El Doctor Miravalle, médico internista del reputadísimo Instituto Nacional de Salud, salía contento del consultorio del escritor chileno Jodorowsky. La llamada psicomagia, disciplina creada y desarrollada por él, había sido el último recurso para curar su extraño mal, que le aquejaba desde hace un par de años, orillándolo a solicitar un permiso especial en su centro de trabajo por tres meses, porque sencillamente este le impedía ya realizar sus delicadas responsabilidades y tareas como galeno.
Luego de visitas a psicólogos, psiquiatras e incluso neurólogos, de administrarse no pocas drogas, que sólo aletargaban su actuar y nunca mejoraban en algo su patología, la sugerencia de su esposa, de viajar al cono sur con el genio chileno, no pocas veces incomprendido, fue su última opción. Luego de casi tres horas recostado en el diván, el mago de la psicomagia dio al clavo: había que subir a la azotea de una vecindad en los suburbios de Santiago, antes habiendo comprado una cizalla antes y cortar cuatro varillas qué sobresalían de una columna de hormigón. Esa sería su cura definitiva. Su padecimiento no era ni de lejos lo grave que se pudo haber llegado a pensar.
¿De qué se trataba y a qué causas obedecía el mal que le aquejaba? Su hijo, arquitecto de profesión, un día le platicó de ‘”las varillas de la esperanza” en América latina, fenómeno así llamado porque en la mayoría de las casas y/o vecindades de las clases medias y bajas, al construir se dejaban unos trozos de columnas con sus varillas adomadas, esto con la esperanza (de ahí el nombre) de en un futuro ampliar la vivienda, echándole un piso más, cosa que (tristemente) pocas veces se concretaba, terminando tapadas estas con botellas de plástico usadas de algún refresco.
Desde el día que su hijo le contó esto, tema en el que el Doctor Miravalle nunca había reparado, había comenzado a ver en ciertos pacientes de su hospital con varillas encima de la cabeza en lugar de pelo o no pelo, cuestión que lo llevó a tener algunas crisis en pleno trabajo, y que se debían, según Jodorowsky, a que él, por alguna razón extraña, podía percibir en los enfermos quienes albergaban una auténtica y genuina esperanza en superar su enfermedad, por eso es que todos a los que él miraba con semejantes cabelleras largas, recias y oxidadas a manera de cabellera, eran precisamente los que todavía guardaban esperanza en su recuperación, siendo, en propias palabras del médico, los menos, pero no por ello dejaba esto de resultarle perturbador.
La cura prescrita por el escritor chileno y la psicomagia era, pues, esa, consistía en cortar tres o cuatro varillas de una azotea, y de ahí, irlas a regalar en algún depósito de chatarra reciclable. El Doctor Alfredo Miravalle, ya de vuelta en Ciudad de México volvió al hospital, su centro de trabajo, donde nunca más volvieron sus ojos a mirar tan turbantes visiones qué resultaban para él, retomando su exitosa y fructífera carrera como un internista de prestigio.
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