Las mayores desgracias no se anuncian; los terremotos y maremotos irrumpen como un ladrón en la noche: por eso se dice que llegan con nocturnidad. De improviso. Inesperadamente. Pero hay desgracias cuya aparición se anuncia por ley.
Tal pensamiento me sobrevino anoche en una de mis consabidas pesadillas, episodios nocturnos lejanos de mis sueños húmedos adolescentes y demasiado cercanos al sumidero de la locura adonde me empujan los más destornillados espectros. Esto que escribo parece el crepúsculo de mi salud mental.
Sentí vivamente la desgracia de que por ley se acaben los spots promocionales de los partidos políticos.
Ya no podremos recibir la cotidiana orientación ciudadana que nos daba el riquísimo florilegio de anuncios electorales. Ya no nos enteraremos de cómo nuestras más costosas instituciones decretadas como de interés público —los partidos— aprovecharon la garantía elevada a rango constitucional de gozar de minutos forzosos en los medios electrónicos, y así han cumplido cabalmente su deber de orientar a la República en los grandes asuntos de interés público.
Ya no sabremos en voz del PT que vivimos en desgracia porque los gobiernos entregaron el oro y ferronales (gulp, no sé qué son los ferronales pero no importa: si el gobierno es capaz de entregar hasta los ferronales, es capaz de entregar todo). Ya no oiremos el cantito feliz de cómo los ciudadanos hacemos juntos las elecciones y votar es hacer un México ganador, ni nos dirá Marcelo Ebrard que pudimos haber votado por él (no dice que nunca estuvo en la boleta presidencial) y nos propone que lo quitemos… pero no podremos quitarlo porque no está ni podrá estar en nada electoral. (Y en la cárcel tampoco porque jamás los gordos pisan ese lugar maldito donde reina la tristeza y no se castiga el delito: se castiga la pobreza; ecos de José Revueltas.)
De plano protesto por el desmán legal que nos obliga a privarnos de la valiosísima información cívica que nos brindaban cotidianamente en mensajes de espléndida musicalidad y poesía: ¿a poco no? Como la noticia de que los humanos somos humanistas o de que algún partido político da esperanza porque en él no hay políticos.
Jamás sospecharé que un PRD que canta contra los abusos esté formado por abusivos que según malas lenguas —completamente infundadas— han convertido en cuevas de Alí Babá las delegaciones políticas del DF a base de permisos que cobra el burócrata a quien sí se atreve a trabajar formalmente, pero qué tal los ambulantes. No: es un vulgar malicioso el que tacha de mentiroso a un partido que dice gobernar para nuestro bien cuando mantiene las calles llenas de agujeros durante la sequía, cuando sabemos que los baches los hacen las lluvias. Me sirvieron esos spots para documentar mi intención de votar por un partido así de congruente y responsable. Me ayudaron también a documentar mi optimismo.
Y hablando de optimismo, hará un agujero en el cuadrante la ausencia del optimista López Obrador, que si bien no figura en boleta alguna, no deja de orientar a la Patria para evitar que caigamos en el despeñadero: su voz de esperanza preludia la campaña del 2018, aunque ciertos malquerientes crean que estará invalidado por hacer campaña anticipada. Pero como es de sabios cambiar de opinión, el novedoso Instituto Nacional Electoral (si sigue existiendo en el larguísimo plazo de 3 años) no se fijará en detalles ilegales de tan poca monta como ese.
Desgraciadamente ya no podré deleitarme con los efímeros pero muy recordables mensajes patrióticos que nos invitan a conocer el color inmarcesible de la piedra filosofal de la política: el turquesa, que es fe y esperanza. Me hará falta ese cotidiano derroche de talento: no sabía que la turquesa tuviese una alquimia tan poderosa.
Y si a colores vamos, qué decir del Verde si hasta me llegó una credencial de descuentos y una mochila verde diciendo que el Verde sí cumple. Todo eso a mi domicilio. Y me llaman afiliado, con mi apellido (por una vez) bien escrito. Con razón hablan los personeros de ese negociazo (¡perdón! partido) que tienen 2 millones de afiliados, si me hicieron la gratuita cortesía de llamarme “afiliado” y utilizar mi nombre, obtenido con autorización de quién sabe quién. Me hará falta que me recuerden las cosas que cumplen: prohibieron animales en los circos (y ahora los matan de hambre o a balazos, espetan esos canijos malquerientes que nacieron para negar y renegar). Y protestaré también de que al Verde le nieguen por 3 días 3 el derecho a exhibir su talento antes de las votaciones. ¡No se vale tal rudeza, tan injusta como innecesaria!
No, no se vale. Propongo modificar otra vez la Constitución pero ahora para ofrecer a los ciudadanos patriotas como yo la posibilidad de oír incesantemente spots de los partidos, fuera de las campañas y con la frecuencia de hoy. Es imprescindible para politizar nuestra consciencia oír cómo el PAN golpea al PRI y cómo el PRI golpea al PAN por sus respectivos éxitos y fracasos. Urge a los votantes participar en la academia de concientización política que significan las cantinelas y estribillos, coros y lamentaciones, ataques y autoelogios de los partidos de todo tamaño y color.
¿Qué vamos a hacer cuando pasen las elecciones y oigamos programas musicales sin interrupciones y pausas comerciales más cortas? ¿Aguantaremos tal sacrificio? Sufrirá nuestra consciencia política y nuestra formación democrática como ciudadanos cuando ya no nos revelen los colores y siglas que son camino, verdad y vida para la Nación. Nos quedaremos sin recordar qué prometieron los sonrientes candidatos cuando se sienten en su curul y empiecen a mochar (¡perdón! a cobrar sus dietas). ¿Sabremos si bajaron más recursos federales para retiharto gasto social? ¿Sabremos algo de los candidatos amarillos que hoy ponen la vista en blanco como éxtasis místico de Santa Teresa ante la perspectiva de brindarnos mejores leyes desde la Asamblea del DF?
No: será insoportable quedarnos sin esos sempiternamente ricos e inmarchitables mensajes. Protesto enérgicamente. Necesito como ciudadano abrevar de la inteligencia e imaginación política, la relevancia y pertinencia que han exhibido en esta campaña, y el invaluable mensaje patriótico que han brindado para entusiasmar a los interesados en la cosa pública a volcarse sobre las urnas en loor patrio el 7 de junio.
Ante tal grandeza, generosidad histórica y talento político me parece inexplicable que haya malquerientes que en un 91% consideren que los partidos son aún más corruptos que los policías (90%). Y muchos de ellos, aduciendo defender la democracia contra la partidocracia, ¡prefieren anular su voto! ¿A quién se le puede ocurrir estar contra partidos y políticos de la calidad que han exhibido en esta campaña? ¿Cómo no agradecer el que nos saquen tantísimo dinero para sostener su patriótica gestión? ¿Cómo puede haber quien agradezca que muy pronto se acaben los spots?
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