Las lúdicas y recreativas puertas del infierno

"Esta noche, un minuto después de las doce nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida ha firmado su acta de defunción..."

11 de noviembre, 2015

 

"Esta noche, un minuto después de las doce nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida ha firmado su acta de defunción. Se inicia una era de ideas claras y limpios modales. Los barrios bajos pronto serán cosa del pasado. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres, reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno”.

Invadió mis sueños nocturnales con ese discurso del 17 de enero de 1920 el ultrarreligioso diputado republicano de Minnesota Andrew Volstead, horas antes de que entrara en vigor la ley seca en EEUU, que él empujó.

La experiencia de la historia demuestra cuán sabias y proféticas resultaron sus palabras: apenas prohibió las bebidas alcohólicas, Estados Unidos comenzó a disfrutar de tan bellos ideales al sellarse sólo por 13 años las puertas del infierno. Cuando Roosevelt firmó el acta de defunción de la ley seca, el gángster más folklórico y feroz del barrio de Cicero en Chicago  —Al Capone, vendedor de alcohol— estaba preso por el delito más espantoso de una sociedad moderna: evadir impuestos.

En el siglo anterior, un profeta barbudo había profetizado el fin de la explotación del hombre por el hombre a partir de la dictadura del proletariado, etapa final de un Estado obrero gestor del bien común, oh sí. No sé si dejó abiertas para los burgueses las puertas del infierno porque lo religioso es opio.

Otro profeta, 25 siglos antes, ideó una República gobernada por filósofos cuya única preocupación sería el bien de la sociedad. Su alumno más aventajado, un estagirita llamado Aristóteles lo criticó y conminó a declarar en un nuevo libro —Las Leyes— que los buenos propósitos quedaban en suspenso mientras el hombre fuera imperfecto: un gobernante impío usaría mal el poder. Seguro Platón pensó también en algún Hades o Averno adonde acudirían esos gobernantes mal portados.

Sigue vigente el platónico suspenso porque sectores muy minoritarios quieren consumir sustancias vegetales con fines lúdicos y recreativos. La catónica Pía Sociedad de Sociedades Pías ha montado en cólera ante tan epicúreos, voluptuosos, malsanos, nocivos, orgásmicos y reconvenibles deleites de los sentidos para gente ávida de placer desde la triada nefanda: mundo, demonio y carne. Sobre todo, carne.

Además varios anticuados defienden ideas poco progresistas y ya superadas como la libertad individual, productora de caos y desorden porque altera la vida social el capricho de quien ningún derecho tiene a influir en lo colectivo por simples apetitos egoístas. El rector de la vida colectiva es el Estado. Por ello son encomiables las voces que llaman a desterrar lo que impide reír a los niños, sonreír a las mujeres y caminar erguidos a los hombres, contra los que usan la vía sencillota de la carne para que el demonio se apropie del mundo. ¡Réprobos! La virtud agoniza y la juventud se pervierte con esos ávidos de placer carnal con drogas que nada tienen de heroicas. Heroicos serán quienes aparten de las garras del vicio a jóvenes, niños y adultos, senectos y decrépitos, de quienes cínicamente buscan el deleite lúdico y recreativo, e incluso aducen su derecho a autodañarse.

Los defensores de la salud pública evitarán el hábito execrable de consumir porquerías al acabar con toda sustancia que contenga drogas o alcaloides y/o produzca adicción y/o tenga objetivos lúdicos y recreativos: todo lo que se que aspire, beba, unte, introduzca, inyecte o meta al cuerpo por cualquier vía: pulmonar (mariguana, tabaco, opio); nasal (cocaína, perfume); bucal (alcohol, ayahuasca, té, café, chocolate, sal, condimentos, especias); intravenosa (heroína, morfina) y varios etcéteras. El perspicaz lector sabrá qué otros orificios del cuerpo sirven para cometer pecados que también provocan adicción.

