Cifras que traicionan la confianza

Gastar para un gobierno es función natural y en su amparo se encuentran diversas obligaciones de todo orden, desde el jurídico hasta la salud, entre un recuento de innumerables servicios. Dispendiar no se encuentra entre ninguna de...

17 de septiembre, 2025

Gastar para un gobierno es función natural y en su amparo se encuentran diversas obligaciones de todo orden, desde el jurídico hasta la salud, entre un recuento de innumerables servicios. Dispendiar no se encuentra entre ninguna de las funciones que otorga un mandato constitucional que prevé cuidadosamente las garantías ciudadanas. Este gobierno gasta y gasta mal, también dispendia y lo hace sin programa, sin recato y sin escrúpulos; siete años de derroche son prueba suficiente en la calificación negativa del régimen pasado y el actual, que es en esencia una continuidad cifrada en una ideología por demás antagónica a la economía abierta que tiene México desde 1994. La inercia del sector productivo no alcanza a cubrir las deficiencias que plantea el modelo populista en la dispersión del recurso. El choque y miras de unos y otros es frontal y los avenimientos siempre han sido una simulación. Para dejarlo claro, no existe ninguna meta de congruencia entre la clase productiva y la clase gubernamental. Por principio, la asistencia social difiere diametralmente de la acción de gobierno y el reparto es desafío crucial en el planteamiento del empleo creado por la inversión productiva y no por efecto de acumulación simple de la renta nacional. 

Las bases de crecimiento de un gobierno populista siempre serán atajadas u obstruidas porque las nociones que se tienen del sustento primario son equivocadas de origen y la concepción de ingreso es dictada desde la concepción de interpretación de necesidades. Entonces, el consumo se convierte en una variable interpretativa y para ese entonces, el ingreso ya sentó la precariedad correspondiente para que nunca se aspire a más. El populismo crea un círculo vicioso en la interpretación de necesidad básica, ciclo que redunda en consumo guiado desde la cúpula del poder. Si esa es la base de construcción de pensamiento individual, el populismo sienta sus bases de control de masas a partir de esa aceptación implícita de liderazgo y para cuando exista reacción adversa al dictado, la precariedad ya instaló su permanencia.

Si se instala de facto, un pensamiento central, se instala la consecuente totalidad del control presupuestal. Si se suceden las arbitrariedades del pasado en el renglón que sea, obra pública, hospitales, clínicas, los vicios se irán conformando en la improvisación y el respaldo presupuestal seguirá la misma trayectoria de dispendio inútil, sin programa ni orden. Esto está sucediendo desde el presupuesto para el año 2026 y seguirá sucediendo en tanto el modelo siga la semblanza del despilfarro. No hace falta una revisión exhaustiva del presupuesto, lo único conveniente constituiría analizar su origen, una cámara integrada por personas sin la capacidad analítica ni los conocimientos para concebir un proyecto de nación, lo que significa un acomodo de cifras no confiables, que cumplen en esencia la función programática del gasto, significando adiciones a modo o restar a conveniencia con ese proceder imperturbable de conceder y someter a la orden de un poder ejecutivo incontestable.

Con un par de enunciados podemos resolver la incompetencia de los que proponen gastar el producto de la nación: El tren maya está próximo a rebasar el 162 % de su presupuesto original y a la fecha no sabemos de la tala de millones de árboles y el destino de esa madera, fortuna incalculable que seguramente tuvo un desvío conveniente. En mi texto anterior concluía que nuestra deuda es impagable. En una semana no he cambiado de parecer y ahora se agrava con una supuesta adición de 1.7 billones. Esta deuda adicional ya duplica la deuda acumulada de toda nuestra historia moderna, toda vez que para el cierre del 2018, la deuda era de diez billones. En 2026, tendremos una deuda total de veinte billones. Y no es solamente mi parecer, es el padecer de una nación con un gobierno irresponsable. 

Muchas cosas están a la vista y son de dominio público, desde la ausencia de medicinas hasta el abandono de la ciudad capital. Otras, se convierten en intuición colectiva, como la presencia de la Casa Blanca y los requerimientos que de la noche a la mañana reditúan en acciones correctivas y denuncias efectivas verdaderamente sorprendentes y menciono lo sorprendente por el desvelo de la actividad delictiva acumulada de años del sexenio anterior en donde todo era negado, desde laboratorios de fentanilo hasta las tomas clandestinas de hidrocarburos que iniciaron con simples pinchazos a ductos dispersos, pasando por pipas hasta llegar a buques tanque. Una trama peliculesca ha sido descubierta en cuestión de días. La logística ha sido tan compleja que más de quinientas empresas han participado de este fraude sin precedente. No creo que esta operación pueda incluir personas en su configuración; tendríamos que hablar de grupos. 

La averiguación se rodea de un entorno peligroso para una sociedad ávida de cancelar prebendas del poder en turno; no es precisamente una exaltación mórbida lo que estamos viviendo, el pasmo es natural dada la dimensión de la traición a lo más sagrado que existe: los bienes de la nación y la custodia de los mismos. Fuerzas armadas involucradas retando historia de heroísmo y tradición de presteza y servicio, algo jamás experimentado; uniformes manchados en su juramento de lealtad no es cosa menor. Pero las cifras, otra vez hacen su aparición para evaluar el daño que nunca será repuesto. Perdemos un poco o un mucho de todo, pérdidas materiales incalculables, dentro de un estimado de quinientos mil millones como punto de partida. Ese sería lo que la nación dejaría de captar. Nuestra fecunda imaginación no dimensiona el tamaño del despojo, pero sí dimensiona la erosión de la confianza porque esa se pierde una sola vez. No queremos más cifras, queremos certeza de rumbo, no el que plantea este populismo devastador de recursos y de confianza. Esto que vivimos no es el rumbo. 

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