Cuando los funcionarios mexicanos de “antes” deseaban darle largas a algo o no resolver alguna situación incómoda nombraban una “Comisión”. La que podría ser mixta y debía estar integrada por gente “proba”. La que trabajaría en el asunto.
Esto sucedía solo el día del acuerdo y en la oficina del funcionario de más jerarquía. Después transcurriría el sexenio o el trienio y todo seguiría igual.
En la Comisión habría representantes del grupo que cuestionara, pidiera o exigiera algo. Unos años después, estos representantes del grupo serían de las personas agraciadas con una diputación, una regiduría o alguna secretaría.
Al paso del tiempo y con el alza en la violencia, la inseguridad y el narcotráfico se nombrarían ya no comisiones, ahora fiscalías.
Se usaría el mismo sistema de las comisiones pero ahora le darían un “cambio”. Las fiscalías sirvieron para lo mismo que las comisiones. ¡Para nada!
El Progresismo actual en México ha provocado no pocos cambios en la manera de pensar y de hacer las cosas.
La forma en que vivimos en la segunda década del SXXI, no se parece a la que se vivía en 1950-80. Solo donde hay pobreza extrema es igual o peor. En México la mitad de la población vive en la pobreza. Pero esa es otra historia.
El Progresismo con sus nuevos marcos de pensamiento se ha convertido en referencia para todo lo que se hace o se dice.
Es como cuando en el SXVII surge y sucede con el Iluminismo. Al emerger la vida del ser humano ésta cambió para no volver a ser igual a lo que era. A lo que había sido y era conocido, aceptado. Para nunca más regresar a los primeros marcos de referencia de pensamiento.
Los marcos sociales y teológicos fueron removidos. Se introdujo el criterio “científico” a la vida diaria de las personas. Ahora, la teología con sus postulados y fe se hacían a un lado. Era la “moda”. Quedaban atrás. La fe se depositaría en la ciencia y sus postulados.
No obstante sus teorías erráticas, confusas. Sus mitos y realidades. Ahora la gente pide “ver para creer”. Porque en caso de no verlo, de que n se pueda ver, es que no existe.
El Progresismo actual es defendido por hombres y mujeres “liberalios”. Que no liberales.
La palabreja la promuevo para hacer una distinción entre los “liberales” de antaño. Que creían de diferente forma a quienes hoy dicen llamarse “liberales y son un “remedo” de aquéllos.
Los políticos que emergieron con el Liberalismo Político del SXVII no eran como son los que hoy dicen llamarse así. Liberales. Aquéllos no estarían de acuerdo con postulados y acciones que hoy llevan a cabo personas que se autonombran así, “liberales”. Como era el presidente Juárez, Melchor Ocampo, Ponciano Arriaga y otros.
Sucede lo mismo con el conservadurismo. El que siempre ha postulado la defensa de las instituciones que producen bienestar al ser humano. El que se contaminó con la ambición humana que promueve de cierta forma el maquiavelismo político. Además, hoy se confunde a éste tipo de conservadurismo con el primero. Se definen o nombran igual, pero nada tiene que ver.
El progresismo ha producido su versión propia de las Comisiones y de las Fiscalías. Una herramienta para darle “largas” a las cosas pero que al mismo tiempo esté dentro de lo “políticamente correcto”. Doctrina básica del Progresismo y de los “liberalios”.
Además la revisten de la siempre muy bien ponderada, socorrida pero mucho más mal entendida “Tolerancia”.
Ah; sobre todo, y como el “plato fuerte” del Progresismo, los llamados “Derechos Humanos.”
Esta herramienta a la que me refiero es conocida, mas no identificada a cabalidad. Se trata de lo que llaman: “Debate Serio.” Como al que llaman para saber si legalizar o no la mariguana.
Ahí El Meollo del Asunto.
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