El guardián del bien común (el Estado) velará para que sus gobernados prevengan riesgos de otras sustancias químicas como la pólvora: urge poner fuera de la ley todo explosivo, desde los cerillos, encendedores y fuegos artificiales hasta gas natural, butano y propano, balas y dinamita. Como la gasolina sirve para explosivos estilo Molotov, habrá que sacarla del mercado. Sin gas no habrá explosiones por gas; a cocinar con electricidad. No hay problema si no hay la explosiva gasolina porque se evitará que circulen automóviles manejados por su dueño, causantes de incontables atropellamientos y accidentes mortales. ¿Quién estará contra los modernísimos coches que circulan sin piloto con plena seguridad?

No sólo habrá que prohibir balas sino todo tipo de armas, porque sirven para provocar incluso la muerte propia, como las “punzocortantes” que en mis tiempos llamaban armas blancas. (A una descalabrada no la llamaban “traumatismo craneoencefálico”). Específicamente, prohibir cualquier tipo de martillo, puñal, punzón, navaja suiza, picahielo, tijeras, sierra, hacha, segueta, lima, taladro, hoja de rasurar, cortaúñas o cuchillo de cocina. ¿Cuántas autoviudas usan un arma letal tan mortífera como un cuchillo para mondar naranjas? Fuera todo metal afilado o contundente, por su sangriento riesgo a la salud propia y ajena.

En cuanto a sustancias químicas, los tranquilizantes producen hábito: ¡fuera Valium, Tafil y demás adictivos! Cofepris, órgano estatal que vela contra los riesgos sanitarios, prohibirá terminantemente toda herbolaria tradicional que carece de control sanitario y trae riesgos; del gordolobo al epazote pasando por el árnica, la sábila, pasiflora, diente de león, valeriana, cualquier hongo o champiñón, anís estrella, menta, yerbabuena y manzanilla. Bastará la medicina de empresas tan responsables y patrióticas como las farmacéuticas.

Por ser peligrosos, una sociedad civilizada debe inmediatamente impedir todo deporte que propicie infartos o lastimaduras, como las carreras de maratón y el jogging, los clavados y la natación, las carreras de coches y de caballos, la equitación, el alpinismo, el levantamiento de pesas, la esgrima, la arquería, la cacería y desde luego las corridas de toros, la charrería y las peleas de gallos. Tenemos también que acabar con deportes que lesionan a practicantes y espectadores, como el box, el futbol, el americano, el rugby, el beisbol, el frontón, el tenis y la lucha libre. Y por ser adictiva aparte de distractora, enajenante e idiotizante, proscribir su transmisión por televisión. Y en cuanto a ésta, siempre con un ánimo de proteger a la población de actividades adictivas, resulta indispensable prohibir las telenovelas y teleseries. Agreguemos a esta lista cualquier juego que produzca adicción y poner fuera de la ley la lotería, las apuestas deportivas y el dominó.

En apoyo a las patrióticas campañas médicas, no gravar con impuestos sino de plano poner fuera de la ley e impedir el consumo, producción y venta de refrescos, gansitos, pasteles, mermeladas, galletas y cuanto contenga azúcar. Nada hay mejor que la salud pública y el combate a la mortal diabetes. ¡Fuera todo azúcar!

Y si estamos contra las adicciones, todo ciudadano habrá visto cuán antisociales son las redes sociales. Los teléfonos inteligentes, instrumento embruteciente, provocan adicciones malsanas. Y si de malsanidades hablamos, aparte de poner fuera de la ley aquellos aparatos, también deberán suprimirse Facebook, Twitter y cualquier otra red social. Igualmente las computadoras, porque exhiben pornografía y juegos (cosas lúdicas y recreativas que además resultan adictivas).

Gracias a todo lo anterior, las compañías de seguros bajarán sus primas y ante todo, por todo y encima de todo, el Estado ejercerá la rectoría sobre una sociedad de ideas claras y limpios modales, sin barrios bajos esclavos de las adicciones, y donde serán cosa del pasado las lacras y osadías de existir en un mundo incierto y lleno de amenazas porque se privilegiará la seguridad. Los hombres caminarán erguidos, sonreirán las mujeres y reirán los niños en loor a un Estado tan protector.

Pero entonces… ¿quién abrirá desde adentro las puertas del infierno?

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