De 1791– El rey Luis XVI de Francia y su familia son detenidos intentando huir al extranjero

La Fuga de Varennes (20 y 21 de junio de 1791) fue un significativo episodio de la Revolución francesa, en el cual la familia real...

21 de junio, 2017

La Fuga de Varennes (20 y 21 de junio de 1791) fue un significativo episodio de la Revolución francesa, en el cual la familia real tuvo un grave decaimiento en su autoridad real, al intentar infructuosamente escapar al extranjero disfrazada de familia aristócrata rusa. El episodio incrementó la hostilidad hacia la monarquía como institución, así como contra Luis XVI y María Antonieta como personas.

Privado de autoridad y hecho materialmente prisionero por los eventos iniciales de la revolución de 1789, Luis XVI tuvo que conceder por muchos meses los decretos de la Asamblea Constituyente. Pero la Constitución Civil del Clero (por medio de la cual se subordinaba la Iglesia al Estado) hirió la conciencia y el orgullo de los monarcas. Desde el otoño de 1790 comenzaron a planear su liberación. El Rey, incapaz de un gran esfuerzo, fue incitado por la propia María Antonieta, quien astutamente percibió su interminable degradación y la pérdida de esa prerrogativa real que su hijo heredaría.

El Rey y la reina fallaron al medir cualitativa y cuantitativamente las causas que provocaron el estallido de la Revolución. Atribuían todos los infortunios al trabajo de una facción malévola, y creían que, si ellos podían escapar de París, una exhibición de fuerza de los Borbones hubiera posibilitado la restauración de su supremacía ante el pueblo. La Guardia Nacional de París trataba bien a la familia real y la protegió en muchas ocasiones de multitudes enfurecidas, pero estaban determinados a evitar su escape. Cuando Luis intentó salir de las Tullerías con dirección a Saint-Cloud para la Pascua de 1791, con el objeto de encontrarse con un sacerdote no juramentado (aquellos que no habían jurado la referida constitución civil), los miembros de la Guardia Nacional no lo permitieron. Mirabeau, quien siempre había sido capaz de disuadir al Rey de buscar ayuda externa, había muerto el 2 de abril de 1791.

La fuga fue planeada y organizada por el conde sueco Hans Axel de Fersen, quien se pensaba era amante de la reina, así como los ojos, oídos y boca de Gustavo III de Suecia.

Aunque el plan estuvo bien organizado, se encontró con múltiples dificultades en los días en los que se llevaría a cabo. Originalmente Luis partiría en un pequeño carruaje. Sin embargo, Luis creía que él debería viajar en un carruaje hecho para reyes. Este carruaje habría despertado la curiosidad de cualquiera, lo que era la última cosa que la familia real deseaba. En segundo lugar, la familia sintió que era necesario tomar dos enfermeras y al estilista de María Antonieta, Leonardo. La familia tuvo que retrasar su partida para tener a todos los que necesitaban con ellos. Al llevar a más personas de las necesarias, la familia era más difícil de ocultar. Finalmente, en la noche de la fuga, la familia real, disfrazada, pasó al lado del Marqués de Lafayette. Si éste se hubiera percatado de quiénes pasaban al lado de él, se habría dado cuenta de que trataban de escapar y los hubiera mandado arrestar inmediatamente. A pesar de todo lo anterior, la familia real fue capaz de emprender el viaje en su carruaje.

Manteniendo aparentemente una conducta inocua, y confiando a muy pocos sus planes secretos, en la tarde del 20 de junio de 1791 la familia real abandonó las Tullerías, uno por uno, disfrazados. Un carruaje los esperaba en el bulevar para recogerlos en el camino hacia Châlons y Montmedy. Luis dejó una declaración quejándose del trato que había recibido y revocando su asentimiento a todas las medidas que habían sido tomadas.

Su desaparición fue descubierta a la mañana siguiente. Una enojada multitud que temía una invasión o una guerra civil acusó a Jean-Sylvain Bailly y al Marqués de Lafayette (jefe de la Guardia Nacional) de colusión. Sin embargo, la Asamblea pronto controló la situación: incrementó su poder ejecutivo; encargó a Montmorin, el ministro de Asuntos Exteriores, informar a las potencias europeas sobre sus intenciones pacíficas, envió comisionados para asegurar un juramento de las tropas a la Asamblea (en vez de al Rey) y ordenó el arresto de cualquiera que intentara huir del reino.

El Rey tuvo la mala fortuna de ser detenido, reconocido y arrestado en Varennes-en-Argonne en la tarde del 21 de junio. Los Guardias Nacionales le hicieron preso y las otras tropas presentes no hicieron nada para oponerse. Para cuando Bouillé llegó a Varennes, la cuestión estaba decidida y la familia real estaba de regreso a París, bajo vigilancia.

Bouillé dejó al ejército y se las arregló para salir de Francia. El hermano de más edad del Rey, el conde de Provenza, quien había hecho sus planes más detenidamente, logró escapar a Bruselas, donde se unió a los émigrés.

Jérôme Pétion de Villeneuve, Latour-Maubourg y Antoine Barnave, representando a la Asamblea, se encontraron con la familia real en Épernay y regresaron con ellos. Desde ese momento, Barnave se convirtió en consejero y partidario de la familia real.

Cuando llegaron a París, la multitud estaba en silencio. La Asamblea provisional suspendió al Rey y mantuvo a la pareja real bajo custodia. Desde este punto en adelante la posibilidad, no sólo de la deposición o de una forzada abdicación de este Rey, sino el establecimiento de una república, entraron al discurso político.

Finalmente el rey es perdonado basándose en la ficción de que no se había fugado, sino que había sido «raptado». A cambio Luis XVI se ve obligado a jurar la Constitución de 1791 que instauraba jurídicamente en Francia la Monarquía Constitucional. Esta decisión de perdonar al rey ahondó las diferencias entre los «patriotas».

Ya no era posible pretender que la Revolución se había realizado con el consentimiento del Rey. Algunos republicanos exigieron su deposición, otros su juicio por traición a la patria en favor de los enemigos extranjeros del pueblo francés. La desconfianza mutua entre los monárquicos y los republicanos tuvo como consecuencia la condena a la guillotina. Luis XVI fue ejecutado el 21 de enero de 1793 y María Antonieta el 16 de octubre de 1793.

 

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