Buen camino, Néstor de Buen

La madrugada del 25 de abril cerró sus ojos quien, supongo, es el último representante destacado del numeroso exilio español, esa oleada de gente sobresaliente...

28 de abril, 2016

La madrugada del 25 de abril cerró sus ojos quien, supongo, es el último representante destacado del numeroso exilio español, esa oleada de gente sobresaliente que llegó a México al fin de la guerra civil de 1936-1938.

Fue exiliado por partida doble, quizá triple. Tras haber militado don Demófilo de Buen en el bando republicano, decidió proteger a su familia, primero ante las bombas en Barcelona, y después en un París a punto de ser invadido por las tropas de Hitler en mayo de 1940. Atento a eso en su primer exilio, don Demófilo dejó apresuradamente la capital tras abandonar en el hotel lo poco que poseía y decidió dejar para siempre el continente europeo. Luego de mil contrariedades zarpó su familia hacia la mar océana, rumbo a la República Dominicana, el día en que caía Francia bajo la bota nazi. La determinación veloz de un padre valiente que resuelve dejar todo para proteger a su familia, habría de dar frutos.

Hablo de exilio triple porque el dictador Leónidas Trujillo se negó a que desembarcaran unos 500 republicanos españoles, muchos de ellos sobrevivientes de campos de concentración franceses.

El tercer y definitivo asilo tuvo lugar en México gracias a Lázaro Cárdenas, hombre a quien mucho critico pero ciertamente no por haber brindado una patria nueva a un exilio español que nos legó inmensos bienes. Llegó Néstor a sus maduros 14 años, con sus padres y hermanos, a un puerto de curioso nombre que cada que lo oigo no tengo más remedio que reírme de los epítetos que él le espetaba, desde “impronunciable” e “imposible de repetir” hasta “diabólico”: Coatzacoalcos.

Supe mucho de Néstor antes de tratarlo; era figura pública cuya opinión escuchaba con interés y, como casi siempre, en desacuerdo. Por fin lo conocí personalmente en marzo de 1999 cuando me invitó a su célebre desayuno don Juan Sánchez Navarro.

Era Néstor uno de los Cuatro Mosqueteros, junto con el periodista Julio Scherer, el lúcido panista Juan José Hinojosa, y el notabilísimo empresario cultivador de amigos que fue don Juan. Tuve así el raro y asaz inmerecido privilegio de departir cada viernes en el Club de Industriales con ellos y con otras mentes de primera línea sobre asuntos de México.

Se expresaba Néstor desde su visión y cuerpo de ideas, a veces contrastante con otras opiniones, pero siempre con gran comedimiento, impecable respeto y cabal apertura a lo que se dijera desde diferentes ideologías. Y contrastaba también su estilo con el ácido, tajante y rasposo Scherer o el cortés Hinojosa, mientras don Juan dirigía magníficamente la discusión con pocas intervenciones e infundiendo un ánimo de respeto y gratitud por el aprendizaje y la presencia de cada vez más amigos.

Tras la muerte de don Juan hace ya diez años, continuó Néstor acudiendo a los desayunos de los viernes, a pesar de que sus facultades auditivas se iban mermando poco a poco, así como su salud. A estas reuniones se había incorporado ya Carlos de Buen Unna, abogado laboral como él, que dignísimamente ha tomado la práctica profesional de su padre y con quien también ostento el honroso carácter de amigo.

Recordaré siempre de Néstor su generosidad intelectual, su gusto por escuchar aunque no estuviese de acuerdo, su iniciativa en la discusión, su verbo preciso, su amor al debate y a la riqueza de la conversación, su elegancia castellana en el lenguaje, su empaque de hombre bueno, su limpio talante; y por encima de todo, su amor al derecho, su amor a México (su patria), y su amistad.

Don Juan supo conformar un grupo único de gente interesante y conocedora profunda de temas muy diversos, siempre relevantes para México; y para mí fue Néstor el más duradero de aquella deslumbrante peña que conocí en 1999.

Me pregunto qué ocurre cuando muere alguien que, como Néstor, se manifestaba como no creyente. Vaya curiosidad sobre lo que habremos de enfrentar en el trance definitivo de la muerte. Sólo podré responder tan vitales preguntas cuando me ocurra eso que a Néstor le ha ocurrido hoy, ya que no tengo oportunidad de preguntarle qué ha experimentado, a qué se enfrentó, y cuál será su opinión sobre las posiciones agnósticas que en vida sostuvo (con enorme respeto a creencias familiares diferentes).

Creo yo que habrá sido una experiencia gozosa porque habrá llevado a cuestas una vida entera, rica, generosa, congruente, repleta de amor familiar y apasionada seriedad en su trabajo; con llevado alforjas llenas tras una vida plena e interesante, propia de uno de los grandes, y con la ventaja de haber sido un hombre bueno. Nada mejor puedo decir de alguien, que esto: lo único en la vida que de veras vale la pena, es la bondad.

Ese honorable caballero ha dejado en esta madrugada el mundo de los corporalmente vivos. Ha sido uno de los privilegios de mi no corta existencia haberlo conocido. Echaré en falta la riqueza ilimitada de las tertulias en que participamos, las conversaciones que nos dieron oportunidad para disentir y aprender, el ejemplo de la vocación jurídica que le apasionaba, y su amor a eso que tanto queremos que se llama México. Queda afortunadamente su hijo Carlos, con quien gozo de lo mismo que con su padre, notablemente las animadas discrepancias (en eso está la diversión, dice él; y toda diversidad implica riqueza).

Ve con Dios, Néstor, que te lo mereces. Gracias por haber sido tan explícitamente mi amigo. 

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