El dueño de Corea del Norte, Kim Jong-un, ha hecho algo provechosísimo para el pueblo al que ama entrañablemente: retrasó media hora los relojes el 15 de agosto.
El juicioso e inteligente argumento —combatir a los “malvados imperialistas japoneses”— producirá jugosos e inmediatos beneficios para su amado pueblo al sacudirse la nefanda imposición horaria nipona. La República Democrática Popular de Corea (en serio, así se llama esa monarquía esclavista hereditaria unipersonal) ha recibido un nuevo torrente de amor de su preclaro amo Kim Jong-un. Pero no creo que el líder de la república amorosa de Norcorea siga la vena poética de Renato Leduc:
Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo…
que de amor y dolor alivia el tiempo.
Kim Il-sung (1912-1994), abuelo del actual dueño del país y Líder Eterno (en serio, por ley así lo llaman), murió de amor por su pueblo: del corazón (en serio, así anunciaron su muerte). Ese abuelo es campeón de anécdotas como la del corazón herido por tanto amor, pero ya me ocupé de él en una entrega anterior. Hoy me interesa la calidad amorosa de su necrócrata nieto que domina al tiempo:
Aquél amor a quien amé a destiempo
martirizome tanto y tanto tiempo
que no sentí jamás correr el tiempo,
tan acremente como en ese tiempo.
Acá tenemos a otro amoroso que cuando gobernaba el DF decidió controvertir constitucionalmente a Vicente Fox y el horario de verano, supuestamente para ahorrar energía eléctrica. (En Norcorea no retrasaron para eso el reloj porque electricidad no hay; basta ver fotos satelitales nocturnas.) Hugo Chávez también movió sus 30 minutos para apartarse del horario gringo hasta que su pupilo Maduro (en serio, así se apellida) deshizo lo ordenado por su pajarito y así dejó su nueva impronta en la historia temporal bolivariana.
No es asunto menor. El futuro es el mayor enemigo de todo dictador porque en él vendrá la muerte: nada teme más el ego, que el miedo a abolirse. Los dictadores se afanan en controlar el tiempo porque antes de eso tuvieron una pulsión desordenada por ganar poder y dinero. ¿Para qué? Para sentirse lo máximo al controlar a otros, que necesariamente son menos que aquellos. No es indispensable ser psicópata pero sí bastante enfermo para buscar obsesivamente el poder político. Engordar al ego hace a la pobre gente a sentirse inmortal por un rato. La muerte (ésa que el tiempo trae) es el peor enemigo del ego.
Amar queriendo como en otro tiempo
—ignoraba yo aún que el tiempo es oro—
cuánto tiempo perdí ¡ay! cuánto tiempo.
Si (God forbidding) López Obrador gana la presidencia, cambiará el horario para desalinearlo del de EEUU; lo apuesto. Los autócratas como AMLO y Hugo Chávez, y los necrócratas como Stalin y Kim Jong-un, saben que el tiempo juega en su contra. Y a los ególatras de toda laya les da tanta rabia su paso que quieren detenerlo, así sea por decreto: el reloj de Nepal corre quince minutotes delante de su odiada vecina, India. ¡Qué fregones son!
Otros ególatras han modificado el calendario, como los revolucionarios franceses con su brumario, termidor, frutidor; y los césares Julio y Augusto con, no faltaba más, 31 días cada uno. Con esas añadiduras sobre el Calendario Romano, en el Juliano y Gregoriano septiembre dejó de ser mes séptimo para convertirse en noveno.
Volviendo al presente, el hereditario dictador de Norcorea puede considerarse Árbitro del Tiempo. Ignoro si el nieto no necesite ir al baño todos los días (en serio, eso se decía de su abuelo y Líder Eterno Kim Il-sung, ser puro que murió de tanto usar su corazón).
Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
Así es. El tiempo se le acabará a Jong-un como se lo quitó él a su purgado tío Jang Song-thaek usando una ametralladora de cuatro cañones y un lanzallamas. El PT de México lloró la muerte de su padre el también Líder Eterno Kim Jong-il (1941-2011), el mayor carcelero del planeta; pero a un comunista sí le perdonan 200,000 presos políticos que mueren de hambre en 6 campos de concentración que nada envidian a Auschwitz o Dachau. El tiempo de un ególatra gubernamental —perdón por el pleonasmo— se acaba hasta para los dictadores. El tiempo se acabará para ti y para mí, que leemos este texto, aunque ni tú ni yo engordemos nuestro ego agrediendo a otros.
El amoroso dictador —acaso el único ser dichoso en esa desventurada tierra que desde 1948 ha “gobernado” la dinastía Kim— no añora nada porque aún se ilusiona con dominar el tiempo, aunque sea por media hora:
amor de aquéllos tiempos, cómo añoro
la dicha inicua de perder el tiempo.
Renato Leduc compuso su notable soneto porque un amigo lo retó a la imposible proeza de versificar sobre el tiempo. Yo veo al ineluctable tiempo como un demonio que aterroriza inmisericordemente al ego. El ego impele a que psicópatas y demás ególatras se sientan inmortales por un ratito mientras gozan inicuamente de la dicha de arruinar a sus pueblos. Y de perder 30 minutos.
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