En el informe que pronunció el presidente de todos los mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, celebrando su triunfo de las elecciones de hace un año, en que le confirieron —por seis años— el encargo de ser el presidente de la República y que está cumpliendo, de acuerdo a su “muy personal” estilo de gobernar, exclamó: “Les confieso que mi activismo, mi loca pasión, tiene un fundamento racional: considero que entre más rápido consumamos la obra de transformación más tiempo tendremos para consolidarla y convertirla en hábito democrático, en forma de vida y en forma de gobierno”.
En el templete más austero que he visto en mi vida —seguramente el más extraño de la historia de México—, solo lo acompañaba su esposa Beatriz, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México y el célebre Porfirio Muñoz Ledo, héroe de mil batallas.
En ese escenario, Andrés Manuel enumeró todos los logros de los 7 meses de su administración (en la liga se puede leer el discurso completo). Reveló que ha cumplido con 78 compromisos de los 100 que hizo en esa misma plaza precisamente hace un año. Reconoció que en tres cuestiones no ha logrado su meta, dijo: “falta mejorar el sistema de salud pública; debe crecer más la economía y todavía se mantienen los mismos niveles de violencia que heredamos del antiguo régimen”.
¡Vaya…!, los tres faltantes son fundamentales para el desarrollo nacional. Sin salud, buena economía y seguridad, no hay nada que celebrar.
Entre los invitados hubo empresarios como Carlos Slim y Emilio Azcárraga, algunos gobernadores, su gabinete completo y miles de personas que a la vieja usanza vinieron de todas partes del país. Se llaman “acarreados” y realmente a ellos se dirigió.
Sin duda, Andrés Manuel es un apasionado en lo que hace; goza y se autocomplace en lo que buscó por tanto tiempo: la Presidencia. Está convencido de que sus políticas públicas son lo que van a dar, con el tiempo, un mejor nivel de vida para los mexicanos, sobre todo para los pobres.
Lo que me llena de desconfianza son las preguntas que se hacen las personas que frecuento (sólo por citar dos ejemplos):
- A cuántos miles de personas han despedido y siguen despidiendo, sin pagar la liquidación que la Ley Laboral obliga.
- ¿Es cierto que los programas sociales funcionan? Tengo tres amigos que han buscado que los empadronen en el programa de adultos mayores y es imposible encontrar a los “Servidores de la Nación” que deben elaborar los denominados Censos del Bienestar. Así con cada uno de los programas de asistencia social.
¿Habrá forma de medir sus logros?
¿Quién los audita?
En un estudio que elaboró Federico Reyes Heroles, al cual denominó “La Necia Realidad” mi paisano hace un recuento de los tropiezos, que bien podrían ser serios cuestionamientos al “triunfalismo del presidente”. La Necia Realidad cuestiona:
-Caída de la confianza de inversionistas nacionales e internacionales. -Caída de la inversión en todas sus modalidades. -Caída en la generación de empleos. -Vaciamiento de burocracias calificadas. -Impacto indirecto de la cancelación del NAICM, Afores. -Desfile de ineptitudes (huachicol; desabasto de medicamentos, retrovirales, vacunas etc.; retraso en la entrega libros de texto. -Incipientes costos severos en la opinión pública: descrédito de las mañaneras; estancias infantiles; albergues para mujeres en situación de violencia; comedores populares. -Molestia por reducciones en Ciencia y Tecnología. -Carta al rey de España; rechazo en redes sociales, etc. -Amparos contra Santa Lucia. -Inviabilidad legal de Dos Bocas. -Caída en el consumo de hogares con percepción negativa. -Incipiente hartazgo ciudadano con caída en la aprobación personal y a la gestión. -Pronósticos económicos negativos con posible caída en la recaudación. -Tensión con las calificadoras por reducción del grado de inversión. Riesgo a nivel nacional. -Fin de la “luna de miel” y crecientes manifestaciones de molestia. -Evaluación ambigua del affair Trump. -Expectativas demasiado altas. -Vacío de presencia en organismos internacionales. -Agotamiento de los triunfos simbólicos. -Inicio del desgaste y necesidad de negociar.
La loca pasión del presidente la debe atemperar y volverse a preguntar: ¿Estaremos haciendo bien las cosas? ¿Tendrá razón la Necia Realidad?
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