a aplicar la ley porque están repletas de dialogueros y sólo atentas a los derechos del saboteador violento, desestabilizador y mercader del caos.

Los modernos panchitos y Chamberlain que “apuestan” al diálogo y “privilegian” el diálogo se niegan a cumplir lo que solemnemente, brazo en alto, prometieron: guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes (no prometieron dialogar). Caiga quien caiga y tope donde tope, el principio básico e inmutable es que el estado de derecho sólo sirve para hacer pronunciamientos y adornar discursos.

Ultimadamente, ¿dialogar sobre qué? Si la ley se queda de lado, negociar implica romperla o ignorarla. No importa la ley para autoridades a la defensiva y abanicadas por rasguñar los delicadísimos derechos humanos de los energúmenos en vez de los derechos de quienes no se encapuchan ni bloquean caminos ni roban camiones ni asaltan negocios ni incendian coches y edificios ni lanzan cocteles Molotov y petardos con metralla ni lastiman a policías inermes. Impunemente.

No le gusta tampoco la ley a una Comisión Nacional de Derechos Humanos que el 1º de diciembre comete el delito de obstruir a la justicia al formar a su gente en valla entre la policía y los encapuchados, romper la flagrancia e impedir detenciones. Y hasta obligó al GDF a abrir la estación Hidalgo del Metro pero no para transportar al pueblo sino a los nuevos nazis, luego de que perpetraron en Reforma una nueva Noche de los Cristales, remembranza de la Kristallnacht del 9 de noviembre de 1938, con que los paramilitares de Hitler ejercieron extrema violencia contra sinagogas y negocios de judíos. Y esa CNDH, tras impedir actuar a la policía mientras los encapuchados arruinaban lo que no es suyo, se pronunció por… ¡el estado de derecho! No habló de los derechos de los humanos agraviados en su propiedad o de los clientes de tiendas y cafeterías destrozadas. ¿Pero quién ha defendido jamás, desde esas comisiones, a las víctimas?

Más derechos humanos: unos vándalos de Ayotzinapa (de allí eran los incendiarios de una gasolinería en Chilpancingo, donde murió el empleado Gonzalo Miguel Rivas, que nadie recuerda) se roban camiones y viajan a Iguala. Si la policía les hubiese impedido robar camiones, nadie los habría matado.

Una frase hueca llena sus pulmones: “no se combate la violencia con más violencia”. Como si para aplicar la ley hiciera falta matar gente. Aquí, la ley es último recurso, no costumbre de todos los días. Pero el monopolio de la violencia legítima no es para matar sino para prevenir la delincuencia, juzgarla y castigarla.

Hoy el miedo cobarde resulta más grave y peligroso: como nunca en muchas décadas, hay una insurrección. Lo digo responsablemente y sin ánimo conspiranoico: es una lucha insurreccional, con inspiración maoísta y objetivos políticos profundos, cada día más lejanos de la inicial exigencia de justicia por los sucesos de Iguala.

Acusan al “Estado” (el gobierno federal) de crímenes entre bandas rivales, una del presidente municipal. Le rebotan eso al presidente de la República, él da la mano y le toman el pie al convertir una lucha de bandas en “crimen de Estado”. Le exigen resucitar a 43 y critican a un procurador que presentó el mejor informe criminal de que tengo memoria, porque no están vivos los cadáveres. Y el entonces dirigente perredista que palomeó a Abarca para candidato (advertido de sus antecedentes) culpa a Peña del crimen, atiza una borregada de redes sociales y le exige renunciar: “quítate tú para ponerme yo”. Victoriano Huerta estaría orgulloso.

Vaya proeza de manipulación al estilo Goebbels. No son aficionados los que ganaron el factor sorpresa al gobierno federal con acciones coordinadas, admirablemente sincronizadas y financiadas, que evidencian planes diseñados de antemano y ejecutados disciplinadamente y sin “anarquía”. Es una lucha insurreccional largamente planeada.

El gobierno federal no estaba preparado para algo así. De allí su parálisis, pasmado ante fuerzas que no reconoce y aparentemente no ve como lucha insurreccional preparada por guerrilleros, delincuentes, traficantes y políticos con mucho dinero. Y ni hablar de autoridades locales como el “tolerante” nuevo gobernador de Guerrero (aliado de secuestradores de las FARC de Colombia), que explícitamente se negó a aplicar la ley apenas juró cumplirla.

El valiente dura mientras el cobarde aguanta. El delincuente persiste hasta que el poder legal frena la impunidad y usa sus atribuciones legales. Vale decir, cuando deja de cobijarse en tratar de detener con exhortos al incendiario o hasta al asesino.

Defender al poder legalmente constituido (hayamos votado por Peña o no; nos guste o no) es defender a México. Es respaldar la legalidad y el derecho. Nada hay más necesario, pero no hay mucho tiempo. Lo único admisible en esta circunstancia golpista y desestabilizadora es la ley, aunque se molesten los facinerosos y la CNDH. Hacerlo no implica que sea simpático el capitán sino que el avión siga volando.

No ha inventado la humanidad un instrumento más eficaz para vivir en paz, que la ley y el estado de derecho. Esto obliga a tener policía, y no hay policía sin castigos y cárceles. El estado de impunidad con la coartada tranquilizante del diálogo, los discursos y los pronunciamientos, sólo cobija a los que quieren derribar al gobierno y mandar al diablo la paz.

Hay esperanzas. La primera es que quien tiene la legitimidad son los poderes del Estado, y no sólo a nivel federal. La segunda es la exigencia, ya casi desesperada, de la gente de paz y de trabajo, de que esos poderes apliquen la ley contra quien tanto daño está haciendo. No hacen falta decálogos ni nuevas leyes sino hacer valer las que ya existen.

El gobierno sabe quiénes cometieron los crímenes de Iguala, quiénes son los encapuchados y qué corruptos de renombre puede mandar a la cárcel, pero parece estar paralizado cuando llama al diálogo a salvajes admirablemente sincronizados, organizados, financiados y dispuestos a lo que sea.

Ninguna insurrección puede triunfar sin apoyo popular. Felizmente los victorianohuertistas cometen un grave error: granjearse la enemistad del pueblo al bloquear carreteras y aeropuertos, provocar escasez por robos a camiones en Guerrero, romper vidrios y negocios, incendiar e intimidar y provocar terror, abandonar las escuelas ciertos “maestros”. Gozará de apoyo la autoridad que de veras se decida a combatirlos, si lo hace con correctos protocolos y procedimientos. Algo así les dará un poco de lo más angustiosamente necesario para este gobierno: confianza.

Tienen que darse cuenta del riesgo que corren si siguen la timoratez de Madero y Chamberlain, de creer en la buena fe de los coyotes y dialogar con ellos para que dejen de comerse a las gallinas.

 

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