Sentimos el estremecimiento, el estallido repentino junto con la vista a negros y el tan famoso túnel lleno de luz. Mi compañero chofer y yo habíamos llegado a nuestro final en el plano terrenal de manera abrupta en tremendo accidente carretero. Ambos llegamos ante un hombre con la apariencia petulante de un santo, quien en visible estado de ebriedad, lentes oscuros y maneras déspota que no sé si de manera discrecional o bien sustentada decidía quién sí y quién no entraba a ese sitio enorme con apariencia de valle en lontananza perenne, rodeado con algo muy parecido a humo de hielo seco y con música algo chocante y cursi, tipo jazz muy chafa y chocante de fondo, no muy distinta a la de órdenes monacales benedictinas; prepotente pues el hombre de la entrada, con gritos ordenaba el paso, espera o violenta retirada del paraje etéreo referido. Aquello parecía más bien un antro de vicios terrenal, con su habitual cadenero altanero, que cualquier atisbo de paraíso alguno.
Pero, vaya, luego de un tiempo, si se le podría llamar así, ya que por acá eso, los conceptos de tiempo y espacio son tan, pero tan diferentes a los de nuestro mundanal paso que sería demasiado extenso y aún así impreciso de explicar. Al fin, una orden llegó de adentro: podríamos pasar por fin. Ante esto, mi compañero, el hombre del volante, siempre con su sello de imprudencia (el fatal suceso que aquí nos trajo no es casualidad pura) no solicitó, sino que exigió hablar con el jefe, el mero “dueño de aquí”, lo expresó él, ante la sorpresa de toda la corte de vírgenes, querubines y santos siempre dados a la lisonja barata y a la adulación interesada. En ese aspecto puedo afirmar que todo idéntico a lo que sucede en el terrenal plano en torno a los hombres con algún coto de cualquier tipo de poder. Ante la sorpresa de propios y extraños, el patrón escuchó la petición y ordenó llevarnos a ambos a sus oficinas cubiertas de oro, diamantes, frescos y colmillos de marfil, con una fuente inmensa de toda clase de viandas finas y criados dispuestos a sus caprichos y exigencias. También pude observar cientos de botellas de coñac de lo más exquisito.
– ¿Y bien, qué es lo que te lleva a exigir una audiencia conmigo, rey de reyes y omnímodo señor de la bondad y la magnanimidad de la gloria de los milagros y vencedor indiscutible del bien por sobre el mal, emanado de mi contrincante ya moralmente derrotado, el demonio?
A lo que mi compañero respondió sin dilación ni siquiera atisbo de intimidación ante aquel gran ente:
-“Señor, con todo respeto, pero allá abajo, en el mundo, las cosas no son como a usted le informan sus colaboradores, por más santidad que ostenten. Allá en la Tierra, Lucifer y la oscuridad le están poniendo a usted y sus designios una soberana y santa madriza, como también a su tan predicada bondad y gracia; reinan de hecho el caos, el sufrimiento y la injusticia a sus anchas; la envidia, la mezquindad y la sevicia se enseñorean y creo que es mi deber intentar ponerlo al tanto, para alguna eventual inspección personal y algunos posibles ajustes en sus estructuras por aquellos lares, parte de su infinito imperio universal, en el que sus representantes pervierten sus mandatos santos e inclusive algunos con el lujo de engrosar las filas de los perpetradores de más perversas prácticas, pero ya en la acción, de los valores más anticristianos que suponen combatir en sus deberes prístinos, reducidos pues, a sicofantes y farsantes, dueños y divulgadores de las pasiones más bajas en inconfesables”.
-“¿¡Qué queé!?”- respondió un enfurecido ser de luz cegadora- “¡Llévense a este par de herejes de mi vista, estos rebeldes pasarán dos terrenales siglos en el gran calabozo de las llamaradas eternas!, y pasado eso quizás analizaremos sus casos, para evaluar su situación y cambiar su estatus. ¡Enemigos de mi reino de perfección y gozo!”.
Y es así como estamos nosotros dos aquí, con millones de compañeros en similar situación y padeciendo de estos calores tan molestos y ambiente lúgubre y hostil. Y no sé cuánto tiempo en la medida de este plano ya llevemos. Lo cierto es que nuestra llegada luego del choque acaeció enseguida, en el año de aquel nivel mundano de 1970, y a mi entender aún está lejos la revisión de nuestro caso y posible cambio de nuestra actual y penosa situación, de parte del rey de reyes, dueño absoluto de la total bondad, la misericordia y el perdón divino.
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