Se prevé por parte del gobierno, un déficit público de algo así como 4.5% dentro del paquete económico propuesto al congreso para 2024. La actual administración entregaría al país con una deuda pública de prácticamente 50% del PIB, esta misma más que manejable, ya que respecto a no pocos países del mundo, estos niveles son bajos y por ende se pueden considerar deseables y sanos.
Los motivos de la inclusión de dicho déficit en el último año del sexenio son comprensibles, si bien lo mismo discordantes con el criterio aplicado en los cinco anteriores años (de recurrir muy poco a la emisión de nueva deuda), a pesar de un escenario internacional tan adverso, debido fundamentalmente a la pandemia por la covid-19 y a la guerra en Ucrania y Rusia.
El concepto de balance estructural en las finanzas públicas nunca estará mejor aplicado que en el paquete económico del año 2024, mismo que se puede explicar muy bien utilizando la metáfora de las vacas gordas y las vacas flacas: en el ciclo económico se dan lapsos de auge y depresión, que si bien en México no podemos considerar se esté en el primer caso, sí se dejarán sentadas las bases para periodos de auge crecientes, y la actual administración tiene la obligación de terminar las magnas obras que disparen los ingresos públicos en el corto, mediano y largo plazos, que mejorarán sustancialmente el desempeño fiscal en los años por venir.
Las obras por terminar representarán justo eso: ingresos fiscales crecientes. Mismos que servirán, en parte, para ir solventando los requerimientos financieros del sector público, ingresos como lo son las refinerías, desde la reconfiguración a las cinco ya existentes, algunas recibidas en estado deplorable, hasta la construcción de una nueva en Tabasco, pasando por la compra de la totalidad de las acciones de la de DEER PARK en Texas. También proyectos como el Tren Maya y el corredor multimodal interoceánico transístmico, que propiciarán la entrada de divisas, mismas que, directa o indirectamente, incidirán en la recaudación fiscal en los próximos años.
También –y hay que decirlo– este gobierno, debido al tan adverso entorno internacional con el que le tocó lidiar, hizo un uso (y quizás incluso, en ciertos casos, abuso) de una férrea política de austeridad y de aprovechamiento maximizado de los recursos públicos, como el echar mano de algunos fondos de contingencia, fideicomisos, reducción de presupuestos, etcétera.
El presupuesto de egresos de la federación, pues, se ciñe al criterio de balance estructural de manera responsable, dado las favorables expectativas de una recuperación paulatina en el crecimiento económico y en general, de las finanzas públicas, aunado a una necesaria (desde hace dos décadas) reforma fiscal integral que se logre en la próxima administración, sumado a la estricta observancia en la recaudación vía los grandes conglomerados empresariales del país, que mejorarán de forma sustancial los ingresos fiscales, tanto los tributarios como los no tributarios.
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