Sin doctrina económica

Tal vez nos cuestionamos el haber llegado a un punto en donde se destaca desde el discurso presidencial, la superación de una “etapa neoliberal” que supuestamente ha quedado atrás después de la llegada del populismo, que tiene...

4 de noviembre, 2025 Sin doctrina económica

Tal vez nos cuestionamos el haber llegado a un punto en donde se destaca desde el discurso presidencial, la superación de una “etapa neoliberal” que supuestamente ha quedado atrás después de la llegada del populismo, que tiene siete años en el poder. Desde luego no reúne un fondo académico, pero tampoco es expresión suelta, lleva una intención clara de separación de una etapa que marcó su trascendencia en instituciones y que diluía la toma de decisiones de gobierno en un pensamiento plural. Pero más allá de la pluralidad, sentaba las bases de apertura de la economía y al parecer ese es el punto central de separación de un poder que realmente contempla el totalitarismo para invadir la apertura. Invadir es anular de facto. Ese punto central es doctrinario, es esencia de una política marxista que concentra un pensamiento único e interpretativo de necesidades básicas que serían cubiertas con función presupuestal. 

Podemos hacer un repaso que pudiera retar una doctrina como tal, en el sentido estrictamente económico y como tal desechar el contrato social como dispensa presupuestal; si recordamos nuestro devenir económico, podemos resaltar la sustitución de importaciones como un modelo de pensamiento progresista, modelo que gradualmente incorporaba la inversión extranjera para no acumular predominio en la estructura de capital de las empresas. No podemos ignorar esa actitud proteccionista del gobierno, como tampoco podemos dejar de lado el paternalismo al campo; la industria se protegía de una capitalización agresiva de las potencias y la producción agropecuaria nutría un territorio vasto y disperso en materia de iniciativa regional. No era lo mismo sur que norte, como sigue existiendo ese diferendo por regiones. 

Tampoco podemos ignorar la herencia del movimiento armado, la Revolución, que justamente inició sus diferencias y contradicciones en la tierra; diferencias por la tenencia y contradicciones porque el reclamo sin dejar de ser justo era totalitario. El equilibrio llegó con un reparto que en la lejanía del juicio de la historia, puede resultar equitativo pero también puede juzgarse arbitrario. Como sea, fue un punto de partida para la paz social y también un punto de inicio en la producción del campo. Requería organización y el gobierno la brindó en el crédito, en el seguro agrícola y en el pecuario. Comercialización también. Si ese paternalismo derivó en clientelismo, el paso estaba dado en la aceptación implícita en el receptor del beneficio que amparaba el trabajo individual, el campesino y el colectivo, las organizaciones como la Confederación Nacional Campesina, CNC, entre otras. 

México se organizaba: organizaba su sistema alimentario, su producción industrial y reunía preceptos de competencia. La segunda guerra brindaba una gran oportunidad en el acero y en otras manifestaciones de industria. La economía mexicana se robustecía en un renglón que el mundo no tenía en suficiencia: los perecederos. El gobierno reconocía ese sustento primordial al contemplar carestía en el otro lado del mar, en una Europa devastada. La década de los cincuenta abría una gama de oportunidades. Transcurrieron décadas en las que naturalmente surgía el interés de los grandes capitales; los gobiernos se sucedían en transición pacífica, los acuerdos se respetaban en materia de inversión, el marco jurídico amparaba al inversionista local y al foráneo. Las reglas invitaban a hacerse laxas para captar mayores inversiones. La sustitución de importaciones culminaba su esfuerzo proteccionista. El servicio público profesionalizaba su intervención; se estudiaba en las mejores universidades del exterior para mejorar la función pública. México se incorporaba a ese mundo del progreso, del crecimiento y del desarrollo.

La visión de los años setenta interrumpió esa escalada del crecimiento para incorporar una estrategia fallida en la concepción de otorgar a la industria ejidal fuerza de competencia regional con la creación de empresas en una utópica visión simplista de posesión de un bien que pudiera ser explotado en forma comunal, llámese cuenca lechera o maderera. El ejercicio no interrumpía la verdadera función industrial, por fortuna, era un simple ejercicio de refuerzo. El experimento derivó en la constitución de 690 empresas que tuvieron que ser liquidadas. El fallido ejercicio se llamó Fondo Nacional de Fomento Ejidal. La década de los ochenta también tuvo su acento de interpretación fallida en la supuesta riqueza petrolera que más tarde cimbró al mundo con el embargo de nueve naciones verdaderamente ricas en yacimientos. 

El año de 1994 vio la verdadera incorporación del país al mundo de las economías abiertas, a la competencia y al descubrimiento de nuestras ventajas comparativas para competir sin productos terminados. México integraba su economía a los agregados de valor. El crecimiento no se interrumpía, los preceptos de la modernidad imperante no se abandonaban, se forjaban reformas que incorporaban capital de riesgo en la perforación de mares profundos, se pensaba en energía alterna a la tradicional para un despacho limpio y eficiente. En suma, se pensaba en el futuro. 

Se hace todo este repaso breve para destacar que en todo este proceso no existe nada doctrinario, a menos que por doctrina se interprete acceso a una modernidad incontestable y probada. Si en este tránsito de progreso se encuentra un denominador y es el capital, sea entonces el capitalismo un derivado de conveniencia para asegurar un futuro de nación, pero pudo llamarse futurismo por igual. No podemos ignorar la visión desviada que inició el 2018, con una prerrogativa descalificadora en la construcción de la nación mexicana. Nunca existió la etapa neoliberal que inicia este texto como tal, las etapas que viven las naciones las conforman las ciudadanías participativas con sus gobiernos y se llama democracia. La irrupción en las decisiones del poder, que debe ser compartido con la ciudadanía deja de llamarse democracia y entonces podemos interpretar esa función invasiva como doctrinaria. Ese es un retroceso, por tanto, la economía debe encaminar sus haberes y destinos, basados en progreso y no en doctrina.

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