Un domingo común

Breve cuento de terror.

29 de septiembre, 2022

No puedo conciliar el sueño. Llevo media hora revolcándome en la cama, alterado, chorreando sudor a causa del insoportable calor. Los gimoteos y lloriqueos de mi hijo Armando, que llegan de su cuarto, no me dejan tranquilo. La puerta está abierta y él está tumbado en el pequeño y destrozado catre, enfermo, con una fuerte gripa que lo tiene con fiebre, escalofríos, dolor de cabeza y mareos. Miro el techo, luego el despertador que me informa que son pasadas las doce del día, y espero inútilmente haber visto mal la hora. Desearía tener ya dos tragos encima y así pretender que hoy será un gran día. Levanto la cabeza y miro hacia mi derecha, confirmando que mi esposa, Isaura, no está del otro lado de la cama. No llegó a dormir. Ya van cuatro veces este mes que me hace lo mismo. 

Siento la boca seca y espesa; tengo sed, hambre. Todo transpiración, me levanto despacio, inmerso en el sopor digno de una noche de juerga, y me dirijo al espejo. Me miro durante un rato, analizo mi imagen reflejada. No me gusta lo que veo: un tipo maduro, moreno, ancho, más bien gordo, de rubor enfermizo, con el pelo muy negro y tupido bigote. 

Salgo de mi mugrienta habitación con el enorme deseo de beber y comer algo. Todavía llevo puestos los pantalones cortos de la pijama y ando sin camisa. Puedo percibir mi brutal aliento aún perfumado de mi fiel tocayo, brandy Don Pedro. Paso por delante de la recamara de Armandito. Lo miro, sigue acostado, inquieto, pasando mucho frió, con los ojos entreabiertos y su gran barriga sobresaliendo debajo de una camiseta de Dragon Ball Z, sintiéndose muy mal mientras ve en una película animada en la televisión, creo que “Bernardo y Bianca”, otra vez. Camino por el pasillo del pequeño departamento casi en cámara lenta hacia la cocina, con el rostro contraído en un gesto de desesperación, vibrando inconteniblemente. Abro el refrigerador y el congelador. Busco huevos, jamón y queso. Me encuentro con que las sobras de mi porvenir son: un six-pack de Tecate y un plato de frijoles rancios. Hay dos cosas que odio en esta vida: una de ellas es al América y la otra son los frijoles. Saco las cervezas, destapo una y le doy un trago, que apenas saboreo. Suelto una risita nerviosa y me llevo la mano a la frente. No puedo creer que a Isaurase le haya olvidado ir al mercado.   

Tengo una cerveza bien fría en la mano. Es finales de mayo y latelevisión se encuentra sintonizada en el partido de mi querido Cruz Azul. Están siendo aplastados en semifinales por el maldito América. Tres contra cero, con dos goles del pinche Cuau. Trato de ignorar el resultado. Le doy otro forzado trago a la Tecate y me prometo a mí mismo que todo va a estar bien, por una vez. 

Floto sin rumbo hasta llegar al teléfono que hay en la entrada. Lodescuelgo y me acerco la bocina a la oreja. “Estimado cliente de Telmex, le 

informamos que por falta de pago, su servicio ha sido suspendido” me dice la voz de una mujer del otro lado de la línea. La irritación me colma. Me siento humillado. Creo que estoy a punto de estallar. La furia comienza a surgir en mí.  

Los tremendos toquidos en la puerta quiebran aún más mis nervios. 

-¿Quieeeen? –grito bruscamente.

No responden.

-¿Quién chingados será?- pregunto para mis adentros, antes de abrir yenfrentarme con unos tenebrosos ojos negros y un labio inferior levemente mordido por dos dientes delanteros.  

Mis dudas se aclaran ante esta imagen: es Benjamín, la rata parda de dosmetros que vive en la alcantarilla del viejo edificio. 

Abro aún más la puerta, mido mis deseos contra mis riesgos y decido que lo ideal es hacerlo pasar. Su presencia es muy inquietante y por lo mismo me da un mal presentimiento, me revuelve el estomago. Mi corazón late vigorosamente, las manos y las piernas me tiemblan. Mis pupilas se dilatan y mi cuerpo ahora está despierto, muy despierto. Espero a que su descomunal tamaño y larga cola invadan mi problemático mundo. Más que asco, siento temor. No lo comprendo, no sé cómo lidiar con él. Lanzo una señal con los ojos para que vaya detrás de mí. Supongo que sentarnos en el balcón a contemplar las calles del centro de la ciudad es la mejor opción. Benjamín está particularmente  reservado esta tarde. Hediondo a cañería solamente olisquea lavivienda; de vez en cuando volteo a verle sus patas delanteras, que poseen cuatro dedos más el pulgar, casi atrofiado. Su hocico achatado es de una desproporción indiferente, y hace juego con sus orejas no muy largas, fruncidas hacia delante.  

