Un soldado mexicano, del cual nunca sabremos su identidad y será enterrado en el anonimato como Héroe nacional, habla malherido y delirantemente de un futuro glorioso para la Nación mexicana. Es mayo de 1863 y la tropas francesas al mando del General Forey y en nombre de Napoleón III después de su triunfo sobre Comonfort en San Lorenzo y con Puebla ya tomada, y dada la orden de retirada por el General González Ortega y consumada la venganza por la derrota propinada el cinco de Mayo del año anterior, avanzan hacia la Ciudad de México, en espera de la llegada de un Emperador europeo.
Hurgando entre documentos viejos y olvidados en el Archivo General de la Nación puedo leer un informe sin relevancia sobre las últimas frases delirantes de un soldado moribundo, donde habla de tener esperanza en el futuro que aguarda a la Nación mexicana. Dice estar seguro del triunfo total de la República sobre el invasor, y más aún se remite hasta el mismísimo siglo XXI y lanza frases aparentemente sin sentido. Mezcla nombres como Cuauhtémoc, menciona a Sudáfrica, a Francia y por supuesto a México.
Afirma ver una victoria clara y contundente a una Francia vencida, a un México cubierto de gloria, a ciudadanos mexicanos llenos de prosperidad y felicidad en una verbena popular todos corriendo alrededor de una gigantesca y hermosa columna con una estatua imponente de oro en la punta que asemeja una victoria alada, todo esto a pocos minutos de su inminente muerte.
Cavilo y me doy cuenta de que tuvo razón en algo: al final se expulsó al invasor y se restauró la República en México. Pero también, y siendo yo aficionado al futbol, no deja de sorprenderme que todas sus incoherentes sentencias que evocan al presente siglo. Casi 150 años antes el Héroe en cuestión claramente tiene la visión del mundial de Sudáfrica 2010, donde Cuauhtémoc Blanco anota el primer gol de lo que fue una victoria clara ante Francia, y los posteriores festejos alrededor de lo que hoy conocemos como el Ángel de la Independencia.
Una casualidad que me inquieta, y que guardaré para mí mismo, no sea que me tilden de poco serio cuando no hasta de loco panbolero.
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