El orden democrático generó un periodo de crecimiento económico con Sebastián Piñera durante 2010 a 2014 igual a 2.96% anual, y durante 2018 a 2022 de 4.30% en promedio de 4 años y crecimiento negativo en 2020 de -5.8; lo cual sugiere que Piñera condujo a Chile al estancamiento ricardiano. Esta afirmación no debe asombrar a nadie, porque la dependencia de la trayectoria chilena encaminó a la conducción Piñera hacia tal destino a causa de la institucionalización sistémica de una economía rentista desde el siglo pasado y en la presente centuria.
Al inicio del orden democrático y en 1990, los gobiernos de la Concertación entre la democracia cristiana y el Partido Socialista, adoptaron al modelo liberal reforzado por la dependencia de la trayectoria autoritaria 1974 a 1989; pero mediante la organización de la democracia ejemplar que tuvo Chile antes de 1974 y de la cual Sebastián Piñera fue un heredero edificante.
La inversión extranjera directa en la secuencia histórica no fue escasa, porque si entre 1974 y 1989 llegó a 11,800 millones de dólares, entre 1990 y 2006 se incrementó a 75,000 y permaneció en este nivel hasta 2011, lo cual significa que en el retorno de la democracia este influjo de recursos externos fue 15 veces superior al que tuvo lugar durante el orden autoritario
A lo largo de casi todo el período de orden democrático 1990 a 2019 anterior a la pandemia, el PIB chileno superó al de América Latina con algunas pocas excepciones. Si aceptamos que la idiosincrasia latinoamericana no es propicia al desarrollo de la economía de mercado, los usos y costumbres chilenos serían los menos desfallecientes de toda la región. Si no aceptamos tales teorías culturalistas; de todas maneras, resulta muy meritorio que las instituciones y organizaciones chilenas hayan logrado hacer crecer al PIB en el largo plazo como condición necesaria, pero insuficiente, para desarrollar a la ventaja competitiva nacional dentro de un orden democrático respetuoso de la pluralidad ciudadana.
La eficiencia adaptativa de las naciones cuyo pilar básico es la ventaja competitiva nacional, no depende del régimen político autoritario o democrático, sino de la pauta evolutiva de la innovación empresarial acompañada por la social; la cual, esta última, no fue incentivada en la medida suficiente por Piñera para darle sustentabilidad al bienestar nacional. Sin embargo, la incidencia de la pobreza en el ingreso nacional dibujó una tendencia decreciente de largo plazo, la cual alcanzó el 30.65% en 2010 fecha de inicio del primer mandato Piñera; mientras que se redujo a 6.5% en 2022 fecha de terminación del segundo (las estadísticas de este escrito fueron recopiladas del Banco Mundial).
El desarrollo de las fuerzas productivas de la nación desfoga en el crecimiento sustentable del PIB cuando representa un parámetro independiente de la desfiguración inflacionista. El crecimiento con un poco de inflación es una falacia keynesiana destinada a hacer creer que existe inflación de crecimiento siendo que, en realidad, el PIB crece en función de la productividad factorial, pero no de ninguna fantasiosa inflación de crecimiento. Empezando porque es el impuesto más injusto que existe, y siguiendo porque promueve la captura de rentas al mismo tiempo que desalienta a las ganancias de productividad, la eficiencia adaptativa de cualquier nación necesita erradicar la inflación o reducirla a su mínima expresión. La economía mundial registró una inflación del 3.3% en 2010 y del 8% en 2022; mientras que el Chile de Piñera hizo lo propio con un porcentaje alrededor del 1.44% entre 2010 y 2022.
Sin ningún fetichismo neoclásico por los presupuestos equilibrados, toda sana administración de las finanzas públicas debe armonizar a los ingresos públicos con los gastos y con la deuda gubernamental, tal como lo hicieron los períodos Piñera, porque Chile tuvo un superávit fiscal de 0.36% del PIB en 2010, y otro déficit fiscal de 1.36% del PIB en 2022; situado, este último, por debajo del 3% aconsejado por las consultorías transnacionales; es decir, que las administraciones Piñera no derrocharon gasto público.
Durante el orden democrático, el modelo primario exportador siguió incólume. Corroborando lo anterior, la mejoría de los términos del intercambio chilenos apuntaló una economía extractiva y compradora especializada en el buy, pero no en el make, debido a su fallo en la diversificación y profundización endógena del mercado nacional; es decir que este modelo liderado por Piñera entre 2010 y 2014 y entre 2018 a 2022, trastabilló en el primer paso del desarrollo competitivo (crecimiento endógeno); pero sin poder ni siquiera poner la punta del pie en el segundo (competitividad externa), más allá de las exportaciones de cobre.
Se mejoraron indicadores como la mortalidad infantil, de acuerdo a la política de Piñera ubicada perfectamente en la tendencia decreciente a lo largo de todo el período democrático (pasó de ser 16,2 por cada mil nacidos vivos, a 6,2 en 2022; aunque y de acuerdo a un reporte de la Organización Mundial de la Salud de 2005, ese decrecimiento de mortalidad infantil tuvo lugar fundamentalmente en los hogares con mayor nivel de educación e ingresos. Por otra parte, pero al mismo tiempo, la misma tasa de mortalidad varió mucho a nivel comunal mostrando las inequidades territoriales duraderas en la democracia chilena de Piñera o de los social demócratas.
