Vivir con pasión

El tercer milenio se ha caracterizado por la levedad. Se requieren almas dispuestas a plantarse en firme y escribir la mejor historia.

25 de marzo, 2025

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el término “pasión” como un sentimiento vehemente, capaz de dominar la voluntad y perturbar la razón…” Establece dos precisiones de acuerdo con su origen del verbo “padecer”: Lo que tiene que ver con la emoción hacia alguien o algo, o bien, lo relativo con el sufrimiento, poniendo de ejemplo la pasión de Cristo en la cruz.

En esta ocasión quiero referirme a la primera connotación, la relativa a un sentimiento vehemente capaz de dominar la voluntad, algo que, me parece, tanto nos está haciendo falta en estos tiempos.

Cuando revisamos las biografías de personajes que han hecho una diferencia en el mundo, descubrimos que en todas ellas destaca un elemento de pasión que les permitió sacar adelante las dificultades, para dejar su impronta en la historia universal.  Ahora viene a mi mente la autobiografía de Vincent Van Gogh, escrita en género epistolar a su hermano Theo, en donde relata los sentimientos más profundos de un alma atormentada, que el pintor consiguió sublimar a través de su obra magistral, que lo llevó al destacado sitial que ocupa hoy en día.

En música viene a mi mente la vida de Ludwig Van Beethoven, azarosa desde pequeño, atravesada por lo que él consideró traiciones y desencantos amorosos, para culminar en la pérdida del sentido de la audición, clave para el desarrollo de la composición musical.  En alguna de sus biografías, la de Romain Rolland, si no me falla la memoria, se señala que el proyecto de lo que hubiera sido su Décima Sinfonía se quedó en el tintero, puesto que, para entonces totalmente sordo, estaba creada desde la imaginación e incluía acordes imposibles de interpretar.

En ambos casos, por citar solo dos de tantos que existen, los artistas vivieron aferrados a una pasión que les permitió enfrentar cualquier suerte de obstáculos con toda la fe puesta en su talento creativo.

El tercer milenio se ha caracterizado por la levedad. Somos ligeros al señalar, superfluos al proyectar y livianos al abandonar proyectos iniciados. El concepto de la lealtad ha perdido mucho de su valor y en ocasiones tachamos la perseverancia como un defecto, proclives a cambiar de carrera, de trabajo, de pareja o de amigos.  En este mundo líquido e inaprehensible, la pasión es vista como rara avis, de modo que terminamos descubriendo que la realidad de un día, como una tramoya teatral, es transformada por completo para el siguiente.  Tal situación nos impide el desarrollo de un apego sano que dé continuidad a lo que creemos y hacemos.

El desarrollo de una pasión requiere conocimiento. Descubrir que las grandes cosas de la historia han sido llevadas a cabo por hombres y mujeres que actuaron con arrojo a favor de aquello en lo que creían.  Ahora viene a mi mente el caso de Marie Curie, ganadora en dos ocasiones del Nobel y por distintas disciplinas.  Cuando se comprobó que la radioactividad que había descubierto le estaba dañando de muerte, se negó a abandonar su laboratorio.  A la luz del conocimiento actual nos parece una insensatez, pero vista con la misma lente que vimos a Van Gogh en sus episodios depresivos, o a Beethoven en su desesperación por no lograr expresar todo lo que llevaba dentro, sabemos que a esos genios la historia los ha perdonado.

Hoy en día necesitamos jóvenes con pasión, dispuestos a encauzar sus vidas hacia algo en lo que creen y que justifique para ellos la inversión de tiempo y energía al máximo. Vidas de hombres y mujeres que se comprometen con ellos mismos, de manera de encontrar que cada día es un peldaño más en el logro de su propósito.  Espíritus rebeldes e innovadores, que se atreven a salir de su zona de confort para hacer la diferencia.

Hay una diferencia entre respirar o vivir al máximo; entre ver pasar la vida o enfocarse en hacer que las cosas sucedan.  Una diferencia entre permanecer a la vera del camino o prepararse con los mejores recursos y lanzarse a trazarlo por cuenta propia.  Que nuestros jóvenes sean capaces de discriminar entre ambas posibilidades y elegir  la que haga de su vida la mejor historia que pudieron haber escrito.

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