La niña que apareció asesinada en la Ciudad de México en días pasados, lleva un nombre que significa única. Aunque por desgracia, no es solo ella quien ha sufrido a manos de una sociedad que parece no tener satisfacción cuando de horrores se trata.
Todo el país se ha dado cuenta que la niña fue abandonada a su suerte, afuera de la escuela a la que asistía. Las personas encargadas de pasar por ella se atrasaron y en la escuela tenían prisa y la dejaron a su suerte. De ahí desaparecería.
Ahora se sabe que no fue un hombre quien se la llevó, sino una mujer. La señora que vendía “papitas” a la salida de la escuela.
Fátima apareció asesinada, días después.
Ahora, después de muerto el niño, como siempre ha sucedido en el país, se trata de tapar el hoyo. Pero esto no es un hoyo, sino una perforación en las entrañas. Esto ha dejado de ser un desgarre del tejido social, como pomposamente se le ha descrito a las situaciones de violencia y crimen que hemos vivido en el país en los últimos 30 años.
Ah, y que nadie se equivoque: el neoliberalismo no tiene nada que ver.
O dígame usted o alguien: ¿qué tiene que ver una doctrina económica con que una mujer se lleve a una niña del colegio a donde asiste y luego aparezca asesinada?
Al parecer, las pesquisas indican que la mujer que se llevó a la niña era o su pariente o su conocida. Por ello le fue entregada por el personal de la escuela.
Las investigaciones que se han hecho el día de ayer indican que la niña fue llevada a una casa en Xochimilco en la CDMX y ahí sería abusada sexualmente por uno o dos hombres con la anuencia de la mujer, y luego fue asesinada.
La historia seguramente será narrada con lujo de detalle en cuanto la responsable junto con sus cómplices, si los hubo, sean detenidos.
Mientras tanto, en todo el país extremarán precauciones en las escuelas y toda persona que se acerque a una escuela será vista como sospechosa de robar niños para luego matarlos.
Se implementarán protocolos estrictos que se observarán rigurosamente por una semana o dos, y luego todo volverá a ser como antes del suceso (que no es lo mismo a “como antes”, es decir, a como era hace 50 años cuando un caso así era rarísimo que sucediera; conmocionaba a todos por igual).
Hoy, sin temor a equivocarme, creo que es poca la gente que sinceramente se duele por el hecho. No ha sido el único. Se habla de más de 100 niñas asesinadas de diversas formas por familiares desde 2012.
En 22 de estos asesinatos se especifica que eran niñas maltratadas por el padre, madre, padrastro o madrastra. Incluso hay cuatro casos en los que se anotó que hubo violación por parte de alguno de los familiares.
Entonces tenemos un tejido social deshecho completamente, donde como sociedad hemos asimilado las dosis de violencia que se han venido dando en aumento, nos escandalizamos unos cuantos días y nada más.
El sistema que falla no es de modelo económico alguno. Es infantil y perverso culpar a los neoliberales. Es salirse por la tangente.
Como igualmente perverso es empezar a hablar mal de los padres de la menor, como hizo Ernestina Godoy Ramos, la Fiscal de la CDMX. Claudia Sheinbaun tuvo que corregirla por las declaraciones tan irresponsables que hizo.
Esto es lo que sí les importa: que el caso políticamente no les afecte y pierdan votos ante una manifiesta ineficiencia en sus sistemas. Lo que es perverso.
Pero una cosa es cierta: ningún gobierno, ningún sistema puede prevenir tales sucesos, por más que tapen los hoyos que creen que han visto. No ha visto nada, porque no quisieron ver en su momento
Para que exista una ola de degradación social como la que tenemos encima, se requieren de décadas de debilitamiento social, de relativismo que provoca una degeneración en la psique colectiva, de debilitamiento de la moral social, misma que se empeñan en negar su universalidad, cuando todas las personas saben lo que es malo y lo que es bueno, pero que ahora ahogan el concepto en un mar de la mal llamada preferencia y derechos humanos.
Antes, hace décadas, no había tanta conciencia de los derechos humanos como hoy. No había tanta asistencia social y apoyos. Estar en lo políticamente correcto no era lo importante, sino estar bien, cuando bien significaba solo eso, bien para todos.
A las cosas se les llamaba por su nombre. No con eufemismos para disfrazar la maldad y alguien se ofendiera.
Había moral, decencia, responsabilidad, temor a Dios. Los niños de los vecinos eran nuestros hijos también. Se les cuidaba. Se vivía mejor, sin tanta violencia como hemos generado por ser modernos, actuales, del siglo XXI.
Pero eso, estimados amigos, no significa que vivamos mejor, sino todo lo contrario. Revertirlo es tarea de uno, pero tara de todos. Y eso es, El Meollo del Asunto.
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