El PIB per cápita en U$S de 2010 fue 12,765, en 2014 fue 14,675; en 2018 fue 15,820 y en 2022 fue 15,356; por lo que las administraciones Piñera lo incrementaron sin contradicción con una sociedad cada vez más inequitativa. En general, tal desigualdad distributiva se mantiene aglutinada a lo largo del tiempo de manera tal que el 1% de los más ricos percibe entre un cuarto y un tercio del ingreso nacional, mientras el 10% de los mismos ingresa más de la mitad de este ingreso nacional. Con respecto a un dólar de crecimiento en el PIB, el decil superior cobra 55 céntimos y el resto de nueve deciles de la población solo 45 céntimos. El 5% más pobre de Chile tiene el mismo nivel de ingreso que el 5% más pobre de Mongolia; al mismo tiempo que el 2% de los chilenos más ricos tienen el mismo ingreso que el 2% de los afortunados alemanes: las administraciones Piñera contribuyeron a cristalizar esta dualización de la economía.
La formación bruta de capital fijo (FBCF) durante casi todo el período de orden autoritario 1974 a 1990, la formación bruta de capital fijo tuvo un promedio anual de 17.25% del PIB; en cambio y durante el orden democrático 1990 a 2020 inclusive, el mismo promedio fue 22.17% del PIB superando en 5 puntos al del orden autoritario, por lo que la democracia con Piñera o sin él, fue más capital intensiva que el autoritarismo.
La deuda pública en % del PIB en 2010 fue 8.56; en 2014 fue 14.96; en 2018 fue 20.56 y en 2022 fue 31.28%. El orden democrático de Piñera se caracterizó por un manejo prudente de la deuda pública porque situada muy por debajo del techo aconsejado por las consultorías transnacionales del 60% del PIB. Históricamente, inició con un máximo de 43.44% del PIB en 1990, descendió hasta un mínimo de 3.88% en 2007, pero subió a 28.20% en 2019 antes de la pandemia. Si la estabilidad macroeconómica fuera la resolvente del desarrollo competitivo, tal como imaginó la teoría de la Gran Moderación popularizada por Bernanke antes de la crisis 2007, el Chile de las administraciones Piñera habría avanzado en el desarrollo de la ventaja competitiva nacional mucho más de lo que lo hizo en la realidad.
Discordante con la imaginería neoclásica, la estructura artefactual del orden democrático con finanzas públicas juiciosamente administradas por Piñera, no fue idónea para llevar el ranking competitivo de Chile desde las posiciones treinta y tanto hasta las veinte y tantos o, mejor aún, suficiente para alcanzar al pelotón de cabecera de los diez primeros.
El Institute for Management Development de Suiza corroboró la caída de la posición chilena en cuanto a la ventaja competitiva nacional que figura en la tabla que figura en esta colaboración. Las administraciones Piñera estuvieron encuadradas por la economía rentista adversaria del desarrollo competitivo.
Ranking de competitividad chilena en 2010; 2014; 2018 y 2022.
Año. | N° países encuestados. | Posición mediana. | Posición chilena. |
2010 | 130 | 65 | 30 |
2014 | 144 | 72 | 33 |
2018 | 140 | 72 | 33 |
2022 | 144 | 72 | 33 |
En cualquier lugar, el desarrollo de la ventaja competitiva nacional es la estrategia de desarrollo económico que puede proveer el mayor bienestar colectivo realmente existente. En el año 2010 y tal como muestra la tabla anterior, Chile se acercó a la posición mediana (29) de las economías encuestadas con una pequeña diferencia de 1 punto (posición chilena 30). Entonces, los pronósticos auguraron un desarrollo competitivo fulgurante para Chile. Sin embargo, lo acaecido realmente no confirmó tal vaticinio y primero en forma lenta, pero después rápida, la competitividad comparada de Chile fue alejándose de la mediana; es decir, fue rezagándose hasta la posición 33 de 140 países encuestados en 2010; la cual se mantuvo en la posición 33 desde 2014 a 2022; pero de 144 países encuestados. A pesar de ser la economía más competitiva de América Latina, la estructura artefactual chilena de Piñera no fue capaz de transformar su economía de rentas en otra de producción competitiva e inclinando hacia la vulnerabilidad; pero no hacia la resiliencia; tanto a la economía, como a la política o la sociedad.
¿Por qué la estructura artefactual de Piñera padeció tal carencia?, porque falló la innovación social en tres asuntos fundamentales: la capitalización de las jubilaciones en la financiarización que se opuso a cualquier justicia distributiva; la salud pública del consumo conspicuo; y la educación discriminante del populismo privatizador. Los tres fallos agrietaron el desarrollo de las fuerzas productivas, las cuales son definitorias del avance o del rezago en la productividad factorial.
Las administraciones Piñera no hicieron caso de lo que enseñó Easterlin en cuanto a que el deseo de la gente no siempre se guía por los precios y las cantidades de las transacciones mercantiles y por esto Piñera y sus apoyadores no percibieron el malestar chileno que se sublevó en octubre de 2019.
Con sus virtudes y sus defectos de Estado, Sebastián Piñera logró demostrar prácticamente que la derecha política podía gobernar siguiendo la vía pacífica de la democracia representativa. Fue un demócrata consecuente armado de los valores que deben presidir cualquier convivencia del mismo género. Solo arribaremos a un mundo mejor, cuando la clase política y la ciudadanía internalicen firmemente el modelo mental compartido y dominante de la democracia dialogística practicada por Piñera.
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