Machu Picchu – Para llegar a la más célebre y grandiosa ciudad de la cultura incaica hay que salir temprano en autobús desde Cusco, y luego de hora y media abordar un ferrocarril hasta la ciudad de Aguas Calientes (así lo escriben). A partir de allí, salir a pie con ánimo de alpinista a escalar las escarpadísimas gradas que conducen a la plataforma desde donde todo el mundo ha visto fotos del espectacular panorama de la ciudadela y ese altísimo peñasco llamado Huayna Picchu (siempre me ha recordado, por su forma de pilón, al Pan de Azúcar de Río de Janeiro).
El viaje en tren es toda una experiencia. Desde niño tengo debilidad por los trenes, en que con frecuencia viajaba acompañado de mi madre. Hasta los de juguete eran mis preferidos. La muerte de los trenes de pasajeros me parece una desgracia, que atribuyo al monopolio de Ferronales y al extralimitado poder del igualmente monopólico sindicato, aparte de que el régimen revolucionario privilegió al pulpo camionero (por ejemplo, el prócer Lázaro Cárdenas desmanteló el ferrocarril Xalapa-Coatepec para favorecer a sus amigotes autotransportistas. Pero es harina de otro país).
Los trenes son una de las más inteligentes maneras para transportar a mucha gente y productos en un ancho estrechísimo, apenas unos 10 m, cosa incomparable con lo que ocupa una carretera. Este tren corre a lo largo del caudaloso río Urubamba, que sirve para una planta hidroeléctrica visible desde el tren; deja casi intacto un ambiente ecológico cambiante, conforme el ferrocarril desciende unos 400 m desde Ollantaytambo hasta Aguas Calientes y las instalaciones de entrada al conjunto monumental. Vamos desde un ambiente más bien seco hasta, en la parte más baja, una cerradísima, intacta selva tropical en la que según dicen, de repente hasta osos aparecen; y hacia arriba, montañas escarpadísimas en ambos lados, con eventuales torrentes más verticales que horizontales que alimentan a ese río que fluye hacia el Amazonas.
Sólo contemplar el paisaje, y las recias aguas encontrando rocas en el aquí innavegable Urubamba, vale la pena la experiencia del viaje. Pero nada se compara con el encontrarse en el mirador que domina la ciudadela de Machu Picchu. No hay palabras para expresar la grandiosidad del sitio, su significación artística, su emplazamiento en un lugar imposible, su historia, sus terrazas, sus megalitos, su carácter. Las montañas que la circundan, que por efectos de un clima que en minutos varió de seco a un aguacero y luego a un sol esplendoroso, dejó un inconcebible paisaje de nubes, capas de niebla y juegos de luz. Toda una orgía de colores y claroscuros, que incluso opacaron la sensación de visitar, la víspera y con semejantes condiciones climáticas, los megalitos de Sacsaihuamán.
Y dominando todo, el Huayna Picchu, cerro escalable en cuya cima sigue habiendo las inevitables terrazas que abundan en todo el territorio inca. Ese monte ha cobrado la mayor cantidad de vidas entre los deportistas escaladores que hacen el camino a pie por dos o tres días y culminan su hazaña desde lo alto de ese hermosísimo pilón que domina las ruinas de este centro ceremonial y religioso hecho (según dicen) por el poderoso rey sabio, Pachacútec Inka Yupanki (1438-1471). El inca favorito y más célebre, una especie de Ramsés II.
A pesar de la cercanía con Cusco, Machu Picchu (pronuncian Pic-chu, o Pij-chu) nunca fue conocido por los conquistadores españoles ni por los peruanos independientes sino hasta 1911, en que la encontró el explorador usamericano Hiram Bingham, quien ya había explorado y redescubierto la ciudad de Choquequirao, parecida a Machu Picchu y de mayor extensión a más de saqueada, en 1909. Gracias a que nadie conoció Machu Picchu nunca la saquearon ni destruyeron su templo al sol, como hicieron los conquistadores también en México y como todo invasor ha expoliado, usando ese instrumento primariamente diseñado para el robo que se llama guerra. Los tesoros encontrados allí subsisten, si bien se los llevaron (claro) a Yale, Estados Unidos, en calidad de préstamo que (claro) tras de un siglo no han devuelto. Acaso estén mejor resguardadas allá que en estos nuestros empoliticados países latinoamericanos…
Machu Picchu está construida mayormente con lo mismo que dura y perdura en las construcciones prehispánicas del Perú: la piedra montada en albarradas o tecorrales (no necesariamente a base de megalitos-rompecabezas poligonales, aunque claro que los hay) y el adobe. Hay adobe de siglos de antigüedad, que sigue de pie. Lo no duradero son los techos de palma, que hay que sustituir constantemente. En MP los hay sólo como muestra de cómo esta ciudad era, en parte, habitacional, pero sólo para las élites de siempre: los militares y los sacerdotes, y encima de ellos, el Inca.
