No puede discutirse el tema económico con el populismo, por la simple razón de que sus preceptos son de reparto, de simple acumulación pero no de creación de riqueza, sobre todo si se menciona el capital, término proscrito en el lenguaje socialista que impulsa una imaginaria de dominio ligada al capital, imaginaria que circunscribe imposición de ideas liberales, sin reglas, sin sujeciones, condenando un libre pensar y actuar, porque la lógica socialista debe conformar metas comunes. El problema de sustancia es que las “metas comunes” son pensadas desde un poder omnímodo e incontestable. Después de siete años de esta carga ideológica, en nuestro país no existen bases para un diálogo con el poder presidencial en turno; han existido presiones tanto internas como externas, las internas no han logrado gran avance, las externas si. Se ha conformado un Plan México, que reúne un conjunto de buenos propósitos y un buen número de incisos, de los cuales no existe uno solo cumplido o en marcha. El discurso desde el podio presidencial anula todo, desde la voluntad política hasta la conformación de mesas de discusión y trabajo, inexistentes.
El populismo no cree en la convocatoria, no cuando se trata de medidas correctivas; cree, desde luego, en la concentración de masas para acentuar una idea de proyecto de asistencia social. Pero la asistencia social lleva un costo: reunir el recurso. En eso estamos, en esa etapa de quiebre de metas alguna vez enunciadas, traicionadas de origen desde luego, para suplir la deficiencia del servicio, del que se trate, para acomodar la prerrogativa del reparto. El presupuesto se agotó, la deuda inconmensurable tomó el lugar de la prebenda empeñada siete años atrás; el margen de maniobra es desesperado, no alcanza el gasto corriente. Se lanza un paquete económico para endeudar una vez más al país con 1.7 billones para cubrir lo mismo en el servicio de la deuda. Entonces, las cosas quedan como están, como si existiera un fideicomiso para paralizar el país.
El tema de la economía no se toca, si el secretario de salud está impedido para mencionar municipios afectados por inundaciones, seguramente los secretarios de economía y hacienda, también lo están para anunciar la catástrofe económica que vive la nación. Surge entonces el pronunciamiento que nunca falta: finanzas públicas sanas, hasta ahí el enunciado. Si surgen interrogantes, entonces el tipo de cambio hace su mágica presencia para demostrar firmeza en el rumbo de nuestra economía. Las veces que López Obrador trató de esquivar el tema, anotaba con descaro que estaba indagando sobre supuesta suplantación del Producto Interno Bruto, acotando obsolescencia del término, para acoplar un sentimiento de bienestar y felicidad. Nada nuevo del chavismo, que emulaba constantemente este individuo. También insultaba con fórmulas inexistentes como la economía moral, una aberración, como insulto a la vez a una comunidad internacional impulsora de bases reales en la economía.
El socialismo llega a convertirse en burla de preceptos y ordenamientos de comunidades internacionales de respeto; la irreverencia populista no solamente invade espacios de interpretación universal, niega sistemáticamente la fase dogmática del progreso. La confronta en una lejanía conveniente, en su propio feudo. Jamás intentaría un foro internacional frente a mentes un tanto por encima del intelecto medio y descalificador del socialista que no conoce otro camino que el de los “valores” que eufemísticamente enarbola para silenciar la voz disidente y educada en la academia, en la empresa, en el emprendedor que anota sus fallas y las lista en difusión organizada, profesional y colegiada. El enemigo a vencer del socialismo es la razón y el orden, la economía es un simple tropiezo que ilustra sus debilidades.
Si, reitero, la economía es tropiezo del socialismo, pero es el paso fundamental que destruye sus equivocaciones y desnuda sus vocaciones. Para el socialismo, la economía suma, no aporta; la fase de acumulación que imaginó de una economía boyante, puede ser utilizada una vez y en el caso de nuestra economía ya lo fue, tardó siete años depredarla. Ya fue usada. Renovarla es atribución del capital y choca con un discurso rampante y obtuso. No vendrá en tanto el socialismo se encuentre presente. Pueden llegar presiones externas desde el norte y de la primera potencia del mundo; podrán signarse acuerdos en lo comercial, pero la esencia populista no se borra ante esas concesiones; el populismo no cierra ciclos, los envuelve y repite, sin horizonte de reparo en la ignominia que crea.
El modelo populista no cree en la negociación, no cree en los plazos, su idea de proyecto no es la temporalidad, es la permanencia. Es un modelo obstinado en una perpetuidad que no contempla los medios para lograrla, contempla los fines y lo ha demostrado en la captura de toda forma de expresión de poder. El esquema norteamericano es un planteamiento inesperado, fortuito y jamás imaginado desde un capitalismo invasor de tiempos. Reclama respuestas nunca contempladas ante una fuerza superior y para colmo, fuerza económica. Siembra disyuntiva de rumbo, altera las formas de captura popular, de captura emocional. El capitalismo del norte abre una brecha interpretativa en la que el modelo popular no encuentra consulta, ni acomodo.
Los modelos adscritos en el territorio distante en la geografía no brindan aliento ni compañía. Venezuela a un paso de ser tomada, Bolivia desacredita a un lider cocalero y quiere su encierro, Pedro Castillo en prisión, Kirschner también, la derecha se refunda en Argentina, Petro es condenado desde la Casa Blanca, Nicaragua enfrenta aranceles del 100 % Y Cuba puede sufrir su primer bloqueo, no el difundido desde la dictadura, el de la simple distancia de la “ayuda humanitaria’ que nunca lo ha sido.
Resulta curioso que la reunión de captura del poder político resuene en ese pronunciado del 2018 para reclamar el espacio por encima del poder económico, el que traicione la supuesta cuarta transformación y esa supuesta transformación se quede sin respuestas ante su propio electorado y ante el mundo real, el de las economías abiertas, al que México pertenece. El inimaginable reto a la permanencia de un modelo retrógrada, plagado de incompetencia y corrupción. Y todo por no entender la economía.
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