Sombras y despertares

Tuve la fortuna de escuchar una plática de la escritora Lola Ancira. Habló de los escenarios dentro de los cuales se desarrolla su novela Tristes Sombras (Paraíso Perdido, 2021). Dichos escenarios corresponden al manicomio “La Castañeda” y...

27 de julio, 2021

Tuve la fortuna de escuchar una plática de la escritora Lola Ancira. Habló de los escenarios dentro de los cuales se desarrolla su novela Tristes Sombras (Paraíso Perdido, 2021). Dichos escenarios corresponden al manicomio “La Castañeda” y la cárcel de Lecumberri, ambos edificios construidos en la Ciudad de México y sus inmediaciones. Su plática estuvo aderezada con presentaciones digitales que dan cuenta de la historia de la fundación de cada uno de los complejos arquitectónicos; las expectativas que se tenían para uno y otra; su historia natural y su terminación.  En el caso de La Castañeda, la escritora profiere una frase muy significativa: “México no estaba preparado para algo de tal envergadura”. Inaugurada por Porfirio Díaz en 1910, además de los problemas intestinos de la institución, tuvo que enfrentar las asonadas de la Revolución Mexicana, lo que llevó al psiquiátrico a atravesar  diversas crisis, en particular alimentarias.  La atención fue bajando de calidad, y en 1968, con la construcción del Periférico de la Ciudad de México resultó obligado derruir el inmueble, logrando rescatarse la fachada. Esta última fue a dar a un predio particular en Amecameca, Estado de México, para hermosear un señorial salón de fiestas, que años después fue vendido al grupo de los Legionarios de Cristo.

“De médico, poeta y loco, todos tenemos un poco”, reza el refrán popular. Así como La Castañeda conserva historias de personajes singulares que vivieron dentro de ella, de igual forma en las ciudades de menor tamaño, tenemos nuestra colección de individuos que rompen con la llamada “normalidad”, para revelarnos elementos que, igual llega a haber en nuestro propio interior.  Cuando leemos una novela, amamos sobre todos los demás a los personajes entrañables, ésos que se hermanan con  nosotros, con quienes compartimos defectos, tropiezos y desatinos.  Por su parte, los del género telenovela comercial, guapos, ricos y talentosos, no despiertan en nosotros esa empatía. Si repasamos desde los personajes de un Lazarillo de Tormes o las Novelas Ejemplares de Cervantes, disfrutamos más las travesuras y la picardía de ésos que nos atrapan y nos llevan a pensar que, a pesar de esa falta de cualidades por las que se distinguen, son capaces de emprender actos trascendentales.

Recién terminé la obra de Guillermo Fadanelli, ganadora del Premio Grijalbo 2012: Mis mujeres muertas.  Narra la historia de tres hermanos: un médico, un abogado y un “bueno para nada”.  Conforme se avanza en su lectura, este último personaje se vuelve entrañable.  A la muerte de la madre, sus hermanos de buena posición económica le encomiendan una única misión: mandar hacer y colocar la lápida en la tumba materna.  A lo largo de la obra vamos descubriendo los motivos que no le permiten cumplir con su cometido único.  Ubicados en tiempo presente conocemos la historia de Domingo, el personaje en cuestión, con el cual terminamos por simpatizar y solidarizarnos.

 Regresando a la charla de Lola Ancira: Me parece de lo más acertado el nombre del libro. Antes de la locura y detrás de ella, en cada enfermo hay sombras que no terminan nunca por revelarse del todo.  Hay historias de patología familiar  y de maltrato; de genialidad que no es apoyada ni promovida por el círculo cercano al enfermo.  Hay sombras oscuras detrás de la forma como muchas veces son “tratados” o retirados de la vía pública. Como desechos sépticos de los que nadie quiere hablar para no contaminarse.

Una persona con alteración en sus facultades mentales  la identificamos por su aspecto, su mirada, tal vez sus expresiones guturales cuando busca comunicarse. La señalamos por su vestimenta y en particular por su olor corporal.  Luce descuidada y actúa de modos poco o nada compatibles con lo aceptable, como si viviera en un mundo paralelo, donde importan poco los juicios que el entorno haga sobre su persona. A ratos pienso que es una forma de libertad que el resto de nosotros, sujetos a los cánones sociales, no seríamos capaces de experimentar. 

Hasta donde sé, la colección fotográfica más completa que circula fue integrada por Porfirio Díaz y alojada en el INAH; sin embargo, hay otros álbumes que han venido a complementar al primero. En alguna visita al Museo Amparo en la ciudad de Puebla tuve oportunidad de ver una exposición temporal de la fotógrafa húngara nacionalizada mexicana Kati Horna, que despliega en su trabajo las muchas caras del manicomio en cuestión.  El complejo arquitectónico se inauguró en 1910, en los albores de la psiquiatría mundial. En sus inicios fue atendido por 15 médicos generales deseosos de especializarse en psiquiatría, y fue sólo durante una etapa  cuando contaron con un asesor de la especialidad, un francés de nombre Jean Étienne Esquirol. El sistema de internamiento puso a convivir a pacientes mentales con delincuentes no psiquiátricos y personas en situación de calle, entre ellos muchos niños pequeños abandonados.  Lo heterogéneo de la población en dicho centro psiquiátrico, aunado a la sobrepoblación de sus instalaciones y la escasez de víveres, devino en caos.

La exclusión social es el concepto detrás de estos sistemas, que inician con los leprosarios referidos en la Biblia, según señala de manera acertada Lola Ancira.  Es una forma de no tener próximos a los contaminados, tanto por razón de imagen urbana, como por liberación de culpas ciudadanas.  Pasa el tiempo y avanzan las concepciones que se desarrollan con el fin de evitar que la sociedad “sana” se tope con estos personajes.  Acotación mía: La verdad es que todos los humanos poseemos, en alguna proporción, elementos de locura y suciedad mental.  El sistema social se empeña en que lo olvidemos. Un buen libro con sus personajes entrañables se empeña en todo lo contrario. Quiere que lo tengamos presente, tanto para bien propio, como del sistema social que conformamos. Es un roce con la realidad que nos humaniza y nos lleva a entender que, en cualquier momento, podemos hallarnos del otro lado de nuestros propios juicios.

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