La poesía del jerezano Ramón López Velarde retrata el perfil de los mexicanos a manera de bocetos en los que cada lector, como si se hallara frente al espejo, puede buscar el ángulo desde el cual verse reflejado. En el poema intitulado: “Mi prima Águeda”, en la figura de la joven que llega de visita y a la cual la pluma del poeta canta, descubrimos ese México a ratos contrapuesto, tanto en su pensamiento como en sus expresiones, desde donde se explica infinidad de conductas únicas de nosotros, mexicanos. Es a través suyo como entendemos que una pandemia sea asimilada de mil maneras distintas, muchas de ellas alejadas de la realidad científica. Mediante estos circunloquios permitimos que prive el pensamiento mágico por encima de la razón, hasta llevarnos a emprender actos temerarios que nos ponen en riesgo de muerte. Si tal fuera el caso, aceptamos con mansedumbre nuestro destino, atribuyéndolo a la voluntad de Dios. Nos desembarazamos de cualquier responsabilidad, para convertirnos en las dolidas víctimas de la historia. Escribe el poeta zacatecano hablando de su prima: “Con un contradictorio/prestigio de almidón/y de terrible luto ceremonioso” (indicando su deslumbramiento ante esa imagen que por sí sola habla del dolor como un estilo de vida que a una misma vez atemoriza y seduce).
Comienza diciembre con sus entrañables festividades que a los mexicanos nos convierten en baluarte mundial de un fervor religioso expresado de diversas maneras, y que al mismo tiempo da pie a excesos y desbarros tan propios de nuestra idiosincrasia. El tradicional puente “Guadalupe-Reyes” nos va regalando semana a semana motivos para la fiesta y la algarabía; me animo a creer que este año prive la prudencia, para festejar de una manera mesurada en medio de la emergencia sanitaria. En la ciudad de México finalmente se dio marcha atrás a la iniciativa de abrir la Basílica en fechas guadalupanas. Aun así, esa mezcla de religiosidad y culpa que históricamente nos lleva a desbordarnos frente a la Morenita del Tepeyac, bien podría hallar su cauce y hacer de las suyas el próximo día 12.
Esta convivencia de opuestos, manteniendo un equilibrio que se pierde a cada momento, para en seguida recuperarse, imprime a nuestro México ese encanto único que lleva a tantas personas, de distintas latitudes a enamorarse de sus paisajes y costumbres; visitarlo, y en ocasiones habitarlo, a sabiendas de los índices de inseguridad que privan en algunas regiones del país.
Se cumplen ya setenta años de la publicación del magistral libro de Octavio Paz intitulado: El laberinto de la soledad. Controversial, como gran parte de su obra, hay quienes critican su postura como ensayista, arguyendo que escribe desde una superioridad intelectual respecto al resto de los mexicanos. Necesitamos ser honestos y reconocer la vastedad de conocimientos del escritor, que le provee de una perspectiva amplia desde donde observa el bosque y no solo el árbol más próximo. En lo personal los ensayos de nuestro Nobel de Literatura representan una fuente de autoconocimiento; para comenzar a entender esas inconsistencias tan nuestras, y despejar el camino que nos permite examinarlas y modificar lo que requiera ser modificado.
A principios de año, la pandemia nos llevó a meter freno de emergencia cuando corríamos a gran velocidad. En pocas semanas el panorama urbano cambió; el bullicio dio lugar a una quietud monástica. Calles y avenidas se convirtieron en desiertos; el temor nos llevó al enclaustramiento. Pronto la necesidad comenzó a generar modos alternativos de producción, distribución y comunicación; cada día ha representado un nuevo aprendizaje para los que ofertan y los que consumimos; para enseñar y aprender; nuevos modos de entretenimiento y de realización personal. 2020 ha sido el año de los grandes cambios en una atmósfera tóxica que no acabamos de entender ni de controlar. La política se ha cimbrado en cada rincón del mundo, ha habido desaceleración económica, pero aun así, los ciudadanos hallamos el modo de continuar a flote. Cierto, hay ratos cuando nos gana la depresión o la ansiedad, como navegantes en un mar en el que no parecen avizorarse confines y en el que, por desgracia, muchos han dejado la salud o la vida.
De manera complementaria hemos descubierto que no necesitamos tantas posesiones materiales para vivir. Hemos salido adelante, racionalizando nuestras necesidades para determinar qué gastos son en verdad necesarios. Podríamos imaginar que los meses precedentes fueron de preparación, y que ahora, con la temporada decembrina, se nos va a aplicar la prueba final. Hay que decirlo: es una prueba que se tomará en equipo; un ejercicio de responsabilidad social, bajo la premisa de “me cuido y te cuido”.
El puente Guadalupe-Reyes es una magnífica oportunidad para replantearnos frente al espejo qué queremos lograr y cómo pensamos hacerlo. Preguntarnos esto de cara a un nuevo año, que en mucho depende de nosotros conseguir que sea mejor.
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