Estaban casi vencidos por el sueño los esforzados redactores de la nueva Constitución de la Ciudad de México Ifigenia Martínez, Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, nombrados para eso por Miguel Ángel Mancera. Él de vez en cuando supervisaba que no fueran a descarrilar su instrucción de que esa nueva Carta Magna mexica fuera de avanzada. Tales redactores brindaban sobrada garantía de que el texto respondiera a un proyecto progresista y harto democrático, pero no estaba de más la paternal supervisión del doctor que nombró a tan ilustre tríada.
Se caían de sueño, decía, cuando se les apareció Leviatán, genio inspirador de la política moderna, con cuyo nombre tituló Hobbes su libro de 1615. Les dijo así:
Os saludo, oh notables constituyentes. Yo, Leviatán, he ordenado que todo individuo ceda su voluntad a un poder único, para acabar con el caos. Inspiraré vuestro noble empeño de redactar una Constitución de avanzada.
Deberéis lograr que la Constitución que redactáis sea permanente. Una ley fundamental duradera, sin jamás consentir un paso atrás. Sería absurdo pervertir una Constitución progresista si quedase como instrumento regresivo al arbitrio de la burguesía explotadora. Si es progresista, defiende el derecho del Estado a tutelar su imperecedera letra, como conquista sindical que no admite regresiones. No habrá reformas como las neoliberales de Salinas y su pupilo Peña, so pretexto de que el Congreso las había aprobado. Quedará descartado un desatino de tal jaez.
Empezaré por lo central: el dinero. Sabéis que no hay poder estatal sin él, y es allí donde se resuelven las contradicciones y como se hacen posibles las nobles tareas del poder estatal. Bien decía mi pupilo Amschel Rothschild que no le importaba quién hiciera las leyes si él controlaba la emisión de dinero. Empezad por el principio: no sólo controléis el dinero; hacedlo desde una ley fundamental intocable.
Bien sabéis que el Servicio de Administración Tributaria, controlado por funcionarios por quienes no votó nadie, recibe el dinero del público pero con dos graves limitaciones que habréis de corregir:
1. La autoridad estatal espera a que la gente pague sus impuestos, cosa que a veces no hace. Necesita el Estado perseguirlos, acosarlos, aterrorizarlos, fiscalizar bancos, revisar deducciones, contratar abogados, acudir a tribunales y hacer gastos innecesarios. La manera de evitar eso es invertir la tortilla; os diré cómo.
2. El dinero en efectivo permite amplísimos rangos de evasión y falta de control sobre las transacciones. En México sólo un tercio de la población usa los bancos; en países progresistas como Suecia el efectivo casi ha sido erradicado. El dinero en el bolsillo o en el colchón da a la gente espacios inadmisiblemente anchos para su libertad, mal entendida pues no proviene del poder del Estado.
Vosotros tres lo sabéis y no os tengo que convencer: la libertad natural es fuente de caos, y la propiedad privada aumenta la libertad pero por ello el desorden. Mi enemigo John Locke dijo que era uno de los tres derechos humanos fundamentales junto con la libertad individual y la vida, pero en el feliz México la Constitución de 1917 dice que la propiedad privada proviene del Estado. Con eso vamos de gane.
Sabéis, gente culta como sois, que el cambio más revolucionario con el dinero estatal se originó en 1913, cuando Estados Unidos instituyó el impuesto sobre la renta. Álvaro Obregón lo impuso en el centenario de la independencia, 1821. El ISR implicó un giro radical: el producto del trabajo pasa a ser del Estado, que tolera dar al trabajador cierta proporción. En otras palabras, el Estado posee el ingreso del trabajador pero le cede un pedazo. Hoy le deja el 65%.
¿Pero para qué tantas vueltas? Será mucho más fácil y avanzado que de una vez el Estado maneje todo el dinero y le dé a la gente lo que decida. Ya lo decreta hoy, pero si goza del monopolio de la emisión de instrumentos monetarios, ¿para qué esperar que la gente le declare sus ingresos y hasta evada la obligación de pagar? Todo se facilitará si el Estado ejerce plenamente su rectoría al poner fuera de la ley la posesión particular de dinero no proveniente de su poder soberano.
Os haré una analogía. Sabéis que el manejo individual de automóviles da a los conductores la libertad de chocar y atropellar, provocar atascos de tránsito, contaminar el aire y contribuir al calentón global. Para evitarlo bastará que los automóviles se manejen automáticamente. Ya la ciencia ha avanzado en los coches sin chofer.
De idéntica manera, impediréis el uso libre y caótico del dinero en posesión de los individuos. La población no necesitará billetes cuando el Estado concentre en beneficio social y colectivo los bienes públicos, ejerciendo cabalmente su rectoría.
Habréis entonces de redactar un capítulo de la Constitución de la Ciudad de México a titularse “De la Administración Científica de los Bienes Públicos”, donde se decretará que corresponde el Estado la propiedad de todos los bienes, monetarios o no, y podrá decretar qué proporción de éstos se transmite en propiedad privada a los particulares, mas siempre con tarjetas e instrumentos bancarios modernos, suprimiendo el anticuado dinero en efectivo. Con esto habréis de prohibir toda posesión particular de lo que en otros tiempos se llamó dinero amonedado en oro y plata. Lo único precioso en un Estado moderno es el bien de la colectividad. De inmediato, además, se conseguirá la justicia social, porque el Estado dará a cada quien el dinero que necesite.
Junto con esto, y para mantener prístino vuestro espíritu progresista, dejará de tener sentido el anacrónico artículo 5º de la Constitución, que dice “A ninguna persona podrá impedirse que se dedique a la profesión, industria o comercio que le acomode, siendo lícitos.” Un Estado moderno no puede admitir ordenamientos que conducen al desorden.
No os preocupéis de la presión internacional contra vuestro proyecto porque yo inspiro al poder financiero imperial. Mirad a EEUU: suprimir la plata monetaria (1873), impuesto sobre la renta y monopolio de propiedad bancaria para emitir moneda (1913), prohibición de poseer monedas de oro (1933), y matar toda liga monetaria con el oro (1971). Sólo nos falta acabar con el efectivo.
Así, con firme base en la Primera Constitución Social del Siglo XX, habréis de construir la Primera Constitución Total del Siglo XXI. Un instrumento de imperecedera vigencia que vencerá para siempre las pulsiones liberales; una solución progresista para acabar de cuajo con el caos monetario y sus secuelas económicas y sociales; y una solución final contra los enemigos del Estado.
Por ahora os dejo estas instrucciones, esperando volver a ilustraros para la bella labor que os ha encomendado el doctor Mancera, en beneficio de las ciudadanas y ciudadanos del futuro en la CDMX.
Yo soy Leviatán, y no hay poder en la Tierra que se compare con el mío.
Así se despidió, tras dejar admirados y bien despiertos a Ifigenia, Cuauhtémoc y Porfirio, ese trío de notables cuya noble encomienda es redactar y firmar un documento rector de toda nuestra vida, que comenzará diciendo: “Nosotros, el Pueblo de la Ciudad de México…”
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