Antes de abundar en el Costo de Oportunidad, me gustaría hacer un breve repaso de recomposiciones del orden económico, toda vez que es posible reordenar la economía y reestructurar el desastre económico mexicano de los últimos cinco años.
En 1974, no es historia antigua, nueve países productores de petróleo, declaraban un “embargo” al mundo de occidente, significando precios por barril nunca imaginados en la historia moderna y de ese modo crear reservas por 55,000 millones de dólares, en un solo año, el ya señalado, 1974. La vía de depósito, por así llamarla, ocurrió en Londres por la flexibilidad bancaria y por la ausencia de encaje legal del Banco de Inglaterra.
La recién creada OPEC (por sus siglas en inglés), activó un mercado secundario de divisas denominado eurodólar, haciendo una separación de dólares depositados en plazas distintas y distantes de la Reserva Federal norteamericana, pero denominados en dólares.
Ese mismo año, no faltaron los Merchant Banks o bancos de consorcio para tomar ventaja de las enormes reservas y de una tasa conveniente, LIBOR, de gran competitividad con PRIME de los Estados Unidos. Los préstamos a gobiernos y multinacionales, fueron cuantiosos; se establecieron plazos de cinco años, pensando en un “roll over” al término de la vida del crédito.
Curiosamente, los plazos de renovación nunca se dieron; se reunieron dos circunstancias: las reservas creadas eran petroleras, los precios por barril no eran accesibles para la marcha industrial de Occidente, por tanto, la exploración cundió en Occidente mismo.
La dependencia cesó. También, las estructuras de capital de las empresas adaptaron el costo promedio del capital para renovar programas de inversión y capitalización.
México no fue ajeno a esa tentación de amplios recursos y tasas blandas. Desde luego el sector empresarial tomó ventaja de la oferta monetaria, pero también el gobierno. Acudieron Banrural, Conasupo y otras entidades.
Eran los años de la “administración de la abundancia” y esa abundancia se convirtió en un frenesí que desbocó el gasto público, descuidando la inversión productiva. El resultado fue un desastre económico, provocando una disrupción en el tipo de cambio y una vorágine incontenible de reservas de moneda extranjera.
El sexenio que siguió, el de Miguel de la Madrid, recurrió a un “Plan de Choque”, término suavizado con algún eufemismo, pero para efectos prácticos, era una detención de variables de nuestra economía.
En otras ocasiones, he hecho alusión a la base de inicio de un sistema popular: la opulencia, la abundancia; la administración de López Portillo no estuvo nada alejada de esa premisa, toda vez que sus metas de “concepción” de reparto y participación en la economía difieren en esencia y práctica de las de López Obrador, en el totalitarismo de este último.
El dispendio de López Portillo se cimentaba en la dependencia del petróleo como sostén único de la economía y en las reservas creadas que permitirían un despegue inusitado del país. Era, tal vez, un populismo compartido.
La intención no fue suficiente; el gasto público dislocó el equilibrio fiscal de la economía. La lección fue dura para De la Madrid, para Salinas y Zedillo; la estructura de capital de un gobierno es tan sensible para la recepción de capital como para la administración de deuda. Era preciso observar el Costo del Capital.
De una u otra manera, las administraciones siguientes tomaron mayor conciencia del ingreso y del gasto del gobierno; la hacienda pública ya no vería presiones crediticias y premura en cumplimiento de obligaciones.
Las cosas caminaban institucionalmente, el Instituto Central de Moneda, Banco de México, hacía su labor, la hacienda pública cumplía sus preceptos autorizados por el Congreso y las relaciones multilaterales con el Orbe, atendían con puntualidad Tratados signados y siempre respetados.
Adaptar la recomposición de una economía no es tarea sencilla; en nuestro país ya ocurrió y así ha sido descrito: el embargo petrolero, el dispendio de dos sexenios de corte popular; cabría mencionar el episodio conocido como “el error de diciembre” con arcas vacías al inicio de la gestión de Ernesto Zedillo y nunca olvidar la repatriación de una banca estatizada, la creación de un rescate del ahorro bancario, entre otros episodios de nuestra vida nacional.
En todas estas circunstancias, fue evaluado un costo que pocos perciben: la oportunidad. La oportunidad es un costo que en economía no es más que la siguiente mejor alternativa. Los gobiernos responsables, los que ciñen su acción a toda fase compartida en directrices experimentadas, probadas y profesionales, simplemente cumplen con ese paso efímero que se conoce como encargo. Las tareas de gobierno se delegan en niveles de conocimiento, de experiencia y de responsabilidad compartida. Los Costos de Oportunidad asoman su benevolencia y rostro amable para recomponer y adecuar los errores, que en una nación son frecuentes y múltiples.
Pero llegó 2018 y destruyó todas las perspectivas de avenencia. Llegó una percepción totalitaria y absoluta para emprender la aventura más peligrosa de nuestra historia. Llegó la aberración y el abuso de la riqueza de la nación para suplir el orden por una cadena de eufemismos que intentaban reorientar el pensamiento del progreso e instalar un retroceso caduco en el acontecer de nuestros días. La referencia es clara al populismo devastador que padecemos, el afán totalitario de la vida y pensamiento nacionales, nube borrascosa que obstruye la individualidad y el sueño de la aspiración.
El populismo ha cancelado innumerables prerrogativas, pero la más sensible de todas es sin duda dejar al país y a su economía sin una siguiente mejor alternativa. El populismo no ofrece salida porque no reúne estima en el costo de la misma; podrá ser económica, costosa y destructiva por igual, pero para el totalitarismo es pérdida inequívoca de control. Se multiplican, por efecto natural, las aberrantes intromisiones del modelo llamado social en la marcha de la economía.
Si existen contrapesos, serían los derivados de la inercia de la inversión de los agentes productivos, aquellos que no pueden interrumpir cadenas de abasto o cadenas de servicios. Una situación es cierta: ante el tren irrefrenable de gasto y gasto con deuda, el modelo popular jamás dará lugar a una recomposición de la economía. Nunca podrá dar cabida al Costo de Oportunidad.
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