El 24 de julio de 2012, los diputados federales y senadores del PAN, PRD y PRI avalaron que el gobierno federal adquiriera un nuevo avión presidencial que sustituyera al viejo Boeing 757 que fue adquirido durante el gobierno de Miguel de la Madrid y que transportó a Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto durante la mitad de su administración.
La mayoría de los legisladores federales, seguramente presionados por el entonces presidente Felipe Calderón y el Estado Mayor Presidencial, aprobaron que se comprara el avión más moderno de entonces, el Boeing 787-8 Dreamliner, el cual, con todos los arreglos que se le hicieron para ser el transporte del presidente de México, acabó costándonos a los mexicanos 6983 millones de pesos a pagar en 15 años.
Desde que se empezó a discutir sobre el avión que se compraría, me manifesté contra la adquisición del 787-8, tanto en mi programa de radio como en mi columna.
Sobre el tema escribí el 23 de agosto de 2012: “La SEDENA aparentemente le ha echado el ojo al Boeing 787 Dreamliner, uno de los aviones más avanzados que hoy se producen. A los mexicanos nos costará entre 140 y 160 millones de dólares el nuevo juguete presidencial, dependiendo del modelo que finalmente se adquiera (…) De adquirirse el 787, Enrique Peña Nieto sería uno de los gobernantes que mejor transporte aéreo tendría a su disposición, lo que no tiene nada de malo. Lo que sí está muy mal es que nuestras autoridades militares, con el aval del Congreso, adquieran un avión más lujoso y caro de los que usan varios de los gobernantes de países más ricos que el nuestro”.
Un día después, el 24 de agosto, sobre el mismo tema escribí lo siguiente: “Me pregunto si realmente necesita el presidente de México un Boeing 787 Dreamliner para realizar viajes acompañado de un séquito de doscientas y pico personas. Tal vez es hora de que el avión presidencial refleje la realidad del país y no las pretensiones primermundistas de sus gobernantes. ¿Si el primer ministro del Reino Unido, que es la séptima economía más grande del mundo, puede viajar en aviones ejecutivos y, cuando necesita algo mayor, en aviones fletados a British Airways, no puede hacer lo mismo el presidente de México?, ¿realmente necesita llevar a 200 invitados a sus viajes? ¡Caray, ni la presidenta de Brasil tiene un 787! Es tiempo de exigir que se acaben los despilfarros gubernamentales. El próximo avión presidencial debe ser ejemplo de austeridad sin sacrificar seguridad”.
Evidentemente, mi opinión no fue tomada en cuenta entonces por Calderón, ni por el entonces jefe del Estado Mayor Presidencial Jesús Castillo, ni por los legisladores federales que votaron a favor de comprar el lujoso avión.
Desde su campaña electoral, Andrés Manuel López Obrador prometió vender el 787-8 apenas asumiera el poder, tal vez desconociendo que es muy difícil deshacerse de un Dreamliner y más si tiene la exclusiva configuración del que fue el TP-10.
AMLO anunció ayer que, por fin, hay un probable comprador para el avión que no se ha usado desde el 1 de diciembre pasado y hoy está en un hangar en California.
Al venderse el 787-8 habrá un símbolo menos de las pretensiones primermundistas de Calderón y Enrique Peña.
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