Como la mayoría de las personas, seguro este inicio de año los encontró bien entrados en excesos, como debería de ser, porque la vida es demasiado corta para no empacarse un plato más o echarse el último trago. Espero que en su lista de propósitos esté ser tolerantes, disciplinados, dedicados, y tal vez menos rencorosos; pero si no está seguro no falta el viejito pero bonito propósito de bajar de peso, o hacer alguna otra cosa relacionada a la salud.
Una vez digerida la rosca de Reyes o los tamales de la Candelaria, si son de carrera larga, tenemos toda la motivación del mundo para empezar a hacer ejercicio. Algunos se deciden a poner su alarma a las 3 de la mañana para tomarse su licuado de proteína e ir al gimnasio religiosamente antes del trabajo. Después de unas dos o tres semanas de aguantar despertarse a esas horas demoniacas, que las máquinas estén ocupadas por gente tomándose su acostumbrada #selfie (#gym #fitness) y que todo esté lleno por otros entusiastas esa rutina se convierte en algo religiosamente ocasional.
Es natural que nos frustre mantener el enfoque cuando sentimos que nada está a nuestro favor, que hacemos todos los sacrificios para obtener resultados imperceptibles. Algunos de nosotros sabemos perfecto el nivel avanzado de fuerza de voluntad que hay que manejar para aguantarse las ganas de comer una pieza de pan o un paquete de galletas cuando el clima está frío (o caluroso o templado). Y decir “no” no siempre es fácil cuando ya estamos desmañanados, cansados y hambrientos, de hecho, en ese estado lo más seguro es que mandemos todo a la fregada.
Creo que es común que cometamos el error de pensar que la motivación, o motivo de acción, es algo que va a venir a nosotros como por arte de magia cuando somos nosotros los que debemos crearla. Lo malo es que cuando la encontramos pocas veces tenemos la habilidad o la voluntad para mantenerla.
Como la motivación está relacionada con la dopamina, que es el neurotransmisor que anticipa el placer, lo que hay detrás de ella es la certeza que después del sacrificio y el cansancio viene una recompensa. Científicos franceses, durante una serie de experimentos, definieron la existencia de un centro universal de la motivación que decide el esfuerzo invertido en tareas tanto motoras como cognitivas. A mayor motivación más se activa este centro universal porque la recompensa es más alta.
El eterno problema con la mayoría de nosotros es que nos ponemos metas muy altas, o de plano irreales, que encima de todo queremos alcanzar con el mínimo esfuerzo en lugar en lugar de ponernos metas pequeñas y realistas que sí podamos alcanzar con todo el esfuerzo que estemos dispuestos a invertir.
Obviamente lo anterior se aplica para cualquier área de la vida, pero refiriéndome específicamente a la bajada de peso, que es algo que a muchos nos puede costar los ovarios propios y los ajenos, hay que encontrar motivaciones externas. Es suficiente con ver en nuestro clóset la ropa que nos poníamos años atrás o fotos viejas de uno mismo; bueno, no nos vayamos más lejos, si a ustedes, como a su servilleta, lo que les motiva es el dinero basta con pensar que comer de más lo resiente la cartera.
En fin, ojalá este año lo hayan empezado con el pie derecho, con harto trabajo y con harto descuento. Yo les sigo echando porras para que digieran bien esos tamales.
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