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Sanciones y T-MEC

23 de septiembre, 2025

Tal vez no es el camino estar de acuerdo en todo lo que propone Washington, por mencionar diálogo congruente, pero confrontar tiene un costo; no es precisamente una imposición a la que hago referencia, simplemente es la única vía del avenimiento y la conveniencia para el país, pero desgraciadamente siempre aflora la misma respuesta, la de la confrontación que desde luego ampara una soberanía por demás traída y llevada, soberanía que intenta exaltar valores patrios, que una y otra vez son pisoteados por el abuso y la corrupción que impera y que ya es dominio público. Se diluye la defensa del discurso itinerante y repetitivo, incongruente y cansado; la corrupción sentó sus reales y fue descubierta y expuesta, no existe vuelta atrás. Lo que emane del planteamiento de un ejecutivo desgastado ya es añadidura a la injuria que recibe la sociedad un día y otro también. Pero desafortunadamente, al parecer la sociedad llega tarde al reparto equitativo del poder y la interpretación, vaga por cierto, que invade los preceptos esenciales, contestables todos, resulta en un marco y desplante de arrogancia para disminuir presencia ciudadana, ya alerta, que percibe la prepotencia imaginaria de un poder sustraído sin pudor y sin reglas. La sorpresa tunde a un régimen atrapado en una falsaria imagen de triunfo, desde lo electoral hasta la acción y uso del recurso. Del presupuesto hablamos.

En ocasiones, la sanción no es cuantificable; la pérdida de respeto a la figura presidencial, nunca vista, es tema recurrente en redes y prensa especializada o no; las sanciones reales no las percibe la sociedad en tanto no se pronuncien desde el exterior, que es lo conducente siempre. Pongamos por ejemplo el arbitraje internacional: México ha sido denunciado ante cortes internacionales por faltas a situaciones pactadas y derivadas de convenios internacionales, casi todas de prácticas comerciales. Todas las ha perdido. Nada nuevo. Ahora tenemos una revisión del clausulado del T-MEC en puerta. Cuba resultará en una afrenta al tratado vigente, sin duda, pero la corriente adversa que impulsa esta inefable ayuda y desperdicio del recurso de los mexicanos, no es más que una muestra de la obstinación por reto a una potencia de la que supuestamente emanan prepotencias e imposiciones, por el simple hecho de responder en su bases fundacionales al capital, término proscrito en el contexto de un populismo que no entiende la reparación del capital para una economía que pudiera crecer.

La discusión se encuentra cerrada por la obstinación ideológica que permite y prefiere la marginación ciudadana antes que doblegar principios retardatarios y antagónicos al progreso. Esta regla ha sido plenamente cumplida en economías perdedoras como Cuba y Venezuela. La inercia del verdadero camino de la congruencia y la cordura existe sin duda; desde luego es relevante la presencia de los agentes productivos de la nación pero es insuficiente para diluir el discurso programático y abstruso en su proclama. No existe punto de avenimiento, jamás lo habrá y para entonces la vía punitiva será la única vía para desplazar esta absurda ruta de descomposición social. Está en marcha, lo está en la denuncia ciudadana y en el respaldo norteamericano. No puede hablarse de partes y capítulos dispersos, tiene que darse de golpe la caída de esta perversidad manipuladora de conciencias y destrucción de instituciones y recursos por igual. Y son muchas las sanciones que padecemos, gran parte desde dentro de un poder omnímodo y pueril, muchas otras en el concierto de naciones que naturalmente reaccionan a la debacle mexicana que no rinde en las libertades enmarcadas de siglos. La obstinación de este régimen nos ha llevado a una deuda por demás impagable, a un disfraz de rescate imaginario y a una confrontación de réditos con el exterior. Los mercados secundarios ya traicionan la tasa prometida de papel flotado para una petrolera quebrada; la soberanía no basta para cubrir las prerrogativas del papel en circulación cuando la producción de crudo es la más baja en cuarenta años. Bonos chatarra es sentencia, papel de renta fija con réditos que la nación no puede pagar.

Y con esas credenciales llegamos a una revisión de clausulado de un T-MEC incontestable e irrenunciable. Con la afrenta cubana de por medio, con el lastre de obra inútil, con selva devastada, con una cauda de corrupción que la historia moderna no contempla en el plano de todo un hemisferio, con complicidades del más alto nivel, con una invasión territorial de la delincuencia organizada, con un cinismo rampante en la obstrucción del orden y la justicia. Y podemos decir que existe nación, confrontada y envenenada, pero presente, atenta y en espera de lo que nadie espera: la caída del régimen. Tal vez la etapa del descrédito sea el primer paso, tal vez la denuncia colectiva persista, tal vez la infamia finalmente aflore y sea sancionada, tal vez existan considerandos en la congruencia y se conviertan en ánimo popular para el destierro de esta podredumbre.

En el camino de la recomposición se borrarían los considerandos y las suposiciones. La invasión institucional ya ocurrió por si alguien dudaba; otros caminos de expresión se encuentran en la ruta del silencio impuesto y muchas otras prerrogativas también, pero la descomposición social requiere de sustento y ese ya no existe, porque los recursos ya se encuentran extintos. Es ahí donde se encuentra el punto de quiebre, la quiebra del poder y la recaudación real, la de la ciudadanía. No existe sanción que perdure pero la que pueda imponer la sociedad puede reunir la última palabra.

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