El eco es un fenómeno acústico producido cuando una onda se refleja en una superficie y regresa hacia su emisor. ¡Quiero entender que en política —de algún modo— cuando hay eco se produce un diálogo!
El pasado 1 de diciembre se cumplió un año del gobierno que comanda Andrés Manuel López Obrador y nos estamos acostumbrando a observar a un ser polémico; contradictorio a veces; convincente menos veces; sugestionado de que su “autoridad moral” es producto de que sus propuestas de campaña le dieron la victoria en las urnas y así, es el Presidente Constitucional número 79.
¡Wrong, no es cierto!, Andrés Manuel es presidente de México porque la gran mayoría de los mexicanos queríamos un cambio importante debido principalmente a la inseguridad, impunidad y corrupción rampante producida en los regímenes anteriores, sobre todo el de Enrique Peña Nieto. Cambio que todavía deseamos, para los que observamos que las cosas no van bien.
A un año del gobierno que pretende la transformación radical de la vida pública del país, es decir, gozar de cero impunidad, poca corrupción, poca inseguridad —pues malosos siempre habrá— y… bla, bla, bla, todavía no encuentra “eco”, principalmente entre un número importante de miembros de la sociedad productiva del país. Le llamo la “gente bien”, quienes se han manifestado periódicamente con marchas y es un hecho que los contingentes de inconformes son cada vez más numerosos, qué duda cabe.
Así pues, el pasado día primero —en calma y sin dejar basura, como alguien comentó—, en la capital del país atestigüé que mucha gente marchó mostrando su inconformidad. Es una pena que en tan poco tiempo —al principio de un gobierno— haya tanta oposición manifestándose en contra: no hay resultados, al contrario, la seguridad brilla por su ausencia y la polarización propiciada por el ejecutivo han quedado de manifiesto en la sociedad, además del desabasto de medicinas, la falta de crecimiento económico, etcétera, solo por mencionar algunos de los reclamos.
Es un hecho que casi todos los días, miembros de distintas organizaciones muestran su inconformidad ante la falta de soluciones y la capital de la República se ha convertido en un manifestódromo gigante.
En los tiempos de otro López (Adolfo López Mateos 1958-1964) hubo muchas manifestaciones. A principios de su gobierno surgieron brotes de descontento en los sectores obreros. Telegrafistas (raza extinta), ferrocarrileros y miembros del magisterio organizaron respectivas huelgas pidiendo aumento de salarios y sustitución de líderes sindicales. El régimen lo resolvió escuchando en algunos casos —virtud al parecer ahora perdida— y resolviendo usando todo su poder: Demetrio Vallejo fue encarcelado por el gobierno después de romper la huelga que paralizó al país en 1959 recluyéndolo en el Palacio de Lecumberri por más de once años. Valentín Campa, otro dirigente sindical estuvo preso 13 veces; solo por apuntarlo fue homenajeado por el presidente López Obrador hace poco.
Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) actuó rápidamente cuando sintió que el eterno líder petrolero le quiso hacer sombra: Joaquín Hernández Galicia “La Quina” fue condenado a 35 años de prisión por posesión ilegal de armas. ¡El poder del estado en su máxima expresión!
Afortunadamente este tipo de soluciones tan radicales todavía no han pasado, pero… ¿Estamos exentos de que vuelvan a suceder? Hay señales: periodistas críticos dejan sus espacios, cuando que fundada una denuncia debiera ser bienvenida e investigada. ¡Mal augurio!
En un sentido, me parece que sí algún llamado —grito— de la sociedad civil no encuentra “eco”, es decir regresa sin respuesta al emisor, las manifestaciones de mexicanos como las que hemos observado en días pasados son esfuerzos inútiles. De manera semejante escribir artículos denunciando hechos que deben resolver las autoridades competentes y no hay réplica, el atrevimiento es inútil. Pongo un ejemplo, la gran cantidad de artículos que he escrito denunciando lo que sucede en el Hipódromo de las Américas y la casi extinta industria de carreras de caballos de Pura Sangre, que los gobiernos han dejado morir; es una vergüenza.
Lo aquí expuesto quiere indicar que no hay quién escuche el reclamo ciudadano, característica de un régimen nada democrático. El discurso del mandamás es hueco.
Por de pronto, este artículo es el último del año. Me voy a dedicar a escribir una novela autobiográfica a la que le traigo muchas ganas.
El deseo es que todos ustedes tengan una Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo… Gracias por la atención prestada a lo largo del año. ¡Volveremos!
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