El Padrino sí entendía la naturaleza y los retos del poder y lo ejercía a plenitud. Sin el magnífico consigliere Tom Hagen, don Vito Corleone no habría podido ser quien fue.
Así y todo, cuando su hijo tuvo que hacer la guerra a los Barzini, Tattaglia y demás rivales, el nuevo padrino Michael decidió prescindir de Tom, consigliere para tiempos de paz, no de guerra. Para ella Michael no tuvo mejor consigliere que su aún vivo padre.
El consigliere ayudaba al Padrino a tomar decisiones, y podía contradecirlo y discutir con él. Era como su sombra: informante, contacto con el mundo real, experto en el arte de coordinar acciones y digno de confianza hasta la muerte. Aparte de consejero también era un habilísimo operador capaz de tejer fino y acordar con los caporegimes, miembros de la familia, otras familias, jueces, etcétera.
El Padrino enseña a comprender el poder en el mundo real y también es útil para quienes no lo usan para fines criminales. Seguramente la Madre Teresa, mujer poderosísima que conseguía dinerales e hizo una grandiosa obra, leyó atentamente esa novela de Mario Puzo. Pero al parecer los actuales gobernantes de México no la han leído. ¿Quiénes son los consiglieri del presidente Peña? Y hablo de dos porque no es lo mismo la guerra que la paz.
Hace una generación, el presidente Salinas de Gortari tuvo como consigliere al culto e inteligente (y tortuoso, y siniestro) consejero semifrancés llamado José Córdoba Montoya; como caporegimes, un gabinete de primera categoría.
¿Quién es el Córdoba del presidente Peña?
El audaz Salinas, hasta bien entrado 1993, cambió paradigmas y mejoró el estado de ánimo de esta nación gracias a su habilidad política y sólidos apoyos. Todo se le vino abajo por su costumbre de apostar caro: pisó callos a un amigo tan cercano como Manuel Camacho, impuso a Colosio y pidió que nadie se hiciera bolas. Se desbalagó su famiglia y México casi se deshizo en 1994, año bañado en sangre desde su primer minuto. Hasta su consigliere —parece saberse— lo traicionó. Se quedó sin fichas en su tapete verde y el sexenio terminó plagado de desgracias cuyas fobaproicas consecuencias seguimos pagando.
Peña Nieto logró convocar admirablemente a partidos rivales en el Pacto por México y concretó cambios profundos y esperanzadores para nuestro futuro (a precio de una reforma fiscal tan, pero tan destructiva, que satisfizo al PRD). Sus iniciativas han sido mayormente ventajosas y audaces, como para dar una voltereta al país. Pero el juego cambió con una provocación ultrarradical y asesina el 26 de septiembre.
Iguala tomó desprevenido a un gobierno federal ciego a la naturaleza insurreccional de un movimiento cuyos líderes instantáneamente lograron voltear sus propios crímenes al presidente y culparlo de lo que él no hizo (aunque se compruebe que sí sabían los federales lo que pasaba en Iguala).
El Ejecutivo se ha quedado casi paralítico, rebasado por las fuerzas delincuenciales de “maestros” y/o guerrilleros y/o criminales cada vez más crecidos y audaces, con el apoyo cómplice de los más correctos y exquisitos “intelectuales” que (como dice Gerardo de la Concha) se hermanan de manera cínica con la mentira. “Lo que está en juego no es el juicio a un gobierno, sino el destino de nuestro país.”
Y a todo esto ¿quién puede ser el consigliere de guerra del presidente Peña?
No un secretario que con su rijosidad fiscal se ha ganado la hostilidad de la clase media y de cualquier miembro del sector productivo. Tampoco parece operador el encargado de la gobernación, cosa clamorosamente ausente en un régimen a todas luces impotente y hasta patético ante el arrojo y violencia de los insurrectos.
Tampoco se ve que el presidente esté dispuesto a hacer cambios en su equipo, en su gabinete, en sus prácticas o en su estilo mexiquense de gobernar. El impacto de las extraordinarias reformas se ha diluido en un pantano de confusiones e ineficacia. ¿Qué hacer entonces? ¿Quién puede salvar a un gobierno que cada día se deja arrebatar más territorios, para provecho de los peores enemigos de México?
No vemos respuesta; pero aunque ya sea poquísimo, no se les ha acabado el tiempo. Enrique Peña Nieto y sus colaboradores cercanos necesitan ver que el país se les está deshaciendo (creo que eso sí lo ven) pero sobre todo, actuar de otra manera si pretenden recuperar lo que arrebatan los que pretenden imponer un destino terrible a nuestro país.
¿Lo irá a apoyar el antecesor Salinas de Gortari, cercano al grupo político del presidente? ¿Será su consigliere de guerra? Algunos malpensados creen que como condición para algo así, su incómodo hermano dejó de ser incómodo ante la ley…
No estamos ante enemigos pequeños ni para cosas triviales ni para ventilar simpatías politiqueramente correctas. Si algo urge es gobierno: los latinos decían gobernare a pilotar un barco y para los franceses el gouvernail es el timón. Un buen timonel no pretende dominar las olas, corrientes y vientos pero sí aprovecha su energía para llegar a puerto sin naufragar. Hoy la nave boga a la deriva porque quienes juraron aplicar la ley prefieren dialogar con quienes no quieren hablar sino lanzar impunemente bombas y petardos, bloquear carreteras, incendiar, golpear, humillar y casi matar a policías y dejarlos —como ellos mismos se quejan— en calidad de costales, animales o payasos.
México espera con desazón, desánimo y hasta miedo el 2015. Estos días prenavideños evocan paz por la esperanza encarnada en un bebé redentor y uno se distrae con la alegría de las fiestas y el reencuentro de familias y amigos, pero México necesita un nuevo y rotundo aliento para que el nuevo futuro no sea el que imponen los criminales maoístas que han asaltado el poder real en Guerrero.
Urge mover al gobierno que pretende mover a México. Este México rendido a una canalla de saboteadores no es el triunfante y esperanzado que este mismo presidente logró evocar. Acaso pueda aún recobrar el talento con que reunió a sus adversarios políticos y tomar decisiones tan difíciles como indispensables. Abunda la gente que sabe qué hacer y cómo, pero no sirve si quien tiene un inmenso poder no se atreve a ejercerlo.
Le vendría bien leer El Padrino. Contra una tormenta perfecta la receta perfecta combina neuronas con testosterona. Lo dijo alguna vez su antecesor López Mateos: los tacos de sesos son más sabrosos si se les agregan huevos.
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