Caminamos por la sala en silencio, esquivamos, toreamos las trescubetas azules, cuya misión expresa es detener las goteras. Oigo sus pasos aproximándose en una lenta y pesada avalancha que crece sobre mi hombro derecho; cada movimiento provoca un retumbo dentro de mi cráneo, ya que lo tengo prácticamente encima, a punto de tirar con su inercia el six-pack que sostengo entre las manos. Logro percibir sus soplidos y su transpiración monstruosa; sus ojos son afilados como uñas y puedo sentirlos clavarse en mi cabeza, incomodándome.     

Benjamín se coloca en la parte central del balcón, sentado en una caja de refrescos, dando la espalda peluda a la ciudad de México. Todo aquel paisaje es abrumador, espantoso. Un diálogo indescriptible y olor repugnante. Fuertes respiraciones y me digo a mi mismo que tengo que ser amigable. La leve brisa me siembra un repertorio de escalofríos a lo largo de la espalda. Me siento muy asustado. Muy asustado por tener que convivir con este inmenso roedor. Más  asustado que nada y a punto de orinarme, de hacerme popó, y perder la razón. Aterrado, desolado, me deterioro poco a poco cómo la  infeliz víctima de una película de terror.

Voltea la caja para contemplar la invasión de vendedores ambulantes frente al edificio, con sus centenares de lonas rosas. Me acomodo juntoa él. Tenso, sin parpadear, en estado de shock, no digo nada, no puedo ni abrir la boca, me he quedado sin palabras. Hablar, expresarme, es difícil, se me dificulta, me duele la lengua al solo intentarlo. Tengo mucho calor y estoy empapado en sudor. Gotas me resbalan lentamente por la frente, por las mejillas. Estoy agobiado, sofocado. Empiezo a sentir unos irremediables deseos de ir por Armandito a su cuarto; contemplo la idea de correr, huir, perono hay hacia donde hacerlo; sería inútil, no hay lugar donde podamos escapar y escondernos de él.

Quisiera tranquilizarme, sosegarme. Pensar que las cosas no tienen que ser tan malas. Dejo que los rayos del sol me quemen un poco. Ya que estamos cuerpo a cuerpo, contemplo más de cerca su dentadura, que consta de 32 piezas y tiene una capa color naranja; así como su cola pelona larguísima, que mide lo mismo que todo su cuerpo. Finalmente le pregunto: “¿Qué haces aquí?”. Mientras me mira con una intensidad macabra, devorando con la vista cada una de mis articulaciones y huesos, su asquerosa y grotesca sonrisa me hace comprender  que todo está bajo su control, y fuera del mío.

-Creo que sabes la respuesta- me responde con una voz chillante,penetrante, tétrica. 

-Sí, pero no estoy seguro de entenderlo. 

-¿Vas a matar a Isaura?- me pregunta, con un aspecto animado.  

Me está dominando el pánico y eso hace que mi mente deambule,deambule a un lugar familiar. Un lugar del que no me gusta hablar, o recordar. Hemos tenido esta conversación antes. 

-No, no -grito, sin saber qué hacer, sin saber cómo reaccionar ante esa  retorcida petición; poniéndome de pie y tratando de apartarme-. No quiero hacerlo. No tengo con qué hacerlo.  

-Lo vas a hacer con el largo y filoso cuchillo que tienes escondido debajo de tu cama- dice la inmunda bestia echándose a reír; los sonidos que salen de su boca no tienen sentido, no tiene relación con nada de lo que yo haya escuchado antes.   

¿Qué, has perdido la cordura?- digo finalmente-. Que yo no quierohacerlo. 

Se levanta lentamente, y con una expresión siniestra diseñándose en su rostro, increpándome con la mirada, a baja velocidad y  desprendimiento denso, irradiando furia y enfado, se lanza sobre mí, me agarra del cuello con una pata delantera, en la que pesan poderes increíbles, capaces de persuadirme a cometer cualquier crimen. Me lleva a una esquina, me acorrala, y con la otra pata comienza a hundir sus uñas en mi estomago –pero no lo suficientemente fuerte-, tratando de desgarrarlo. Me pongo a patalear, incapaz de liberarme. 

-Mañana quiero su cabeza-dice.

Abre los dedos y finaliza el martirio en mi cuello, acaba el intensocastigo. Caigo de rodillas contra el suelo. Recupero apresuradamente larespiración.

Compruebo que mi horror está aumentando cuando me veoreflejado en sus enormes ojos negros; en su dura, fija y agresiva mirada. 

Benjamín se agacha, se me acerca más y muy cerca de mi cara chilla, ordena, repite, lentamente, ya no como pregunta, cinco palabras:

-Vas… a… matar… a… Isaura…

Mi nombre es Pedro Jiménez  y así comienzan mis pesadillas. 

 

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