En 1956 el pintor, escritor y escultor José Luis Cuevas publicaba un manifiesto denominado “La Cortina del Nopal” en el cual se exhibía, ya sin tapujos, las inquietudes de la llamada “Generación de la Ruptura”, donde Cuevas, Gerzo y Tamayo eran, quizás, sus exponentes más visibles. De esta manera se posicionaban abiertamente contra las corrientes en boga en México: la escuela Mexicana de Pintura y el Muralismo Mexicano, impulsado por José Vasconcelos. Ambas corrientes se centraban en exaltar nuestra identidad nacional a los ojos impresionados del mundo entero.
La “ruptura”, en cambio, fue un proceso lógico y natural: México se insertaba de lleno en el concierto de las Naciones, y el arte y la cultura se veían influenciados por esto. Por ello, “La Generación de la Ruptura” vino a enriquecer y a complementar el panorama cultural existente que se encontraba ensimismado en sus convulsiones (Revolución y la pandemia de gripe).
Hoy, en un entorno no muy distante al de los años revolucionarios, donde en los inicios del siglo 21 han vuelto a manera de jinetes del apocalipsis, la guerra y la peste juntas, y en donde el mundo entero se está replanteando y poniendo diques a una globalización que se tornaba ya atroz para el planeta e inhumana (aún antes de la pandemia los fenómenos del BREXIT y Donald Trump así lo evidencian), México no puede ni debe ser la excepción. Ya en el nuevo T-MEC hay cláusulas que van encaminadas a una circunstancia de mejoras para los trabajadores y las empresas nacionales de Canadá, EEUU y México. El Covid-19 acelerará los beneficios del bloque trilateral más que de otras potencias comerciales lejanas.
En cuanto a la Cultura, el retorno a algo no muy distinto a la “cortina del nopal” se vislumbra como un imperativo, no de aislarnos tampoco, eso sería absurdo e incluso imposible, pero si de tener una mirada más introspectiva a lo que somos mayoritariamente, al México profundo, al más admirado por propios y extraños, pero inexplicablemente el México olvidado, ese de Rulfo, ese al que el Presidente Andrés Manuel López Obrador le habla y por el cual trabaja, el mismo al que la hoy oposición no entiende y acaso ni siquiera ve, ni lo hizo mientras era gobierno. De ahí que AMLO sentencie, seguido, que la mejor política exterior es la interior.
Una política pública cultural encaminada a exaltar todos nuestros valores vendría como una bocanada de aire fresco a la vida nacional, reafirmaría nuestra identidad, raíces y futuro, sin que lo extranjero se vuelva un lastre. Solo por poner un ejemplo: si uno va a la zona arqueológica de Palenque, en Chiapas, verá que selo está explorado 5% de lo que fue la antigua Ciudad, que los múltiples cerros que se ven ahí no son sino pirámides cubiertas por el monte y la maleza sin que nadie sepa cuántos saberes y tesoros guardan en sus entrañas. Esa es la riqueza de nuestro subsuelo de la que casi nadie habla, y que seguro nos relanzarían como un país de moda. Y si de divisas hablamos, para la industria turística sería, en una analogía poco extraña, como el oro negro que aún esperan por nosotros y nuestro futuro los grandes yacimientos recién descubiertos.
CARTAS A TORA 370
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