Hay en MP lo constante en las grandes ruinas que hemos visitado y de quizá todos los monumentos antiguos: un observatorio, un reloj astronómico, que además es templo al más visible-invisible de los dioses para los antiguos: el sol; para los egipcios, Ra. Es indispensable conocer con precisión las cuatro fases del calendario: los solsticios de verano e invierno, y los equinoccios de primavera y otoño. Los antiguos necesitaban conectarse con la permanencia proveniente del universo, con los ciclos que con admirable precisión se suceden cada año. Eso les servía para identificar los tiempos de cosecha y sembradío, y en el Anáhuac la época de las heladas. La fecha del aequus nocte, aequinoctium, marca cuando la noche dura lo mismo que el día; la del solstitium, sol sistere, sol quieto indica el cambio de días largos y noches cortas, a su contrario.
En sitios más avanzados, como Egipto o Angkor Wat en Cambodia, conocían el fenómeno de la precesión de los equinoccios, que ocurre porque el planeta tiene un efecto como de peonza o pirinola (no uso el cultismo de “perinola”) que dura 25,776 años en todo el ciclo de traslación alrededor del zodiaco (por eso estamos entrando saliendo de la era de Piscis y entrando a la era de Acuario). El caso es que en MP, con piedras dispuestas en lugares fijos para dejar pasar los rayos del sol, medían el momento preciso hasta con minutos, cuando sobrevenía un solsticio o un equinoccio. Y eso vimos en los templos megalíticos de Mnajdra en Malta, que datan de unos 3 siglos antes de Jesucristo.
Hay también en MP un par de pequeños espejos superficiales de agua excavados en la roca, circulares y de desigual tamaño (creen que representan al sol y la luna) pues para ver al sol hay que hacerlo mediante un reflejo en agua, nunca directamente. Y viene todo tipo de especulaciones sobre la dualidad sol-luna, oro-plata, día-noche… algún oriental agregaría yin-yang.
El caso es que Pachacútec, o quien haya construido el formidable conjunto de Machu Picchu, no era ningún ignorante ni advenedizo. MP está perfectamente bien hecho, como todas las ruinas antiguas que vimos, y que han soportado la prueba del tiempo y los embates de la vegetación mucho mejor que cualquier ruina mexica, maya o tolteca. Muros originales siguen en pie (hasta su adobe en la parte de arriba) y no han sufrido los derrumbes de las pirámides mesoamericanas. La grandeza de Teotihuacan o Chichén es visible hoy, en mucho, por restauraciones.
Además (y esto lo veríamos también después, en el Valle Sagrado) la civilización incaica hacía monumentos más utilitarios y menos ceremoniales. Al parecer eran gente más práctica para cuestiones indispensables de la vida diaria, como la agricultura; y eso se ve en las abundantes terrazas, que subsisten y se siguen utilizando. En MP, hasta en las cumbres del Huayna Picchu hay terrazas que servían para cultivar la tierra sin sufrir erosión o deslaves.
Y claro que no faltan acá, en una de las más espectaculares ciudades antiguas que yo haya conocido, las indispensables piedrotas de multitoneladas que abundan en Cusco y Sacsaihuamán, dispuestas en formas poligonales con la técnica de construcción que llaman ashlar, en el templo Inti Watana (inti es el sol). No sé si subsista otro templo solar así, porque los virreyes y misioneros españoles destruyeron los vestigios de la religión incaica. Éste está excavado de la roca misma del monte y en las cercanías hay los esperables rompecabezas megalíticos, ente ellos la pared de las tres ventanas. Todo ello construido con piedras inmensas que podrán (en parte) haber sido esculpidas con material excavado allí mismo. Pero no todas.
Y de nuevo las preguntas: ¿cómo? ¿para qué?
Indudablemente, quien construyó Machu Picchu y Sacsaihuamán era gente muy, pero muy diferente de nosotros. No conozco la Puerta del Sol, cerca del lago Titicaca, otro monumento megalítico que representa animales extintos hace miles de años. No sé si quienes hicieron esas megaobras sean gente superior a nosotros (tiendo a pensarlo, porque hacían ciertas cosas con suma seriedad) pero si muy, muy diferente.
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