La bola de cristal en los tiempos de la inteligencia artificial

Los algoritmos IA no pueden manipular otra cosa que datos cuantitativos y riesgos del mismo género.

27 de noviembre, 2024 La bola de cristal en los tiempos de la inteligencia artificial

Si usted es tradicionalista y desea percibir su futuro, puede hacerlo comprando en línea una bola de cristal a un precio mediano de $900; en cambio si es progresista, debe suscribir algún sitio de inteligencia artificial. 

Preocupados por escuchar atentamente el último grito de la moda, comentamos en seguida esta bola de cristal inventada por el hombre blanco y etiquetada como inteligencia artificial.

El progresista gobierno estadounidense -obviamente no el de Donald Trump, quien es tradicionalista identitario- devino un gestor proactivo de la ciberseguridad utilizando a la IA para precaverse: (1) de la vulnerabilidad cuantitativa de los programas más estratégicos ante armas biológicas o bacteriológicas, y (2) de las falsas noticias o de las imágenes y palabras falsas creadas por la IA. Precaución muy oportuna, porque la IA está cambiando a la cotidianeidad de los hombres blancos, negros o amarillos. 

El cambio en los usos y las costumbres institucionales y organizativos es inapelable. En la próxima decenia se registrarán cambios tecnológicos que no aparecieron en los últimos cincuenta años: la revolución numérica permanente acorta las brechas entre las oleadas de innovaciones sucesivas en todos los órdenes, pero particularmente en la IA. 

Cambios que no escapan al riesgo y a la incertidumbre sistémica correspondientes a toda la estructura artefactual de la nación; los cuales devienen multinacionales a causa de la mundialización basada en las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones; tal como lo es la IA.

La Incertidumbre XXI convoca a riesgos y angustias cotidianas, porque la humanidad consigue cada vez menos convivir con su prójimo sin temor y sin desconfianza Precisamente porque el hombre contemporáneo no se siente seguro de nada ni de nadie, se ha convertido en un extraviado existencial conminado a entrever su futuro para – en la medida de lo posible -, sentirse más seguro. 

Obligación con respecto a la cual la IA sirve mach o meno’, porque los algoritmos IA son excelentes para prever tendencias de corto plazo, pero fracasan en anticipar eventos en lago plazo como las fracturas profundas o los choques provenientes del exterior o el crecimiento de la tensión internacional. 

Al mismo tiempo, la IA no es capaz de interpretar señales débiles tal como el aleteo de una mariposa en la costa bretona, lo cual produce una inundación en San Francisco. Tampoco es capaz de predecir el desembarco de tropas norteamericanas en México, o los desastres ambientales producidos por el calentamiento del planeta.

La realidad futura es anergódica, por lo que las variables exógenas son imprevisibles, así como los comportamientos económicos, políticos y sociales de los agentes respectivos. Aún más, la Incertidumbre XXI condiciona circunstanciadamente a las previsiones del porvenir aumentando las angustias del presente.

Los algoritmos IA no pueden manipular otra cosa que datos cuantitativos y riesgos del mismo género; pero no el amplio abanico de imprevistos tales como las rupturas tecnológicas o las crisis sanitarias que nos acechan y nos seguirán produciendo ansiedades multifacéticas. 

Dado que vivimos en un capitalismo emocional de largo aliento, la IA falla estructuralmente al no poder modelizar los comportamientos irracionales de contundentes repercusiones económicas, políticas y sociales. Fallo sistémico que las redes sociales difunden inmediatamente pudiendo originar pánicos, burbujas especulativas y otros males públicos.

Elon Musk es un formidable proveedor de sufrimientos colectivos, los cuales desestabilizan sentimientos y emociones. También desestabilización de los expertos utilizadores de IA, quienes transmiten estos andamios psicológicos a sus prejuicios analíticos quienes, a su vez, invalidan a las conclusiones analíticas del caso.

Finalmente, y sin ser un tradicionalista, confieso que añoro los tiempos en los cuales visitaba a una bella gitana de piel morena, cabellera sujeta con un pañuelo de colores, y cachengue en las caderas, quien me engatusaba leyendo el futuro en una bola de cristal… ¿por qué?, porque prefiero este tipo de relación personal cálida y amigable, al mecánico, gris e impersonal instrumento que llaman IA. Bien o mal previsto, el futuro corre por mi cuenta.

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